Es un bicho enorme, largo como casi un tren, gordo como el tronco de la secuoya más viaje que exista en la Tierra. Así al verlo desenrollado, ante él, no se sabe si siquiera será capaz de subirse encima suya, menos aún si podrá dirigirlo hasta la ciudad donde Julia le espera.

Para subirse a él no le queda otra que agarrarse a su cuerpo, no hay nada a la vista a lo que se pueda subir o pueda servirle de escalera para que le facilite el trabajo. Todo apunto a que entre él y el ciempiés gigante han llegado hasta ahora a una especie de acuerdo, pero duda de que este acuerdo pueda mantenerse durante su escalada, aun así no le queda otra que probarlo. Vuelve a posar sus manos con calma sobre su compañero de viaje, le dedica otra par de caricias, y cuando acaba de hacerlas se pone a intentarlo. Su cuerpo es gelatinoso, parece estar hecho de completamente de algún fluido extraño que es mantenido con forma por la capa de piel que lo envuelve, la que tampoco va a facilitarle de ninguna forma el trabajo, porque ésta es lisa como la palma de una mano, y tan suave como una piedra que se ha pasado el último siglo de su existencia siendo moldeada por las corrientes del mar. Tras sentir su cuerpo, agarra un pedazo de esa piel resbaladiza de la que está compuesto, primero con su mano derecha y luego con su mano izquierda, y poco a poco empieza a apretar ese tejido con sus manos tratando de que en algún momento sea lo suficiente consistente como para permitirle escalar sobre él. Temeroso de que con su presión el animal se asuste, todo lo hace con el máximo cuidado, y es correspondido porque el ciempiés gigante sigue en su estado tranquilo en el que ha estado desde que lo despertó en el establo. Fijadas sus manos lo intenta, da un pequeño salto y agarra su mano derecha en una parte superior a donde esta agarrada antes, pero falla, en cuanto su cuerpo pierde contacto con el suelo sus manos se resbalan y acaba justo donde estaba antes. Así que para el próximo intento se prepara todavía mejor, vuelve a agarrar ambas manos sobre el anima, y además esta vez clava, literalmente, su pie derecho en él, aprieta con la puntera de ese pie y consigue con esa presión conseguir hacer una hendidura en el cuerpo del animal que le sirve de escalón. En esa postura, con ambas manos agarrándolo, y con uno de sus pies incrustado contra su cuerpo, vuelve a intentarlo, y a la vez que estira la pierna que ha conseguido fijar trata de volver a agarrar su mano derecha en el mismo punto del que antes resbaló. Y lo logra. Ha conseguido despegarse algunos centímetros de suelo, y no sólo eso, parece haber encontrado la forma de llegar hasta arriba. Ahora clava su pie izquierdo, y cuando siente que está lo suficientemente seguro, vuelve a hacer lo mismo que hizo antes con su pierna derecha, estira su pierna izquierda, y esta vez su mano izquierda la que se agarra en un puntos superior del que estaba antes agarrada. Vuelve a conseguirlo sin resbalarse siquiera un centímetro. Aprendida la técnica, repite el proceso varias veces con todas sus extremidades, siempre con la máxima cautela y el máximo cuidado de no enfadar a su nuevo amigo. Cuando acaba, puede que esté experimentando una alegría y orgullo comparable al del primer ser humano que coronó la cima del Everest, o al menos, eso es lo que le parece a él, sentado sobre un ciempiés gigante, como cualquier otro jinete que se dispone a dar un paseo con su montura. Le dan ganas de gritar, ¡arre!, ¡arre! o de pegar un silbido ensordecedor, como lo hacían cualquier vaquero del Oeste americano que se preciase, pero no es el momento ni el lugar de hacerlo si no quiere despertar a las arañas que lo tienen retenido, por lo que en esa postura hace lo que hizo para sacarlo de la cuadra, agarra con con su mano izquierda la antena izquierda del ciempiés, y con su mano derecha pues su antena derecha. Sin embargo, no pasa nada, sigue quieto en el mismo sitio donde estaba antes. Se para un poco a pensar que hacer, y decide equiparar esas antenas a las riendas de un caballo, tira de ellas hacía atrás primero despacio, y al ver que no pasa nada luego con todas sus fuerzas, a lo que acompaña con golpes con sus talones a los lados de la cabeza del ciempiés donde está subido. Buscaba una reacción y esta vez la ha conseguido, el ciempiés vuelve a erguir la parte delantera de su cuerpo, de forma tan brusca, que si no fuera porque está fuertemente agarrado a sus antenas lo hubiera tirado, además empieza a mover de forma brusca todo su cuerpo, de un lado a otro de arriba a abajo, mientras el sufre por no caerse. Ha liado una buena, los espasmos del animal están haciendo un montón de ruido, piensa que en cualquier momento van a salir las arañas y lo van a pillar in fraganti.

Y justo es eso lo que pasa, de repente sale una de ellas, y lo ve allí subido, pero parece que no es al único que no le gustan, porque el ciempiés a sentir su presencia, deja de moverse de forma incontrolada y sale corriendo a toda velocidad en dirección opuesta a la casa. Cruza metafóricamente los dedos, porque de otra forma no puede sino quiere caerse, para que la dirección que ha elegido el ciempiés para huir sea la misma que él ha elegido para quedar con Julia. Puede que no coincidan, puede que todo acabe con él muerto siendo comido como un entrante por una de las arañas de las que huye, pero a su juicio el riesgo está mereciendo la pena, la sensación de libertad encima de un bicho así, moviéndose así de rápido, no tiene precio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *