De repente escucha un chasquido del látigo chocando contra el suelo que, hace que un escalofrío le recorra todo el cuerpo, se le pone la carne de gallina. La inminencia de que el próximo latigazo sea contra su cuerpo le hace cerrar los ojos con fuerza, de un momento a otro espera sentir un dolor intenso sobre su cuerpo. Ya está preparado, sabe que ya viene. Pero no llega, no llega, en lugar de ese latigazo que lo haga retorcerse de dolor, lo que oye es la voz de Enrique.

Al oírlo, su cuerpo pierde toda la tensión acumulada como un globo que se deshincha, suelta un suspiro a la vez que sus muñecas son desatadas. Una vez desatado se gira, y por fin puede dirigir la mirada a sus dos interlocutores, eso no significa que vuelva a sentirse en condiciones de igualdad con ellos. 

Hace lo que le dice, se la pone y empieza a caminar junto a él.

Lo ha entendido perfectamente, son unos matones, unos gangsters, unos extorsionadores, unos asesinos, y la única forma de librarse de ellos es mediante el uso de la fuerza. Con la cabeza gacha, y con una media sonrisa gracias a dos chinchetas imaginarias que se ha clavado en ambos lados de las mejillas vuelve a hacer lo que estaba haciendo hasta que casi lo inflan a latigazos. Sin embargo esta vez todo es diferente, ahora sabe porque nadie habla, ya entiende porque nadie para un segundo de trabajar ni se queja, porque alguien ha reducido a base de latigazos su condición humana a la máxima expresión. Eso le aterra, ese es el proceso al que él ahora está siendo sometido, a esa transformación de hombre libre a esclavo, si bien llega a la misma conclusión con la que llegó está mañana, uno es un esclavo cuando pierde completamente la ilusión y esperanza de dejar de serlo, cuando se conforma y es feliz siendo un esclavo, mientras no sea así, da igual las humillaciones a las que estés siendo sometido, porque sigues siendo un hombre libre que sólo está esperando el momento oportuno.