…Y efectivamente así era. El video nos lo pusieron un par de veces, tampoco era muy largo, y cuando creyeron que ya nos habíamos enterado bien de lo que teníamos que hacer empezaron a salir las piezas por la cadena de montaje. Yo en ese momento tampoco es que supiese muy bien lo que tenía que hacer, pero cuando unos bichos gigantes que dicen venir de otro planeta te tienen encadenado, al final acabas prestando atención por lo que te conviene. Mi función era fácil, yo sólo tenía que encajar su cabeza en el cuello. Tenían toda la pinta de ser como los muebles prefabricados, lo único que hacía falta era unir las piezas, la cabeza que a mi me toco montar ya venía perfectamente acabada. Daba repelús sólo verla, era la cabeza de un auténtico humano pero en vez de compuesta de músculos y huesos, era todo metal y tornillos, aunque si le mirabas a los ojos las semejanzas eran asombrosas, eran exactamente iguales a los de cualquier otro ser humano. Así me pasaba los días enroscando cabeza de humanoides a su cuerpo, tantas vi que al final era capaz de distinguir con sólo verla sus diferencias en formas y tamaños, no era sólo el color de los ojos las que las diferenciaba, parecían concebidas como réplicas exactas de seres humanos ya vivos. Pero yo no os puedo contar más, yo me queda en la parte mecánica del montaje, nunca vi a ninguno de esos robots en funcionamiento, nunca los vi con una apariencia completamente humana, no puedo asegurar a ciencia cierta lo que traman, puedo contaros lo que sospecho. En mi opinión van a infiltrar esos robots entre los humanos, ¿para qué? os estaréis preguntando, para controlarnos, para saber el sentido de nuestros pasos antes incluso que nosotros mismos. Pero os sigo contando. Yo tenía claro que no quería pasarme el resto de mi vida encadenado en una plata de montaje parando únicamente para dormir o comer, me daba igual que me amenazasen con perder mi vida, porque todos sabíamos de sobra que ese era el castigo que a todos se nos había impuesto, aquellos que se atrevían abiertamente a quejarse y no trabajaban o la hacían lento y mal, desaparecían completamente sin dejar rastro. Yo tenía que escapar de ese infierno como sea, por lo que mientras enroscaba cabezas tramaba un plan de huída en mi cabeza, para el que pronto encontré como colaboradoras a Sara y a Maria. No nos dejaban hablar, si quiera mirarnos mientras trabajábamos, pero era imposible que no empezáramos a hacerlo tras un par de días codo con codo en la cadena de montaje intercambiándonos miradas de desesperación. Como mientras que estábamos en la fábrica estábamos completamente controlados, yo empecé a escribirles notas cuando llegaba al campo de concentración que los alienígenas habían construido a las afueras de la ciudad. Porque esto no os lo he contado, pero a mi el día que me sacaron por la fuerza de mi casa fue la última vez que la volví a ver. Cuando acabábamos de trabajar no volvían a meter en el camión para llevarnos a ese campo de concentración en el que dormíamos en tiendas de campaña y sobre prácticamente el suelo, si no hubiera sido por las esterillas del grosos de un papel que había entre el suelo y el saco de dormir donde dormíamos. El caso, yo me las apañé para conseguir un trozo de papel y un lapicero y antes de dormir les escribía alguna tontería a alguna de ellas, les pasaba el trozo de papel de forma disimulada al día siguiente, y otro día después obtenía su respuesta. A mi el plan de huir se me ocurre viendo al alienígena con las llaves de nuestras codenas colgadas del cinturón, me moría de rabia verlo pasear con ellas de arriba abajo mientras yo estaba todo el día enroscando cabezas y sin poder hablar. Este alienígena tenía un grave defecto, y es que llevaba las llaves hacía nuestra libertad como el que lleva un llavero que le han regalado con la Torre Eiffel a amigo después de hacer turismo. Os podéis imaginar lo que se me pasaba por la cabeza cada vez que estaba cerca mía, atreverme un día a quitárselo sin que se diese cuenta. Eso fue al final lo que acabé haciendo tras avisar a Sara y María en una de mis notas, y de contestarme ellas que se apuntaban, y no sólo eso, María decía que sabía de un sitio donde podíamos quedarnos si logramos escapar. El día que nos escapamos, era un día como cualquier otro, me había despertado por culpa del frío en un saco de dormir durmiendo en el suelo, luego nos encadenaron y nos metieron en el camión, nos llevaron a la fábrica donde como todas las mañanas sustituíamos nuestro uniforme de prisioneros por el mono de trabajo, y el resto del día ya no fue igual. Yo en el camión de ida a la fábrica ya tenía las llaves en mi bolsillo, al habérselas quitado al alienígena antes de subir, no se dio cuenta, fue tan fácil como quitarle un caramelito a un niño, y en el camión, que era el único momento del día donde estábamos solos sin ser vigilados, me dedique a abrir las cadenas mías y de Sara y María. Prometo, ellas lo saben, que ofrecí al resto de los que nos acompañaban hacer lo mismo con las suyas, pero nadie quiso, yo creo que nadie se creía que íbamos a ser capaces de conseguirlo. Cuando llegamos a la fábrica yo estaba como un flan, el plan era huir nada más que abrieran la puerta del camión, pero para eso había también que conseguir robar el arma que llevaba el alienígena que abría la puerta, y claro eso también me tocaba hacerlo a mi. Para el camión, abren la puerta, vamos bajando uno a uno el camión encadenados, cuando María que baja justo antes que yo, le quita la supuesta pistola con la que nos amenazaban al alienígena y empieza a apuntarle con ella a la cabeza. Gritándole “¡quieto o disparo!, ¡quieto o disparo!” yo creo que la primera vez que lidiaba con una mujer terrícola enfadada, no movió ni un pelo. Salimos a correr los tres y el arma. Nos trataban como auténtico ganado, como si hubiéramos perdido todo espíritu de lucha y supervivencia, sólo tenían a ese alienígena para vigilar a un camión con cincuenta humanos. Así es como llegamos nosotros a la cueva.