Esta mañana se volvió a levantar temprano, volvió a lamentarse de dejar a Julia sola en la cama, y volvió a emprender la marcha hacía el campamento de sus enemigos. Él es como los considera, por mucho que a Enrique le guste hacerse pasar por su amigo. El camino se le pasó rápido a pesar de la larga distancia, gracias a que se lo pasó pensando que iba a hacer cuando llegase, estuvo dándole vueltas a en que iba a consentir eso de ser un espía. Y a la única conclusión que llegó era que iba a estar siempre con los cinco sentidos alerta, vamos, que no se iba a dedicar sólo a hacer lo que le mandasen, se iba a dedicar a buscar sus puntos débiles, si quería que su renovada vida de esclavo tuviese algún sentido tenía que centrar todos sus esfuerzos en encontrar la forma de destruir a su enemigo, porque el oprimido sólo encuentra la libertad en el estado de revuelta, y eso es justo a lo que aspira él ahora para poder sentirse libre, vivir en un estado de rebelión continua.
Así, con los planes a medio hacer, sin saber muy bien en que iba a consentir su trabajo, ni la forma en que iba a espiar a su enemigo, es como llego está mañana al campamento en el que nadie le estaba esperando. Pasó un rato largo al lado de la puerta por si alguien le abría, y cuando el sol adquirió una posición lo suficientemente elevada en el firmamento, cambio su actitud pasiva por una más implicada, se puso a gritar para a ver si así conseguía que alguien le hiciese caso. “¿HAY ALGUIEN AQUÍ?”, “¡ABRIRME LA PUERTA!”, “¿ES QUE NADIE ME VA HACER CASO?”,… un buen rato estuvo lanzando su voz al aire sin que nadie le hiciese ni caso, su garganta ya se estaba resintiendo, le empezaban a doler literalmente las cuerdas vocales, cuando a punto de quedarse afónico apareció en lo alto de la muralla un guarda con gesto de sueño y claramente bostezando, frotándose los ojos, quitándose las legañas con el dedo indice de su mano izquierda, mientras con su mano derecha sostenía el arma que les habían robado hace un par de días. Daba igual la distancia a la que estuviesen, se veía a una legua que acababa de despertarse. Tampoco le pidió explicaciones sobre a que venían tantas voces, con verlo sabía a que venía y quien era.
Cuando abrió la puerta de la muralla, enseguida comprendió que no era él único que se había levantado tarde. Apenas se veía a alguien, y los que se veían tenían la misma expresión de pereza en su rostro. No sabía que hacer ni a donde ir, nadie parecía hacerle caso, así que se pasó un rato largo dando vueltas por el poblado, convirtiéndose en un testigo de lujo de como sus habitantes poco a poco se levantaban. Lo que descubrió era otra sociedad, que no era ni la que dejó en la Tierra antes de irse a Marte, ni la marciana a pesar del poco tiempo que pudo vivirla, ni en la que ahora en un campamento en mitad del bosque vive, en ella ha vuelto la esclavitud del hombre por el hombre. Eso fue lo primero que descubrió como espía. Los habitantes del poblado se dividían en dos tipos, los que llevaban una correa al cuello y una cadena enganchada a ella, y aquellos que tenían el cuello libre, esos lo único que llevaban era un látigo en la mano. Niños, niñas y mayores, daba igual, todos eran clasificados de la misma forma. Salian de sus casas como aquellos que salían a pasear a sus mascotas, luego al llegar al huerto o corral soltaban la cadena y los ponían a trabajar, mientras ellos observaban. Eso enseguida le hizo preguntarse si esa era su futuro, y cual sería el precio que estaría dispuesto a pagar porque no fuese.
No le duro mucho su estado de caminar sin rumbo definido, pronto uno de los ciudadanos libres del poblado lo reconoció y lo llevó a donde estaba Enrique. Cuando lo vio, creía que iba a encadenarlo igual que había visto que habían hecho con los otros, pero no, nada de eso le dijo ni paso, simplemente ordenó que lo llevaran a uno de esos huertos donde trabajaban los esclavos. Ahí es justo donde ahora está, arrancando lechugas de las entrañas de la Tierra, junto a aquellos que llevan una correa al cuello como símbolo de esclavitud, supone que en este instante no hay mucho que los separe de ellos. Hay algo que sobre todo le esta sorprendiendo, ni siquiera se hablan entre ellos, son auténticas máquinas, sólo trabajan. El trabajo le ha hecho acordarse de cuando antes de irse a Marte pasó años trabajando en la granja que abastecía lo que era la ciudad donde vivía. La cuestión que ha tratado de resolver durante todo este rato que ha entretenido sus manos en recoger lechugas es, ¿qué diferencia existe entre este trabajo obligatorio y el otro? En ambos el motor de su esfuerzo era el chantaje, lo que pasa que el resultado del chantaje era diferente, en uno se premiaba con una vida digna, plena, en el que las primeras necesidades eran satisfechas, en este, no había premio, lo único que había era miedo a que le hicieran daño a lo que más quería. 
Esta agotado, se muere por poder volver a erguir su espalda porque el dolor que siente le amenaza de que como siga así, pronto no va a poder volver a hacerlo nunca. Lo único que le detiene a no hacerlo, es el sentimiento de solidaridad que lo tiene atado al resto de sus compañeros esclavos, ninguno de ellos habla, y ninguno de ellos se ha parado un segundo desde que empezaron a trabajar. Pero no puede más, le es imposible seguir aguantándolo, así que se para, yergue su cuerpo por primera vez en un buen rato y respira hondo, ese aire que coge es el primero que le sabe a libertad desde que entró por la puerta esta mañana. Automáticamente, todos los esclavos que trabajan con él se le quedan mirando, no ha visto una cara de miedo igual en su vida.