Sabía que le iba a tocar a él, tuvo un mal presentimiento desde que tocó el palito que le adjudicó la tarea, ese era el que iba a sellar su suerte, y al final aun así lo acabó cogiendo. Lleva un rato largo caminando, puede que horas, pero como se quedo sin pilas en el reloj y no puede ir al relojero a cambiarla, a ciencia cierta no sabe cuanto lleva, pero por el cansancio acumulado en sus piernas tiene que ser mucho. La opción de preguntarlo a sus compañeros de grupo se la ha planteado, pero enseguida la ha desechado no tienen cara de muchos amigos, de hecho siente miedo en su compañía, miedo que intenta olvidar fijándose en los detalles del camino. Esa forma de evadir la realidad que lo rodea, al final lo acaba trayendo otra vez a ella de golpe, de sopetón, porque a un lado del camino por el que marchan, es capaz de distinguir una fortificación, no dando crédito a lo que están viendo sus ojos. Al verla lo primero que hace es frotárselos con fuerza, tanto se los aprieta que en ellos se forman colores que tiene que esperar a que poco a poco se disipen antes de poder recuperar la visión con claridad. Esos pasos que ha perdido intentando recuperar la credulidad en sus sentidos, han hecho que se acerque todavía más a esa muralla que no quería querer ver al principio, ya no puede haber ninguna duda, sus enemigos han construido un campamento fortificado con arboles talados del bosque, gracias a ellos han construido una muralla de madera que al menos será cinco veces la estatura de un ser humano, ellos han dejado de ser ya unos nómadas, si tuviese que comparar su grupo con el de ellos en una escala evolutiva, los habrían adelantado. Además conforme se acerca todavía más a esa estructura defensiva, sus dimensiones se hacen cada vez evidentes, los superan claramente en número, no sabe exactamente cuantos son pero desde ya puede decir que muchos.
Cuando llegan a la puerta de la fortificación le ordenan sus acompañantes que se pare, y lo hace encantado, hace tiempo que se muere por sentarse. Mira a su alrededor y sigue sin dejar de sorprenderse, arriba de la muralla, uno a cada lado de la puerta, hay dos vigías armados con lo que antes eran sus armas, lo hacen en dos especies de torretas que evidentemente sirven para controlar todo lo que ocurre alrededor de la fortificación a cientos de metros de distancia. Sus acompañantes ahora ordenan a los vigías que abran la puerta, que antes de hacerlo lo miran de arriba abajo con mala cara, está claro que aquí no ha venido a hacer amigos. En algún instante se cruza su mirada con la de ellos, aunque rápidamente la aparta, su único y exclusivo objetivo es llevarse a Vanesa vivo para poder volver a ver a Julia, la que lo despidió con la mirada orgullosa pero llena de lágrimas. Al abrirse las dos grandes puertas que cierran la muralla lo que descubre es otra auténtica civilización en proceso de creación, caminando por su interior empieza a ver huertos, cabañas de madera, hasta paneles solares, todo dentro de lo que no será más grande que un campo de futbol. Sus moradores hacen exactamente lo mismo que han hecho los vigías de la muralla al verlo, lo miran con mala cara, y si en ellas hubiera algo escrito él juraría que pondría algo así como “desprecio”, acaban de conocerse y todo lo que absorben sus sentidos es odio, hasta los niños cuando pasa por su lado tienen esa expresión de arrogancia en sus rostros. Él hace los mismo que hizo con los guardas, e intenta que sus miradas no se crucen demasiado tiempo. El miedo que siente se intensifica cada vez más, hay algo dentro de si que le dice que lo quieren muerto, no hace falta que nadie se lo diga con palabras para entender lo que está pasando, pero hace lo posible por mantener la compostura, por evitar salir corriendo sin haberse llevado de allí antes a Vanesa. 
Tras algunos metros caminados entre ambiente tan hostil, entra en una de las cabañas que hay dentro de la fortificación. Están construidas con el mismo material con el que está hecha la muralla y nada más verla le recordó a una de esas cabañas del viejo Oeste americano, sensación que todavía se hace más fuerte cuando ve su interior. No es muy grande, es de sólo una planta, no debe de tener muchas habitaciones, desde donde él está únicamente puede ver dos puertas, que intuye son las que llevan a sus habitaciones. Lo hacen sentarse en una silla de madera, es de esas incomodas con sólo verlas, de las que ni el culo descansa cómodo por su dureza, ni la espalda encuentra una posición cómoda en su respaldo. La silla da a una mesa también de madera, vacía no hay nada en ella, o único que ahora tiene son sus manos y sus brazos cruzados. No ha abierto la boca en todo el camino, y ahora, tampoco se atreve hacerlo, por eso cuando sus acompañantes le dicen que les espere allí tranquilo sentado a que vuelvan, el lo único que hace es un gesto afirmativo con su cabeza. Ellos desaparecen por una de esas puertas que daban a la habitación donde está ahora sentado, y él se queda solo, aburrido, pero nervioso por la incerteza de ese futuro próximo. Mientras espera su vuelta se entretiene mirando la habitación donde lo han metido, dos ventanas que dan al exterior en las que no hay cortinas, ni aparentemente cristales, a no ser que estén tan limpios que sea imposible verlos, pero al lado hay dos tablas de madera de las mismas dimensiones que las ventanas, intuye que es lo que hace a la vez de cristal y de cortina, del resto poco más puede decir, la mesa donde está sentado, y otras tres sillas adornándola aparte de la suya, una a su lado, y otras dos en frente, no hay un cuadro, un vaso, o un plato, todo se resume a una mesa central con cuatro sillas y dos ventanas vacías por donde entre la luz. Tampoco tiene mucho a donde mirar.