Es la segunda vez que va, eso le ha quitado gran parte del encanto, ya sabe perfectamente lo que se va a encontrar y donde va a estar. Esta vez ya no está nervioso, no tiene esa prisa que tenía cuando se topó por primera vez con la estación de servicio, eso se nota en su caminar, hay sandwiches de sobra para todos. Con cada uno de sus pasos está más cerca de Ernesto y Maria, que no volvieron a entrar en la estación de servicio, sino que se han quedado en la puerta esperando pacientemente a que llegue el resto, conforme se acerca a ellos sus rostros empiezan a transmitir información, ya no son una expresión difuminada en la lejanía, y algo le empieza a llamar la atención, porque lo que esperaba leer en ellos no concuerda con el resultado de lo que ve, no hay atisbo de esas caras de felicidad que son las que deberían tener los que con hambre se encuentran con un almacén lleno de comida. Pero no le preocupa, la invasión alienígena está cambiando a todos los que la están viviendo, seguramente tengan más preocupaciones que no pueden sólo solucionarse con llenar el estomago.
En cambio él, cuando llega a su altura no puede evitar sonreír, es pensar en toda la comida de todas clases, formas, y sabores que alberga el almacén, que no puede evitar sentir felicidad ante la proximidad del momento de volver a verla. No es el único, los dieciocho que llegan a la estación de servicio comparten su estado de ánimo, todos, sin excepción, tienen una sonrisa que les llega de oreja a oreja.
- Sara: ¿Qué hacéis ahí en la puerta como pasmarotes esperando? Vamos a cargar con todo lo que podamos. ¡Venga, todo el mundo para dentro!
- Evaristo: ¡El último que entre se queda sin chocolate!
Si no fuera por lo mal que iba a quedar delante del resto, salía a correr para llegar el primero a donde está la comida. Mantiene las formas como puede, se queda en su posición intermedia dentro del grupo, todo el mundo sabe de sobra ya donde está la comida, en la única puerta que hay dentro de la estación de servicio. Ya está saboreando en su boca lo que va a comerse, está a escasos centímetros de la puerta del almacén, él no va tener el honor de abrirla pero le da igual, porque son apenas cuatro pasos lo que lo separan del primero, que efectivamente la abre, y entra, y detrás suya el resto que está deseando comprobar si es cierto eso que cuentan de un almacén lleno de comida.
Cuando entra se siente aliviado al ver que la comida no se ha ido a ninguna parte, el almacén sigue siendo un escondite perfecto para la comida que se esconde en ella. Es un almacén grande, más grande que la parte de la estación de servicio a la que está antes estaba permitido entrar al público y donde ahora están las máquinas saqueadas como símbolo del descontrol que ahora reina en la Tierra. Caben los dieciocho sin problema, ninguno estorba al resto, de forma mágica cada uno de ellos ha encontrado algo con lo que entretenerse, todo el mundo está buscando aquello que más se le antoja, ese pedazo de comida que elegiría si se fuese a acabar el mundo, porque eso es precisamente lo que ha pasado, el mundo se ha acabado. Él hace lo mismo, hace rato que no mira a nadie, que todo lo que es capaz de percibir son cajas de comida una encima de la otra.
Se debate entre volver a llevarse los sandwiches de jamón york y queso, o está vez decidirse por algo más exótico, como los botes de crema de chocolate, o las latas de conserva de frutas, si pudiera se llevaba todo, igual que la primera vez tenía muy claro lo que se iba a llevar, esta vez no lo tiene ni mucho menos claro. Pero de repente hay algo que lo saca del debate, un escalofrío hace que le recorra todo el cuerpo, eso que acaba de oír hablar no es un humano, eso que acaba de decirle que se detenga, es la misma voz sintética con la que en Marte le daban ordenes. Porque eso es lo que acaba de escuchar “QUEDAROS TODOS DONDE ESTAÍS SIN MOVEROS”. Casualmente le han pillado en una parte del almacén en donde está completamente oculto por las cajas, y el debate dentro de su cabeza ha pasado de tener como objeto, que comida me llevo, a si me quedo quieto, les hago caso, y dejo que me pillen o por el contrario me la juego y salgo de nuevo por la ventana que tengo en frente exactamente igual que hice en Marte. Lo tiene claro, si quiere volver a ver a Julia, lo que tiene que hacer es jugarse y escaparse por la ventana. Con mucha hambre, con rugidos del estomago que amenazan con delatar su posición, se despide de la comida, como abra cualquier caja está seguro de que van a escucharlo y en estos momentos prefiere irse con hambre que irse con los alienígenas. Ya tiene práctica, no es la primera vez que huye por una ventana, a este paso va a empezar a pensar que son construidas como salida de emergencia en vez de para mirar por ellas. Contiene la respiración, en estos momentos siempre se acelera, abre la ventana con mucho cuidado, todo el cuidado del mundo, y aún así no puede evitar que de ella salgan gemidos que hacen que al final decida que lo mejor es abrirla de golpe, y eso es justo lo que hace. En apenas un segunda ha abierto la ventana y ha salido de cabeza por ella. Ya al otro lado, nadie lo está viendo, no tiene ningún plan de huída, pero según están las cosas enseguida se le ocurre uno bien simple, va a correr todo lo que pueda hasta que se quede sin aire y sin fuerzas.