…Yo me acuerdo como mi vida fue cambiando día tras día, de vivir en mi casa tranquilo sin preocupaciones e ir a mis jornadas de trabajo obligatorio como conductor de trenes como una simple rutina, a una autentica lucha por la supervivencia. La gente dejó de ir a trabajar, la comida de dejó de llegar a las ciudades, de hecho empecé a temer poder morir de hambre. Pero esa era una sola de las preocupaciones, el crimen se apoderó de la ciudad, era como si todo el mundo hubiera sido poseído, nadie obedecía ya a ninguna de las normas de la razón. Asaltaban casas, mataban, violaban, salir a la calle o quedarse solo en casa era igual de peligroso. Además yo no tenía sólo la preocupación de seguir con vida, yo tengo a Susana, y que yo muera de hambre o me pase algo no me importa comparado con lo que me preocupa que le pase algo a ella. Al final pasábamos los días los dos solos en casa, a oscuras, con un cuchillo en la mano, mientras las pocas reservas de comida que teníamos se acababan poco a poco. Pero cuando creíamos que las cosas no podían ir a peor, que nuestras vidas ya eran todo lo difíciles que podían llegar a ser, llegó lo que en lo más fondo de mi corazón siempre pensé que nunca pasaría. Cuando a mis oídos llegó lo de la invasión alienígena de Marte, creí que no era más que un bulo inventado por algún loco, o bloguero que sólo buscaba más visitas, cuando empezaron los disturbios en la calle sinceramente pensé que la gente se había vuelto loca. Y al final cuando vi la nave alienígena posada sobre la ciudad, la primero que pensé fue que el que se había vuelto loco era yo. Los alienígenas restauraron la paz, el desorden y el caos en la calle desapareció el día en que su nave se posó estática sobre la ciudad. Si te asomabas por la ventana ya era imposible ver a un alma en la calle, la gente se metió en su casa y se puso a comerse todo lo que habían podido conseguir durante los días de antes. Eso duró poco. Pronto, al par de días de su llegada, los alienígenas iban casa por casa sacando a los humanos que había en ellas, los encadenaban, les ponían grilletes, los llevaban en grupo hasta una especie de camión y desaparecían. Susana y yo fuimos espectadores de lujo, nuestra ventana se convirtió en la única forma de saber que estaba pasando, y cuando vimos que se llevaban a nuestros vecinos de la calle, decidimos que ya no podíamos aguantar más tiempo escondidos, no sabíamos a sitio donde se los llevaban pero si los habían encadenado no tenía que ser muy bueno. Ese día nos vimos obligados a salir de casa y aprovechamos para escaparnos la madrugada. No me gusta contarlo, no es algo de lo que me siento orgulloso, pero yo antes, y también mi familia éramos miembros del PML, yo me he criado en esta cueva, he vivido en esas habitaciones. Yo era uno de los niños, en mi caso un adolescente, de los se beneficio de la amnistía concedida a los niños y ancianos cuando el PML entregó las armas. Por lo cuando ese día llegó, yo ya sabía a donde tenía que ir, era algo que además ya había acordado con Susana. Nos fuimos de casa con lo puesto, algo más de ropa y la poca comida que nos quedaba. Salimos de la ciudad, y caminando por el bosque tras días de caminatas interminables llegamos a la cueva. Cuando llegamos ya había gente, ahora los llamamos amigos, espero poder hacer con vosotros lo mismo.
Ha escuchado la explicación como el niño que escucha las palabras de un cuentacuentos, por el silencio que se ha respetado durante ella cree que al resto le ha pasado lo mismo. En cualquier caso, esperaba sentirse más conmovido, impresionado, por lo que le habían contado, pero nada de eso ha pasado, su experiencia le ha endurecido de tal forma que ya nada de lo que puedan contarle será jamás capaz de impresionarle. 
Nadie se atreve a seguir hablando, las palabras de Jacinto muestran y esconden igual de sufrimiento como para necesitar algo de tiempo para digerirlas. A él también se le han quitado las ganas de hablar. Espera a que algún valiente acabe con ese silencio pronto, es incomodo. Eso acaba pasando cuando uno de los astronautas se ánima a contar su historia.
– Liberado 1: Venga, que esto parece un velatorio. Me toca contar a mi como he llegado hasta aquí. Yo soy Antonio y formo parte del grupo de astronautas que hace un par de meses se fue a colonizar Marte, éramos más de 500 el día que salimos de la Tierra. Todos deseando vivir una experiencia digna de ser contada, de cumplir un proyecto de vida que nos había costado años de sufrimiento conseguir, años de esfuerzo estudiando y preparándonos físicamente para ser parte esa primera expedición con la intención de formar una colonia terrícola en Marte. Todo ha resultado una pesadilla y no un sueño. No pasaron más de 24h. desde que llegamos cuando una nave alienígena, supongo que igual que la que vino a la Tierra, empezó a disparar sobre la atmósfera artificial de la estación espacial. Yo en esos momentos acababa de llegar al taller donde había conseguido un puesto como ingeniero, era parte del equipo que iba a construir los paneles solares de nueva generación que suministrarían electricidad a la nueva colonia. Apenas acababa de presentarme a mis nuevos compañeros cuando todo empezó a temblar, y nadie sabía que estaba pasando. Recuerdo salir corriendo y ver la nave alienígena sobre mi cabeza lanzando rayos de luz verde que chocaban contra la cúpula de cristal de la estación, y al poco oír a Gustavo, la inteligencia artificial de la estación espacial que acabábamos de conocer, llamarnos al centro de control. Yo no sabía donde eso estaba, así que me puse a seguir allí a donde parecía que todo el mundo iba.