Lleva debajo del brazo un paquete de carteles enrollados, los ha impreso con un código que automáticamente se generó al publicar la votación en la web, al introducirlo en la impresora que hay en la imprenta de la ciudad se han empezado a imprimir un número ya previamente determinado de carteles, que varía según el número de pueblos y ciudades involucrados en la votación. En total Evaristo lleva un rollo de considerables dimensiones, ha impreso 300 carteles, todos eso sí, en papel reciclado. El diseño del cartel, elegido y diseñado por él, es bastante simple, un fondo blanco con letras grandes negras que dicen “Vota Sí a la paz con el PML” y luego en letras más pequeñas en el margen inferior derecho, “Entra en la web de votación ciudadana para saber más”. Lo bueno si es simple es dos veces bueno, Freud al analizar lo ingenioso dice que una de sus características es que es breve, es brevegenioso. Y eso es lo que ha tratado de hacer Evaristo.
Camina cargado con los carteles con el mayor disimulo posible, si se ha enterado alguien de la votación tiene que ser un número muy reducido de gente, aquellos que aburridos en sus casas hayan decidido entrar en internet para ver si había alguna novedad en la web de votación ciudadana, y de esos suele haber pocos. La gente cuando vota es por que se ha enterado por otros medios, y en ausencia de medios de comunicación tradicionales, es muy difícil focalizar la atención ciudadana en un solo punto, por lo que todo funciona por boca a boca, blog a blog, casa por casa. Siente que debajo de su brazo lo que lleva no es un paquete de carteles, sino un paquete bomba, es perfectamente consciente que en el momento en que empiece ha pegarlos la polémica va a estallar a su alrededor, pero ¿qué forma hay más higiénica y saludable en una sociedad que decidir sus problemas de una forma puramente democrática, como es la democracia directa? En ella no hay intermediarios, ni ideologías, que envenenen lo que debe ser decidido por la razón, aunque esa sea la de la mayoría.
Decide que lo mejor es empezar cuanto antes, apenas tiene tiempo para que las clases empiecen, si su reloj no le engaña tiene 15 minutos para llenar los lugares más estratégicos de su universidad con carteles. Para de caminar, mira a su alrededor y está rodeado de alumnos que van y vienen de sus respectivas clases, desenrolla el taco de carteles y pega el primero en el corcho que hay en mitad del pasillo. Los que lo ven hacerlo paran de hacer lo que estaban haciendo, esperan a que acabe de colocarlo, y cuando Evaristo se retira como si nada hubiera hecho, el cartel empieza a recibir constantes visitas de los curiosos que pasan. Acaba de sembrar la semilla de la discordia.
El proceso se repite en otras partes de la universidad, lo hace rápido, con sigilo, administrando el número de carteles a los que tiene derecho, al final coloca 14 de los 300 que ha impreso. Y cuando acaba se sienta en clase como si nada hubiera hecho, pero en seguida se da cuenta de que el ambiente se ha cargado de tensión. El profesor aparenta cara de preocupado, y hay un murmullo incesante en clase, mucho más alto de lo normal, que trata de aplacar casi de forma rítmica cada cinco minutos, que interrumpe sus explicaciones, que hace que pierda el hilo, que al final lo acaba irritando y en mitad de la clase da un somero grito con el que logra apaciguar al menos momentáneamente el alboroto que se estaba creando. En el descanso Evaristo es capaz de escuchar las conversaciones de sus compañeros de clase y confirma que lo que ha causado tanto revuelo son sus carteles. Pronto nota como empiezan a mirarlo, se está extendiendo rápidamente el rumor de que ha sido él el que los ha estado pegando, y lo que hasta entonces era una existencia en anonimato le ha dado fama como para ser el objeto de curiosidad primero de su clase y poco tiempo después de la universidad.
Evaristo es de esos tipos retraídos, sus amigos son los amigos de su infancia, en la universidad hasta el día de hoy había pasado desapercibido y si había cambiado alguna palabra con su compañeros de clase era para dejar un boli o pedir un folio. Pero eso hoy se va acabar, inevitablemente al final de la jornada de clases, un grupo de estudiantes se acerca a él para preguntarle. Casi cuando ya ha alcanzado la puerta de salida del recinto universitario lo abordan como en las guerras haciendo un circulo sobre su objetivo, él. 

Al acabar esa última frase Evaristo ve como empuja al compañero de clase con el que había empezado la conversación, a lo que este responde con otro empujón, hasta que el resto de los que se habían acercado a hablar con Evaristo los separa, unos les cogen de los brazos otros se ponen en medio. Evaristo aprovechando el revuelo se marcha sin querer saber más de lo ocurrido, aunque eso no signifique que se vaya sin sentirse culpable por lo que ha ocurrido.
Cuando llega a casa de clase, se encuentra una paloma muerta en la puerta.