Apenas tuvo tiempo de sentarse cuando sus pies ya estaban de nuevo en movimiento. Pero si algo ha aprendido durante sus días de esclavo y luego la estrepitosa huida, es la capacidad de sufrimiento del cuerpo humano, llega un momento en que el cansancio deja de ser una sensación física para transformarse en un estado de ánimo, el estoy cansado, no es más que una forma de expresar una sensación psíquica, porque lo que es la fatiga física al final deja de existir. El hombre es la máquina más perfecta que existe, y cada día se da más cuenta de ello.
Han sido horas de caminata, decidieron dejar atrás las bicicletas para evitar todo lo posible caminos concurridos. Han atravesado el bosque como el homo sapiens tuvo que hacerlos miles de años atrás, en algún momento ha echado de menos un machete para cortar la vegetación que se encontraba en el camino, porque todo lo que ha tenido ha sido la ayuda de sus manos para apartar las ramas que aparecían en su camino, más de una ha acabado golpeándole en la cara. Aunque ya da igual, al fin han encontrado lo que buscan, tiene de nuevo delante de sus ojos la estación de servicio, de lejos aparece ya como un objetivo al alcance de sus manos.
Son un grupo de veinte personas, compuesto de hombres y mujeres con hambre, por eso han evitado siempre cualquier camino que pudiera exponer al grupo ante los invasores. Lo que pasa, es que ya no existe ninguna otra forma de poder seguir escondiéndose, no les queda otra que salir del cobijo de los arbustos que ahora les cobijan y lanzarse a pecho descubierto con dirección al almacén les espera la comida que tanto ansían. Son apenas unos cientos de metros, cualquier velocista podría hacerlos en apenas unos segundos, ni siquiera son ya minutos lo que los separa de su objetivo. Eso no significa obligatoriamente que la tensión haya desaparecido de su cuerpo, todo lo contrario, ella sigue la norma de la proporcionalidad inversa, cuanto más se acercaban a la estación de servicio cada vez más nervioso estaba, lo que significa que ahora es lo más nervioso que se ha sentido en todo el viaje. Como la última vez que estuvo cerca de ella, el grupo se ha detenido, y los que ya estuvieron antes están dando explicaciones al resto de lo que supuestamente van a encontrarse.
- Evaristo: Yo os puedo contar como lo hicimos la última vez que estuvimos. Para evitar que cogieran a todo el grupo, primero fuimos dos a ver que había. En ese caso nos tocó a Julia, que esta vez se ha quedado en la cueva, y a mi. Lo digo porque a mi me parece buena idea para evitar sorpresas, si vamos todos y hay problemas, los problemas los vamos a tener todos.
- Sara: A mi me parece buena idea, el problema es, como siempre, encontrar a los dos valientes que se atrevan a ser los conejillos de indias del resto.
- Ernesto: A mi se me ocurre una idea viendo todas las ramitas por las que estamos rodeados. Seguro que no es la primera vez que lo habéis hecho. Cogemos palitos, uno por persona, y los dos que cojan los palitos más cortos son los que van. ¿Qué os parece?
- María: Venga no le demos más vueltas que tengo hambre. Aquí tenéis los palitos, ir cogiendo.
Uno a uno de los forajidos va cogiendo su palo. Él espera que llegue su turno, y cuando finalmente llega respira aliviado por esta vez no va a ser él quien por primera vez averigüe lo que le espera al resto. Ironías del destino, los que al final se ven obligados a ir es Ernesto, precursor de la idea de selección y María, la que la ha ejecutado. Los ve como suspiran, y como con cara amarga de preocupación aceptan sin quejas su destino, han clavado su mirada el uno en el otro, en una especie de pacto secreto.
- Ernesto: Sabía que me iba a tocar a mi, esas cosas pasan por hablar, si hubiera sido otro el que hubiera propuesto la idea, pues le hubiera tocado a él.
- María: Efectivamente, exactamente hubiera pasado lo mismo si hubiera sido otra la mano inocente que hubiera sujetado los dichosos palitos.
- Sara: Ánimo, lo que tenéis que hacer lo tenéis claro, ¿no?
- Ernesto: Es fácil, llegamos a la estación de servicio y si todo está bien, os avisamos para que vengáis a coger más cosas. Venga María vámonos, ¿habéis escuchado eso? son mis tripas pidiendo comido.
- María: Venga, que yo estoy igual, en nada vamos a poder formar un coro de muertos de hambre.
Por fin se relaja, muy mal le tiene que ir para no volver a ver a Julia. Se queda tranquilo agachado contra el suelo, viendo como los dos desafortunados se marchan, que lo hacen de la misma forma tranquila en la que el los espera. Eso le hace confirmar otro aspecto de la naturaleza humana, por mucho que quieran engañarnos los cuatro pesimistas que irremediablemente existen en todas partes y épocas, el ser humano es optimista por naturaleza, nunca espera que nada malo pueda ocurrirle, sus previsiones de futuro son siempre positivas, su presente no es más que un cumulo de desengaños cuya amargura se endulza con nuevas previsiones futuras.
Todo parece dentro de la normalidad, nadie los ha asaltado por el camino, cuando desaparecen de su vista para entrar a la estación de servicio para él lo más difícil ya ha pasado. Dentro de poco tendrá la tripa llena y lo único que le impedirá seguir comiendo es la visión mental de Julia reclamándole su parte, y quizás alguna queja. Mira la puerta fijamente sabiendo perfectamente que de un momento a otro, en cualquier instante, o Ernesto o María saldrán por la puerta para con algún gesto decirles que vayan. Y así ocurre, al verlos no siente nada, simplemente es la confirmación de un plan a su forma de ver, maestramente ejecutado gracias al gran ingenio humano.