Podría estar así toda la vida y morirse de hambre si fuera preciso, si le prometiesen que con nunca soltarla, nunca más la iba a echar de menos. Pero todo es efímero, y esa efimeridad de las cosas se manifiesta en todo, en lo bueno y en lo malo, en lo que dura en marchitarse una flor, en lo que tarda que se te pase el dolor de una patada en la espinilla, en lo que dura un abrazo a alguien a quien realmente quieres, en lo que tarda en acabarse una conversación de ascensor con una persona a la que odias, efimeridad que tiene su culmen en el momento en que el ser humano es consciente de lo efímero de su existencia, ningún otro ser vivo vive tan atemorizado del carácter efímero de su ser como él, efimeridad que no tiene mejor reflejo que el sueño del que cada día se despierta, porque, ¿qué es sino la muerte sino un sueño eterno que nunca se acaba? Porque la muerte, al contrario de todo lo que existe, no es efímera, es eterna, dejar de existir es lo único que te libera de la tiranía de lo efímero.

Por eso, cuando Julia se despega de él tiene que hacerlo con fuerza, eso si, sin soltarle la mano. Tras el prolongado abrazo, que probablemente haya durado varios minutos, se vuelven a quedar clavados los ojos del uno en los del otro, momento en que empiezan a hablar sin que esa conexión desaparezca.

– Evaristo: Llámame pesimista, pero creí que no iba a volver a verte nunca.
– Julia: Pesimista. Siempre lo has sido.
– Evaristo: Aun así, he sido yo él que te he encontrado y he corrido hasta alcanzarte.
– Julia: Sí yo no hubiera empezado a caminar buscándote eso nunca hubiera pasado.
– Evaristo: Sí yo hubiera dejado de continuamente mirar a todas partes por si apareces…
– Julia: Para, dejémoslo en que si nos hemos visto, es porque los dos tenemos ganas de hacerlo. ¿Cuanto tiempo ha pasado? estás más alto y todo.
– Evaristo: No te hagas la graciosa, lo he pasado mal sabes, pensando en ti todo el día por si te habían hecho algo.
– Julia: Bueno, pues ya puedes dejar de hacerlo, mira estoy igual que la última vez que me viste.
– Evaristo: Puede ser, aunque tu no has crecido, en todo caso estás más flaca.
– Julia: Eso es porque me ha faltado en la dieta tu.
– Evaristo: Ya, claro.
– Julia: ¿Dónde te has metido?, ¿qué has averiguado?, ¿estás bien?
– Evaristo: No sé, pero todo aquí es muy raro. Para empezar, ¿a ti también te llevan con una correa al cuello dos arañas gigantes?
– Julia: Sí, simplemente estaba esperando el momento oportuno para contártelo, no quería empezar con eso de repente.
– Evaristo: Pues, como puedes observar, no somos los únicos, eso parece ser toda una moda.
– Julia: Ya lo he visto ya.
– Evaristo: ¿Es la primera vez que vienes al parque?
– Julia: No, vengo casi todos los días.
– Evaristo: Al menos, en eso has tenido suerte.
– Julia: Me los he pasado buscándote.
– Evaristo: Yo pensando en ti, en mitad de la nada.
– Julia: Va, pero sígueme contando.
– Evaristo: Me tienen aislado en una casa en mitad del desierto, y vamos, soy su esclavo, o más bien su mascota, no me obligan a trabajar, pero tengo que estar allí aguantando, si escapo no se a donde ir, aunque ahora al volver a verte tengo ya al menos un buen motivo.
– Julia: Yo más o menos igual, pero no estoy en mitad del desierto, yo estoy en una casa en la ciudad, por eso quizás vengo más por aquí. ¿Y esos con los que estabas quienes son?
– Evaristo: Mis nuevos amigos, venga, ven, ¿quieres conocerlos?
– Julia: Espera, para, cuéntame más cosas primero. ¿Qué te han dicho?
– Evaristo: ¿Tu no has hecho amigos?
– Julia: Ya te dicho que me pasaba el rato buscándote, venga, ¿qué te han dicho?
– Evaristo: No te vengas abajo, pero por lo visto, hace tiempo que la humanidad perdió la guerra, y ahora para las arañas gigantes invasoras no somos más que sus mascotas. Así muy resumidamente, es lo que me han contado.
– Julia: Ya me lo temía, ¿y tu qué les has contado a ellos?
– – Evaristo: Qué vengo de la Tierra, que veníamos a liberarla de las arañas opresoras pero que en el intento pues nuestra nave se estrello.
Julia: No tenías que haberles contado nada, ese tenía que haber sido nuestro secreto.
– Evaristo: ¿Por qué?
– Julia: Porque como se enteren las arañas gigantes, y créeme que se van acabar enterando, porque tu noticia va a correr como la pólvora, mucho me temo que van a volver a sus malos hábitos de comer humanos y tu y yo vamos de dejar de vernos, ¿recuerdas la tontería de que todo es efímero?
– Evaristo: Claro, es lo primero de lo que me he acordado cuando te he visto.
– Julia: Pues eso.
– Evaristo: ¿Entonces la he liado?
– Julia: Digamos, que si antes teníamos prisa en escapar, ahora es cuestión de vida o muerte.
– Evaristo: Ya, ¿pero como escapamos?, y sobre todo, ¿cómo si no me hubiera ganado la confianza de ellos para que me contasen que es lo que pasa, si primero no les contaba yo a ellos algo?
– Julia: La respuesta a ambas preguntas ya la tienes que saber, pues como siempre hemos hecho, investigando por nuestra cuenta.
– Evaristo: Te he echado mucho de menos.
– Julia: Ya lo veo.
– Evaristo: ¿Y tu?, ¿has averiguado algo?
– Julia: Pues claro, ¿o acaso te piensas que yo no te he echado de menos y que yo no he estado dándole vueltas a como podíamos escapar de aquí?
– Evaristo: Venga, pues cuenta.
– Julia: Cuento, cuento, pero esto secreto entre los dos.
– Evaristo: Prometido.
– Julia: Las arañas gigantes estas que se creen las dueñas del universo, pues siguen teniendo naves espaciales, como con las que invadieron la Tierra, pero todavía más modernas. La idea es simple, la de siempre, coger una de ellas y escapar.

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