- Evaristo: ¿Quiere eso decir que tenemos un arma extraterrestre en la cueva?
- Ernesto: Efectivamente, pero no sabemos usarla. Está llena de botones y nos da cosa manipularla, ¿y si explota o algo? La verdad es que no le hemos vuelta a hacer ni caso.
- Antonio: Por favor que alguien me deje verla, yo soy ingeniero, quizás pueda sacarle algún provecho.
- Ernesto: Sin problema, ahora mismo te la traigo.
- Julia: A mi el arma casi me da igual, con una tampoco vamos a ser capaces de hacer mucho, lo que de verdad me preocupa es la historía de los humanoides robóticos. ¿Qué estarán tramando?
- Jacinto: Tarde o temprano lo acabaremos averiguando, ya verás.
- Evaristo: ¿Alguno más quiere contar su historia? porque supongo que ya más o menos sabemos todos lo más importante.
- Sara: Yo creo que es mejor que empecemos a preocuparnos del presente, ¿de qué vamos a vivir? Ahora somos veinticuatro bocas que alimentar.
- María: Y lo más probable es que siga llegando gente, eso significa que cada vez va ser más difícil ocultarnos, vamos que tarde o temprano los que vengas a visitarnos sean los propios alienígenas para volver a ponernos las cadenas.
- Antonio: Y comernos.
- Jacinto: O esclavizarnos.
- Evaristo: O primero una cosa y luego otra.
- Julia: Tienes razón Sara. Nosotros hemos encontrado un almacén lleno de comida en una estación de servicio antes de llegar, no podíamos con toda y trajimos lo que pudimos, pero hemos dejado una gran parte. Vamos, si no ha vuelto a ir nadie hay comida de sobra para todos, al menos, por un tiempo. Lo mejor sería volver ahora con vuestra ayuda a por el resto.
- Sara: Contar conmigo, ¿quién más se apunta?
- Jacinto: Esperar un poco, habrá que pensarlo. Lo digo porque algunos tendremos que quedarnos en la cueva aunque sea para saber quien sale y quien entra, y uno mínimo de los nuevos tiene que ir con vosotros, porque son los únicos que saben donde está.
- Evaristo: En lo de la cueva tienes razón, pero juraría que vosotros también sabéis a que estación de servicio nos referimos, hemos visto restos de envoltorios aquí mismo en la plaza que coinciden con los que había de las máquinas rotas de comida.
- Jacinto: Ni idea, por ahora yo todo lo que he comido y visto comer son los peces del estanque, y la fruta del bosque. De hecho me están dando unas ganas horribles de morderte la mano para que sueltas la caja esa de sandwiches que llevas. ¿Alguien sabe algo de lo que dice Evaristo?
En los pocos segundos que dura el silencio no se escucha ninguna respuesta, por otra parte no se había dado cuenta hasta ahora del tremendo valor del tesoro que agarra entre sus brazos. Si como cuenta Jacinto, se han estado alimentando de peces y frutas del bosque, tienen que tener un hambre horrible. Con Julia no tiene ningún problema en compartir nada, pero ¿y con los demás? ese dilema moral, y la sensación rara que ha despertado en su cuerpo son nuevos para él, nunca en su vida antes la palabra escasez había tenido significado. Sin embargo reacciona rápido, mucho más rápido de lo que el mismo se esperaba que era capaz de hacerlo.
- Evaristo: Yo me apunto con la expedición que va de nuevo a la estación, aquí me voy a aburrir. En cuanto a los sandwiches, ahora que compartimos cueva, habrá que repartir también el resto de cosas, ¿no? Deberíamos racionar entre todos toda la comida que tenemos, porque sino me estoy dando cuenta de que vamos a tener problemas muy, pero que muy, graves, de convivencia entre nosotros. Así que por mi parte, aquí tenéis la caja.
Sabe perfectamente que ese gesto tiene una grandísima importancia, que acaba de establecer la primera y más importante norma que debe seguir el grupo, nada es de nadie, todo es de todos. Y además, que al estarlo haciéndolo él, el resto de los del grupo que también tienen su caja como si fuera el bien más preciado del mundo, se van a ver obligados a hacer exactamente lo mismo, lo que se confirma por las caras largas de algunos, que no son capaces de ocultar su falta de entusiasmo por la idea. Al poco, su caja es acompañada por la del resto, que a regañadientes o no, acaban soltando la que tienen para ponerla junta a la suya.
- Antonio: Alguien debería encargarse de contar toda la comida que hay y empezar con las raciones que dice Evaristo desde ya. De todas formas lo que ha dicho Jacinto hay que tenerlo muy en cuenta, lo ideal sería que fuésemos capaces de subsistir sin necesitar recursos externos a la cueva o el bosque que la rodea. Igual que las ciudades que construimos tras la Gran Revolución, pues que la cueva sea autosuficiente.
- Evaristo: A la vuelta yo me apunto a lo de aprender a pescar. Yo me encargo de traer las cervezas.
De la cueva sale una expedición formada por veinte personas, acaban decidiendo que lo mejor es que vayan todos los que puedan, cuantas más manos tengan, más comida podrán traer. En la cueva se queda Julia, Jacinto, su inseparable novia Susana, y Antonio, al que le han traído el arma alienígena para que investigue su funcionamiento.
Antes de salir de la cueva le da un fuerte beso a Julia, y le dice algo al oído.
- Evaristo: Si te dejan sola un rato echa un vistazo a la cueva, a las habitaciones, no me creo que no haya comida escondida en algún sitio.
A lo que ella le responde asintiendo con un movimiento de cabeza.
Le esperan unas cuantas horas de caminata, no sabe que nuevas aventuras le esperaran por el camino. Pero de algo está seguro, necesita de todas esas horas, y de todas esas aventuras, para autoconvencerse de que no está loco, de que no es una pesadilla de la que acabará despertándose. Va a necesitar mucho tiempo para acostumbrarse a su nueva vida.