…Cuando llegué a eso que llamaban el centro de control de la estación espacial no había más que caras de desesperación, además se llenaba de gente cada vez más rápido, todos apretando a los unos contra los otros, intentando hacerse un hueco en un espacio en el que en pocos minutos ya no cabía nadie. Te sentías como una sardina en una lata de sardinas, apenas con el espacio suficiente para poder respirar, por supuesto era imposible intentar moverte. Cuando se supone que estábamos todos, Gustavo volvió a hablar, allí nos contó lo que estaba pasando, los alienígenas invasores nos daban a elegir entre perder la vida o trabajar como esclavos, imaginaros la decisión, nos estaban claramente humillando. Gustavo nos dijo que lo mejor era votar, la expresión de la mayoría hasta sus máximas consecuencias, yo vote que sí a la esclavitud, no porque quisiese ser un esclavo, sino porque muerto si que ya no tienes ninguna esperanza de recuperar ninguna libertad. Al final, como era previsible, ganó el sí a la esclavitud. Yo sinceramente tengo que admitir que me sentí aliviado. Luego que vino fueron los alienígenas, supongo que todo el mundo a estas alturas de la película ya los ha visto, unos bichos gigantes y muy feos que parecen una mezcla entre humanos y arañas. Cuando llegaron, a mi casi se me paró el corazón al verlos, de sólo verles las pintas que tenían sabía que la cosa no pintaba bien, independientemente de que ya nos hubiesen convertido en esclavos. Los alienígenas se convirtieron en nuestros huéspedes, y a mi me tocó sacar las cosas de mi habitación. Y al poco de acabar de hacerlo, empezaron las largas e interminables horas de trabajo en la mina. Nos llevaron en los mismos camiones que aquí vimos cuando llegamos, el que casi nos pilla cuando veníamos a la cueva, a una explanada en mitad de la nada de Marte y nos dijeron que nos teníamos que poner a picar en el suelo y a sacar palas de arena, que teníamos que hacer túneles, y que era imposible utilizar explosivos por culpa del mineral marciano que teníamos que extraer, todo esto a través de una máquina marciana rarísima que traducía sus palabras. A mi la verdad que lo de ser astronauta me ha llegado tarde, ya paso los cuarenta, yo no tengo esos veinte años en los que no se te acaba la vitalidad, y aunque vi como a esos que se sentaban se los llevaban a algún sitio del que ya no volvían, un día ya no pude más, y también me senté. Al instante me llegó un alienígena, me enganchó del brazo y me metió en el mismo camión en el que había llegado. Yo no sabía a donde iba pero claramente me temía lo peor. Me llevaron de vuelta a la estación espacial, y una vez allí me metieron en una jaula, atado de pies y manos, los únicos momentos del día en que nos las soltaban era para dejarnos comer la comida que nos llevaban. Literalmente nos obligaban a comer, nos atiborraban de comida, en esos momentos el problema ya no consistía en parar trabajando, sino en parar comiendo, al que no se lo comía todo, era al que se lo llevaban. Yo sabía que nos estaban cebando, y tampoco hace falta ser muy listo para saber porque, era evidente que nos habíamos convertido en parte de su dieta. La comida de la estación espacial era mejorable, pero yo me comía todo con tal de que no me comieran, engordé en una semana de cautiverio como un auténtico cerdo, igual que los que estaban conmigo. Lo peor es que no nos dejaban ni hablar, tras acabar la comida nos volvían a amordazar y a atar las manos, y si tenías que ir al baño tenías que levantar la mano, posibilidad que no existía por la noche, así que más de uno acabó haciéndoselo encima. Yo ya me veía horneado y servido en un plato de plata con una manzana en la boca, rodeado de entremeses, siendo comido por nuestros amigos los alienígenas. Aunque nunca perdí del todo la esperanza de que algún día alguien viniera a salvarnos, y eso fue justo lo que pasó un día, bueno para ser más exacto una noche, no se que nos hacían, supongo que nos pondrían droga en la comida que nos servían todos los días, pero a la noche, todos caíamos rendidos, yo al menos tardaba pocos minutos en dormir tras acabar la cena, el caso, de repente cuando me desperté vi que alguien, más bien intuí porque no se veía nada, que alguien me estaba desatando las manos, alguien nos estaba salvando. Salimos de la jaula, y aunque la droga para dormir seguía haciendo efecto, la adrenalina que generábamos por culpa de nuestras ganas de sobrevivir era más fuerte, y el resto puede resumirse en correr todo lo que podíamos hasta la nave en la que volvimos a la Tierra mientras escuchábamos como los alienígenas nos disparaban por las espalda, a mi casi me da un infarto ese día, os lo juro. Esa es mi historía, que supongo que se parece mucho a la de todos los que llegamos en esa nave.