A pesar de la incertidumbre de no conocer con exactitud su destino, disfruta del viaje, y todavía disfruta más cuando ve a lo lejos las luces de la ciudad donde ha quedado con Julia. Todavía es de noche, todavía las lunas reinan en el firmamento y es el reflejo de su luz lo que ilumina la noche hasta que por fin entra en la ciudad. Se nota que no es la primera vez del ciempiés, es entrar a sus calles y disminuir súbitamente su velocidad, por mucho que todavía estén vacías y no haya nadie. Eso le hace sentir, al menos momentáneamente seguro, su huída ha sido todo un éxito, se ha escapado igual de sigilosamente que ha llegado, el problema es que sabe que él y Julia disponen de poco tiempo para aprovecharse de esa serenidad, más temprano que tarde la araña que lo ha visto huir avisará al resto, momento en que empezará su captura, que si concluye con éxito seguramente ponga fin a su vida de forma trágica.
El ciempiés, como todo animal que ha aprendido un truco, hace lo que su amo espera de él que haga, y para donde siempre ha parado cuando ha ido a la ciudad, en el aparcamiento que hay a su entrada de carros, aunque en esta ocasión el viaje lo haya echo sin uno de ellos. Ya en su destino, se baja de su montura y se despide de ella, no sin antes dedicarle las últimas caricias y darle las gracias por todo lo que ha hecho, puede que no hablen la misma lengua pero a veces no hace falta hablarla para saber lo que uno necesita del otro. Ha quedado con Julia en el único sitio que ambos conocen, en el lugar del parque donde se vieron por última vez y donde quedaron en escaparse. Por suerte, aunque cada vez hay más claridad en el firmamento, la noche sigue siendo su dueña, y entre su cuidado a la hora de caminar con todo el sigilo que puede y ese cobijo que todavía le proporciona las pocas hora de oscuridad que todavía quedan, se mueve como una auténtica sombra, sin hacer ruido, sin dejar el más mínimo rastro, sin ser percibido por nadie ni nada.
Sólo ha estado un par de veces en la ciudad, sin embargo se conoce a la perfección el camino, es lo que ocurre con los lugares a los que te gusta ir, que son como aprender a montar en bicicleta, da igual el tiempo que tardes en volver, porque siempre serás capaz de regresar con los ojos cerrados. Cuando llega ya es casi de día, los gorriones ya cantan por culpa del impacto de los rayos de sol que aunque todavía poco severos ya empiezan a calentar e iluminar el día, ese sonido y la belleza del parque le llena no sólo de alegría sino de esperanza, como una premonición de que todo va a salir bien, de que nada puede salir mal, de que está sólo a unos pasos de volver a encontrarse con Julia y a apenas unos momentos de volver a recuperar su plena libertad. La impaciencia por que ese momento llegue le hace perder toda cautela y directamente ya corre hasta donde se supone ha quedado con ella, y todavía corre más cuando su figura se puede distinguir a lo lejos, es ella, está cien por cien seguro de que es ella, ya corre tanto como puede.
Julia lo está esperando con una sonrisa de oreja a oreja en los labios, ella parece que también ha sido contagiada con la magia del parque. Inevitablemente, cuando se reúnen se vuelven a fundir en otra abrazo parecido al que se dieron la última vez que se vieron en ese punto, pero no igual de intenso, en está ocasión es mucho más corto, se abrazan a penas unos segundos, en está ocasión no siente ganas de no soltarla, todo lo contrarío sabe que cuanto antes la suelte más probable es que luego pueda darle todos los que quiera.
– Julia: ¿Qué has estado haciendo?
– Evaristo: ¿Tu qué crees?
– Julia: Ya creía que no venías.
– Evaristo: No creas que ha sido fácil, cuando me levante esta mañana no creía que fuese a ser capaz de llegar más lejos del umbral de la casa donde me tenían retenido.
– Julia: ¿Te subiste al final en el gusano?
– Evaristo: Sí.
– Julia: ¿Y qué tal?
– Evaristo: Increíble.
– Julia: Espera…¿ves eso?
– Evaristo: ¿El qué?
– Julia: Por la dirección por la que has venido se distingue la forma de dos arañas gigantes, ¡vámonos de aquí pero ya!
En ese momento le engancha del brazo como siempre hace como su vida está en peligro, como cuando huyeron por primera vez de parte, como cuando la nave espacial alienígena estuvo a punto de explotar con ellos dentro, como cuando ahora están a punto de ser pillados.
El plan hasta ahora está funcionando a la perfección pero en cualquier momento puede que se les acabe la suerte, los dos lo saben, y los dos corren como si su vida dependiere de ello, porque realmente lo hace. Julia lo lleva hasta el hangar de naves espaciales que le contó que había descubierto, si las casas son enormes, la desproporción de ese hangar son descomunales, no hay nada en la Tierra que se le parezca. Para entrar Julia ya va preparada, y al llegar a la puerta saca sin decir nada una piedra de color negro de su bolsillo, la coloca en una especie de ranura que en la puerta, y ésta se abre. Dentro pueden verse unas cuantas naves espaciales, eso sí, todas iguales, todas cortadas por el mismo patrón, por lo cual se paran en la que está más cerca cuando llegan a ella, aunque eso pasa tras otra buena carrera.
En ese momento Julia saca otra piedra, la vuelve a colocar en otra especie de ranura, y la puerta de la nave al igual que la puerta del hangar se abre.