Apenas se ha hecho a la idea de donde está, cuando sus dos acompañantes aparecen de nuevo por la misma puerta por la que salieron. Vienen con un tercer individuo, mayor que ellos, no puede saber a ciencia cierta su edad, pero tiene que rondar fácilmente los cincuenta años, mientras que con los que ha venido todo el camino hasta donde está sentando no deben de pasar por mucho los veinte. La edad los diferencia, pero se da cuenta que su aspecto externo los asemeja tremendamente, barba de varios días sin afeitar, ropa sucia y con manchas de sudor, peinado descuidado, algo pasados de sobrepeso, tiene claro que su imagen no es algo que les importe, ni tampoco su higiene. Otro de los rasgos externos que los une, es sus caras de pocos amigos, algo que le indica ya desde un comienzo que lo que le espera no es precisamente una negociación, tiene toda la pinta de que el acuerdo ya ha sido escrito sin haberle dejado poner en él ni siquiera una coma. Tampoco fija la mirada en ellos por mucho tiempo, enseguida su mirada se cruza con la suya y automáticamente en ese instante pasa a hacer lo que hasta que apareciesen ellos estaba haciendo, mirar como sus manos jugaban la una con la otra, como sus pulgares describen círculos mutuamente el uno sobre el otro, mientras el resto de sus dedos yacen inmóviles y entrelazados.
En ese gesto sumiso sigue cuando nota su presencia a apenas unos palmos suya, el ruido de las sillas al arrastrarse los delata, y hace que de nuevo vuelva a levantar la mirada. El que aparenta ser el jefe se ha sentado justo delante suya, la mesa no tendrá más de un metro de ancho, distancia que le permite distinguir con claridad su olor, por lo que parece no sólo son las apariencias lo que ha descuidado. Los otros dos están uno delante del otro, con el que comparte sitio no es capaz de verlo, pero por eliminación sabe perfectamente quien es, es el que no ve en los límites de su mirada. Sigue guardando silencio, ni sabe que decir, ni cree que haya llegado su turno, son sus anfitriones los que se saben el guión de lo que va a suceder en la reunión, él se va a tener que conformar con improvisar lo mejor que pueda, lo único que tiene claro es que si hace falta mentira, mentira como un bellaco, dirá a todo que sí, con tal de poder volver a salir vivo con Vanesa por la puerta por la que ha entrado. Pasan algunos segundos incomodos en los que nadie dice nada, en los que él sigue aferrándose a su táctica de guardar silencio, hasta que el supuesto jefe empieza a hacer ruidos con su garganta en lo que parece es un intento de aclarar su voz, él se siente aliviado, por fin ese silencio incomodo va a terminarse. Cuando empieza a hablar no se espera para nada el tono de su voz, es aguda, chillona, es casi un pitido continuo y constante, cómica, tan cómica que tiene me morderse por dentro los labios, recordarse continuamente que su vida en ese preciso instante corre peligro, que como como suelte esa carcajada que continuamente amenaza con hacerse con los músculos de su rostro, no va a volver a ver a Julia. Tanto se concentra en no reírse y en ser consciente de su situación que apenas le queda espacio en su pensamiento para procesar lo que le están diciendo, aun así con retardo logra entonarse y centrarse en el mensaje y no en la forma en que está siendo transmitido.

Se sorprende así mismo haciendo gestos con su cabeza de asentimiento, la mueve rítmicamente de arriba a abajo mientras los escucha, ya es demasiado tarde para controlarla, por eso deja que siga su curso sin interferir ya con ella.

Le encantaría decirle que “No”, así rotundamente, de forma clara e inequívoca, que les deje en paz, que no hay un acuerdo libre voluntades cuando una de las partes está siendo chantajeada. Pero la misma fuerza que antes utilizaba para morderse lo labios, ahora la emplea en controlarse, en no decir lo que piensa. Y lo consigue, porque al final contesta justo lo que no quiere, pero su contraparte está esperando.

Aunque en verdad esto es lo que le hubiera gustado contestarle, “nos estás extorsionando con hacerle daño a una niña de 10 años, hay que tener muy poco escrúpulos para hacer eso, ¿y me pides como si tal cosa que te ayude? como te voy a decir que no…”. No obstante, no se le nota, hasta es capaz de forzar una sonrisa al final de sus palabras.