La ciudad amanece tranquila. El sol preside sobre el horizonte e impregna con sus rayos de luz de felicidad todo lo que con ellos toca. Hace día perfecto, por lo que lo habitantes de la gran ciudad se sienten igual de dispuestos de que su día también lo sea. La mayoría al levantar la persiana ha contestado a lo que sus ojos veían con una sonrisa en la cara y se ha propuesto mantenerla igual de amplia en resto de lo que queda del día.


Evaristo en cambio hoy se ha levantado con el ánimo bajo, ni siquiera el torrente de luz que ha entrado por su ventana ha sido capaz de sacarlo de su estado. Se ha levantado con lo mismo que se acostó, que a Julia la habían insultado por la calle y llamado terrorista. En cualquier caso no tiene excusa para faltar al trabajo obligatorio, y no le queda otra opción que seguir con la rutina del día a día, ducha, desayuno rápido y en menos de un suspiro en la calle, para como siempre coger la bici eléctrica que lo lleve a la granja donde trabaja. Lo hace todo como siempre de forma mecánica, sin prestar atención a los detalles, hasta que al estar de frente con la bici eléctrica y al disponerse a sacar su documento de identidad para sacarla del puesto donde está aparcada ve una pintada en frente, que es imposible no verla, es grande, está pintada en letras gruesas, en un tono naranja chillón, casi fosfórico, y que pone “ASESINO”. Nunca antes había visto nada así ni en el barrio donde vive, ni tampoco en ninguna otra parte de la ciudad, el grafiti había dejado de formar parte de la contracultura y pasado a ser directa y llanamente cultura, por eso una pintada que no respondía a ningún canon de belleza y estaba destinada única y exclusivamente al insulto, le llamaba tanto la atención, era una aberración no sólo para él que no entendía de los sprays de pintura sino que estaba seguro nada más verla que también era un insulto para cualquier grafitero que se preciase. Y lo peor de todo es que estaba convencido de que él era el destinatario del insulto, y que no tenía, no podía tenerla, ninguna otra finalidad que hacerle daño. Supone, que lo que pasó ayer al salir de clase, lo que le contó ayer Julia, y ahora la pintada que ha encontrado al lado de su casa, es la triste dinámica que ha tomado el proceso democrático de por otra parte algo tan legítimo como la paz. Lo peor de todo es que se está dando cuenta de que ha dejado de ser un ciudadano anónimo para convertirse en el objeto de la rabia de todos aquellos que no comparten su forma de entender el mundo.


El camino hasta el trabajo sigue la dinámica que hasta ver la pintada habitualmente tienen sus días, nada raro pasa. Se cruza con la misma gente que habitualmente se encuentra, y llega en el mismo espacio de tiempo que siempre llega al trabajo. Pero al igual que con la pintada, una vez abre la puerta de la granja y empieza a cruzarse con sus compañeros de trabajo, se da cuenta de que algo pasa. Y lo que pasa es que sus sospechosas van a confirmarse, Evaristo se ha convertido en el objeto y centro de toda conversación, robándole el protagonismo a lo que realmente en ella se discute.


Al entrar al vestuario y empezar a desvestirse para después ponerse su ropa de trabajo pronto se ve asediado por las preguntas de Mario y Martín, que como de costumbre llegan unos escasos minutos más tarde que él.

La tensión se respira entre los tres el resto de la mañana en la granja, Evaristo nunca se sintió integrado dentro del pequeño grupo que habían formado Mario y Martín, hasta entonces lo achacaba a que nunca fue a ninguno de los partidos de futbol que habían organizado con el resto de compañeros de trabajo por falta de tiempo, pero la votación había formado de forma definitiva la brecha que los separaba. Intuía que no estaban muy de acuerdo con su propuesta de paz, durante el almuerzo hubo más silencio de lo habitual, y el tema de conversación fue más difícil de escoger que nunca, todos tenían ganas de hablar de una cosa, sobre la votación, pero nadie quería hacerlo delante de Evaristo.


Cuando por fin suena la sirena que indica el fin de la jornada, todos la reciben con alivio, unos porque podrán decir lo que quieran sin Evaristo, y Evaristo porque por fin podrá dejarles decir lo que quieran y además no estará por más tiempo obligado a disfrutar de su compañía. La sirena ha marcado el fin del teatro existente entre todos los que le rodean.

 
Se ducha y cambia de ropa rápido, tan rápido que es capaz de esquivar todas las conversaciones que le rodean. Tiene prisa y eso es precisamente lo que trata de aparentar para esquivarlas. Pero el día se le acaba de torcer definitivamente cuando llega de nuevo a su bici, tiene las dos ruedas pinchadas y ha sido a propósito, aparentemente son los cortes de una navaja los que han provocado dos boquetes como el sol que entró esta mañana por su ventana. Hoy no tendrá tiempo de ir a clase y va a tener que volverse a casa andando.