A la que es contestado con otra, después hay un leve intercambio de miradas que son las que sellan realmente el acuerdo. Esta vez la aguanta, poniendo su mejor gesto de jugador de póquer, no hay ni siquiera un atisbo de todo el odio que ahora mismo tiene y de todas las ganas que siente de lanzarse a su cuello y asesinarle, porque si no fuera por los dos matones que le escoltan, por el poblado que le espera al otro lado de la puerta, y por la muralla que lo separa del camino de vuelta a casa, eso sería justo lo que ahora estaría haciendo. Después de ese nuevo juego de nervios, el supuesto jefe vuelve a dirigirse a él.
- Jefe: Tanto hablar, tanto hablar, y ni siquiera no hemos presentado. Yo me llamo Enrique. De todas formas yo a ti ya te conozco Evaristo, decirte mi nombre no ha sido más que una cortesía, como ni me lo has preguntado.
Si aprieta un poco más los dientes, los va a convertir en harina, los oye rechinar a través de sus oídos. Trata de asimilar la indirecta por la que directamente sabe que lo están espiando, y vuelve a contestar sutilmente, conocedor de que no sólo es su vida la que corre peligro, sino también la de Vanesa.
- Evaristo: Pues encantado Enrique. Ya que nos conocemos mutuamente, y que por lo que parece hemos llegado a un acuerdo. Creo que podemos cambiar el tema de la conversación. ¿Dónde está Vanesa?, ¿está bien?, ¿cuándo podré llevármela?
A lo que es respondido no con palabras, sino con una sonora carcajada que resuena en toda la habitación. Mientras él se queda inmóvil, sigue petrificado, mientras siente como parece que le va estallar la cabeza por culpa del odio que siente. Lo odia tanto, que le sacaría los ojos para luego degollarlo, y por primera vez en su vida piensa que no sentiría ningún remordimiento al hacerlo. Es el único que no ríe de toda la habitación, el único que se está comiendo sus sentimientos a puñados, pero duda que alguien de su alrededor entienda lo que está sintiendo, son unos segundos interminables, pero finalmente paran, y Enrique con gesto burlón le contesta.
- Enrique: Evaristo, ¿pero que prisa tienes en irte? Yo creía que te quedarías a comer con nosotros, que nos haríamos amigos, joder yo estaba pensando de sacar un poco de vino y echar un mus, que para eso somos cuatro. ¿No quieres que seamos amigos?, o mejor aún ¿te gusta jugar al mus? porque sino también podríamos echar un parchís.
Lo está provocando, lo sabe porque todos los abusones son iguales. Se alimentan del sufrimiento de sus víctimas, disfrutan viéndolas retorcerse mientras la impotencia las consume. El abusón humilla hasta que hace perder la dignidad a aquellos que sufren su humillación, y les enseña que de su sufrimiento él hace una broma, una mofa, un circo, sus sentimientos son iguales que los de un payaso a los que le han tirado una tarta a la cara, no son más que parte del espectáculo. Pero contesta, tan dignamente, como le permite el poco de dignidad que le queda.
- Evaristo: Sólo dime al menos como está.
- Enrique: No te pongas tan serio hombre, que parece que vienes de un velatorio. Bernardo ve a por Vanesa y tráela, también di a alguien de fuera que prepare algo para comer para que se lleven por el camino, que parece que nuestros invitados tienen prisa por irse.
Al oírlo respira hondo, se le escapa el suspiro de forma incontrolada, es la expresión del alivio que siente al saber que le van a dejar irse.
- Enrique: Ya te dicho que alegres esa cara, que yo lo que quiero es que seamos amigos. O acaso los amigos van a dejar que uno de ellos se vaya con hambre. Vanesa está bien, la hemos estado cuidando, ya veras cuando la veas que no le ha pasado nada. Al principio no quería comer, pero le dejamos la comida en la jaula, y al rato ella misma fue la que se la comió sin que nosotros le dijéramos nada.
- Evaristo: ¿En la jaula?
- Enrique: Sí ha estado en una jaula desde que la trajimos de vuestro campamento, ¿dónde crees que la íbamos a tener?, ¿suelta para que se escape?, no hombre no, que si se escapa tu y yo no nos podemos hacer amigos.
- Evaristo: Claro.
- Enrique: Oye, y esa novia tuya, Julia, es guapa eeehh, muy guapa.
- Evaristo: Gracias.
- Enrique: Ya sabes que los amigos lo comparten todo, ¿o no hacen eso los amigos Evaristo?
Y acaba de nuevo su frase con otra sonora carcajada, que a la vez que inunda la habitación hace que un escalofrío le recorra todo el cuerpo. Piensa que lo mejor es no contestarle, porque a lo que le ha insinuado sólo se puede contestar de una forma adecuada mediante un acto, no con palabras.
Ambos se quedan otra vez callados desde que comenzó la conversación. Parece que a los dos se les ha acabado los temas de conversación. Intenta todo lo posible cruzar su mirada con la suya, es verlo y le provoca nausea, las ganas de asesinarlo son cada vez más intensas, de un momento a otro piensa que no va a ser capaz de contenerse más y lo va a matar, le da igual cuales sean las consecuencias. Al menos esta vez ambos respetan el silencio, supone que ya lo ha humillado suficiente por hoy.
Pasó a contar números, lleva haciéndolo desde que se quedaron los dos callados, eso le ayuda a olvidarse de donde está, empezó por el uno, y cuando va a llegar al 1.000.000 oye como justo se abre la puerta de la casa, mira en la dirección del ruido, y aparece Vanesa por ella. A simple vista está bien, pero al fijarse en su cara con más detenimiento se da cuenta de que se ha tenido que pasar las horas llorando esperando a que llegase alguien a rescatarla.