Hoy no está solo, todo lo que ayer echo de menos verla, hoy se lamenta de hacerlo, ni siquiera esas curvas tan bien moldeadas son capaces de arrancarle una sonrisa, cuando antes de pasar la muralla eran verlas y escaparse, algo que le hacía sentirse mal por no apreciar la gravedad del momento, en cambio ahora lo echa de menos por culpa de estar apreciándola con demasiada severidad. Aun así, no deja de mirarla de reojo siempre que puede, siempre ha sido un imán poderoso, si no la mira siempre acaba pensando en ella, y si la mira no puede pensar en otra cosa. Lo está haciendo sentir culpable, y ahora el recuerdo de morder un tomate y el de Julia recogiéndolos han sido entrelazados de forma inseparable, hubiera preferido un millón de veces que eso hubiera ocurrido con una buena tunda de latigazos, en ese caso su sabor hubiera sido potenciado y no espoliado. Su angustia por todo ese cúmulo de sensaciones, queda interrumpida por el sonido del silbato que anuncia la hora de la comida. Se yergue, y sin quitarle el ojo de encima se dirige a los bancos que hay al lado del huerto donde la espera sentado, conforme se acerca puede ver con más claridad su rostro lleno de tierra, está pegada por culpa del sudor, que se ha mezclado con ella y ha formado churretes por toda cara, lo que hace que todavía destaque más el brillo nítido y claro de sus ojos.
- Julia: Es durillo esto del huerto.
- Evaristo: Ya te digo que si es duro, ¿estás bien?
- Julia: No estoy mal. ¿Qué hay para comer?
- Evaristo: Ayer tocó ensalada, y hoy tiene pinta de que va ser lo mismo. Mira por allí viene nuestro amigo del látigo con ella. Cuando llegue, la dejará encima la mesa y tendrás que pillar uno de los tenedores que tendrá clavados y a comer.
Se siente muy violento a pesar de las cuatro palabras que ha intercambiado con Julia. Porque a pesar de que son unos cuantos los que están esperando la comida, ellos dos son los únicos que hablan, ninguno más se dice nada. A los pocos segundos llega la comida a la mesa. La ensalada está muy buena, igual de buena que la de ayer, Julia tampoco parece quejarse y con los carrillos llenos sigue picoteando en la ensalada. En un abrir y cerrar de ojos se acaba, y vuelta a empezar.
La presencia de Julia siempre tiene el mismo efecto en el espacio-tiempo, tiene el poder mágico de que siempre que está ella hace que pase más rápido, porque cuando no está el tiempo pasa demasiado lento esperando a que esté. El mirarla de vez en cuando le ayuda, endulza los momentos, donde esté y lo que esté haciendo pasa a un segundo plano. Cuando recoge un par de hortalizas o tres la mira, y sigue, y así se pasa el rato, siempre utilizándola a ella de analgésico para el próximo esfuerzo. Hasta que de repente desaparece, su corazón da un vuelco, cierra y abre los ojos un par de veces para cerciorarse de que lo que está viendo es cierto, o mejor para cerciorarse de que lo que no está viendo es real, y entonces el tiempo de repente vuelve a pasar igual de lento que cuando no está ella, su efecto analgésico desaparece, la realidad se vuelve tan amarga como en realmente lo es. Mire a donde mire no es capaz de verla, en su pequeño mundo se vuelve loco, pero no quiere alarmarse más de la cuenta, puede que no haya pasado nada, por eso decide que lo mejor es esperar un poco a que vuelva a cruzarse con su mirada. Menos más que eso no tarda mucho y en seguida vuelve, se pregunta a donde habrá ido, aunque cree que lo mejor va a ser esperarse a que se acabe la tarde y ella misma se lo cuente.
Junto a Julia la jornada acaba rápido, no cual no significa que no le duela todo igual que le dolía ayer cuando la acabó. Tiene otra vez esa sensación de que le duele todo, de que le quedan las fuerzas justas para volver al campamento. Pronto cruzan al otro lado de la muralla, la sonrisa vuelve a su rostro y al de Julia, y hasta le vuelve a dar igual que se le escape la sonrisa tonta cuando ve sus curvas.
- Evaristo: Ufff, siempre que salgo tengo la misma sensación de alivio, ¿no te parece como estar encerrado de repente en un mundo al revés?
- Julia: Ahora entiendo lo que me querías contar ayer. Yo también tengo esa sensación de alivio, es como si de repente te encerrasen dentro de una caja.
- Evaristo: Eso es, en una caja en la que nadie te ve ni puede ayudarte. ¿Te has dado cuenta de que nadie habla? Eso es lo que demuestra de forma más clara lo que pasa, están todos acobardados por culpa del miedo.
- Julia: No sólo eso, sino que nadie se fía en uno del otro, esa es la clave. Imagínate que alguno se queja libremente como tu y yo ahora lo estamos haciendo.
- Evaristo: Cualquiera que lo escuche puede ir a contárselo al del látigo.
- Julia: Es por eso, por lo que nadie habla.
- Evaristo: Oye, ¿y tu dónde te has metido? Ha habido un momento en que has desaparecido y no te he visto hasta pasado un rato.
- Julia: Le he pedido al del látigo que me dejase ir al baño, por cosas de chicas ya me entiendes, y me ha dejado.
- Evaristo: ¿Y has ido al baño?
- Julia: Sí. Y a más cosas.
- Evaristo: Ten cuidado, que nos encadenan y nos muelen a latigazos.
- Julia: ¿Y qué quieres que estemos así toda la vida?, ¿por qué crees que me ofrecí ayer voluntaria a venir contigo hoy? Tu sólo confías en mi, y yo sólo confío en ti, y esa va a ser la única forma de que escapemos de esta los dos sanos y salvos.