Esta agotado, tanto, que ha encontrado sentido al dicho “me duelen hasta las pestañas”, porque a él ahora mismo le están doliendo y mucho. Tiene todo su cuerpo dolorido, da igual el gesto que haga porque al hacerlo se retuerce, ha pasado horas trabajando en el huerto como un animal siendo reducido a un simple objeto, no es más que la hoz con la que siegan, o la pala con la que remueven la tierra, si un día pues se rompe, otro vendrá y tomará su lugar. Sin embargo, lo peor no es eso, lo peor es el sentimiento de odio tan intenso que siente cuando está metido entre esa cuatro murallas, lo odia todo y a todos, porque todo está al revés de como debería ser, esclavos sumisos, amos maltratadores, un caldo de cultivo perfecto para desgraciar las futuras generaciones humanas, en las que unos nunca serán libres, y los otros nunca serán capaces de recuperar el sentido de decencia que los hace humanos. Ese castigo psicológico, supera con creces todo el dolor físico que siente, cada segundo allí metido siente que va a estallar en cualquier momento, sólo su instinto de supervivencia le impide hacerlo.
Menos mal que ya hace rato que se fue de allí, menos mal que ya es capaz de distinguir la luz del fuego de su campamento a lo lejos, menos mal que ya es inminente volver a sentir a Julia entre sus brazos, menos mal que la vida a vuelto a tener sentido, menos mal que por fin a perdido la sensación de estar encerrado en un manicomio en el que él es el único que no está loco. Conforme está llegando sus pasos son cada vez más cansados, los dolores más intensos, las humillaciones sufridas durante el día más presentes en su recuerdo, su organismo ya se siente liberado y está desmontando a paso forzado todas las barreras que había construido para frenarlos. Aun así aguanta, y sólo cuando por fin vuelve a sentir el calor del cuerpo de Julia se desmorona completamente, por fin ha llegado a casa. Lo estaban esperando como la última vez que llegó, todos alrededor de la hoguera para calentarse, mientras la cena en la misma hoguera acaba de cocinarse, y Julia está pendiente de su llegada. Otra vez fue ella la que se levantó rápidamente para recibirlo, y otra vez se dan un abrazo interminable que acaba terminando.
- Julia: Por fin estás de vuelta. Llevamos todo el día pensando en ti. ¿Qué tal ha ido el día?
- Evaristo: Uffff, espérate y os lo cuento a todos anda. Estoy derrotado.
- Julia: Se te nota por la carilla que llevas, venga siéntate junto al resto y nos lo cuentas.
Lo mirar con cara rara, es una mezcla entre pena y miedo, hay un silencio sepulcral que se hizo con el ruido de sus palabras nada más que él apareció, lo único que se oye son los trozos de madera retorcerse en la lumbre y el sonido de algún ave nocturna celebrando que ha vuelto a reinar en la noche. Aunque nadie diga nada, sabe que todo el mundo está ansioso por escuchar sus palabras, lo mejor es no hacerles esperar, y en cuanto su culo toca tierra empieza a hablar.
- Evaristo: Estamos metidos en un buen lío. Voy a empezar por lo más duro, tienen a un ejercito de esclavos a su servicio, y mucho me temo que nuestro futuro es pasar a engrosar sus filas. Tranquilos, os lo cuento y vosotros sacáis vuestras pocas conclusiones. Cuando llegué allí esta mañana ni se habían levantado, me tuvieron un buen rato esperando en la puerta hasta que uno de los guardias que la custodian, con nuestras armas, me abrió. Una vez dentro, no había nadie, y me dediqué a dar vueltas por allí, tengo que deciros que viven muy bien si los comparamos con nosotros, huertos, animales domésticos, no les falta de nada. Poco a poco la gente empezó a salir de las cabañas que tienen, y ahí es cuando me doy cuenta de la que tienen liada, la gente salía de ellas con esclavos atados por cadenas a sus cuellos. Durante ese paseo me cruzo con Enrique, el jefe, que me manda a trabajar a uno de sus huertos. Ya en el huerto me ponen a recoger lechugas junto a sus esclavos, después de un rato ya no podía más, me yergo y el vigilante que había con nosotros viene y me dice que siga trabajando o me muele a latigazos. Como os podéis imaginar yo hago lo que me dice. Pero me entra hambre, ya llevábamos varías horas trabajando y no habíamos hecho todavía ni un pequeño parón para descansar, así que sin pensarlo mucho y dejándome llevar por el hambre, agarro un tomate de una de las matas que tengo al lado y empiezo a comérmelo. Me pilló el vigilante, y si no fuera porque apareció Enrique justo a tiempo me hubiera molido, esta vez sí, a latigazos. Enrique me llevo a dar un pequeño pase y me contó como funcionado todo, vamos que o hacemos lo que nos dicen o nos van a matar, y además por la broma del tomate, pues mañana uno de vosotros tendrá que venirse conmigo mañana a trabajar allí. Espero que no me odiéis mucho por eso.
- Ernesto: Lo sabía, y el próximo día se inventarán otra excusa para que se otro el que vaya. No has dicho nada, ¿al menos te dejaron parar para comer?
- Evaristo: Sí, el único descanso me nos dejaron hacer en todo el día. Pare de trabajar cuando empezó a anochecer, es entonces cuando por fin me dejaron irme.
- Estela: ¿Y si nos escapamos y no va nadie mañana?
- Evaristo: Yo también lo he pensado, pero puede que sea peor. Lo que hasta ahora es una negociación unilateral, como nos pillen va a pasar a ser una imposición unilateral, y el camino hacía el salir de sus casas con cadenas enganchadas el cuello va a ser mucho más rápido.