– Evaristo: Espera, entonces, si todos los que estáis aquí han nacido en cautividad, ¿qué ha pasado con el resto?
– Compañero de juego 1: Esa es quizás la peor parte, ¿te has fijado que entre nosotros no hay viejos?
– Evaristo: Sí, fue una de las cosas que pensé cuando os vi por primera vez, que erais todos jóvenes.
– Compañero de juego 1: Porque no nos dejan envejecer, cuando llegamos a cierta a edad desaparecemos.
– Compañero de juego 2: Evidentemente, todo no podía ser bueno.
– Evaristo: Perdón, ¿cómo que desaparecéis?
– Compañero de juego 1: Sí, cuando los humanos alcanzan cierta edad no volvemos nunca a verlos. Nadie sabe donde los llevan, o que hacen con ellos. Pero sabemos lo que les ha pasado, sus entradas en el pelo, sus arrugas en los ojos, les delataba de que ya les quedaba poco.
– Evaristo: ¿Y eso cuándo pasa?
– María: ¿Y qué más te da?
– Evaristo: Hombre pues para hacerme una idea.
– Compañero de Juego 1: Dicen, que aquí nadie puede pasar nunca de los 36 años terrícolas. Pero tampoco es un número cierto, porque aquí nadie sabe lo que son 36 años terrícolas, no hay estaciones, los días no duran 24 horas, los años nadie sabe lo que duran.

Al escucharlo se queda literalmente blanco, si sus cálculos son correctos, a él ya no le debe de quedar mucho. Salió de la Tierra con poco más de 35 años, eso significa que apenas le quedan unos meses para que lo lleven allí a donde todos van cuando se hacen viejos.

– Compañero de Juego 1: ¿Estás bien? Te has quedado blanco. No te preocupes por eso ahora, a ti se te ve joven todavía, no parece que eso te vaya a pasar hasta dentro de mucho tiempo. Mira aquí nadie se preocupa por eso, lo que hacemos es disfrutar del día a día. Puede que no seamos libres, pero tampoco tenemos que trabajar para comer o tener una casa, y hasta que llega ese día podemos hacer siempre lo que nos de la gana.
– Evaristo: Claro, claro, tienes razón. Si la vida da igual lo larga o corta que es, lo importante es disfrutar de ella todo lo que se pueda.
– Compañero de juego 2: Pero…¿tu entonces vienes de la Tierra?
– Evaristo: Sí.
– Compañero de juego 2: ¿Entonces nunca antes habías llevado un collar al cuello?
– Evaristo: No.
– Compañero de juego 2: ¿Y naciste libre?
– Evaristo: Claro.
– Compañero de juego 2: ¿Y como es eso de ser libre?
– María: ¡Buah!, como eso le importarse al alguien…¿acaso no estás aquí bien?, ¿no eres feliz con todo lo que te dan sin que des nada a cambio?
– Compañero de juego 2: Sí, pero tengo curiosidad por saberlo. Venga, cuéntame un poco de como era la vida en la Tierra antes de que pasara esto.
– Evaristo: Pues la vida en la Tierra era genial, yo creo que la humanidad no había sido más feliz nunca en su existencia sobre la faz de la Tierra. Hubo una Gran Revolución, ¿sabes? dejaron de existir las fronteras, las clases sociales, las familias, con ella se acabo cualquier tipo de distinción que estuviera basada en raza, edad, o sexo. Trabajábamos sólo hasta los 21 años, como una forma de mantener cierto trabajo comunitario para dotar de los mínimos esenciales a la sociedad, comida, techo, infraestructura, pero luego te podías dedicar a lo que tu quisieras. Yo por ejemplo estudie medicina y quería ser médico, pero podía haberme dedicado el resto de mi vida a envejecer sin dar un palo al agua, y de los 18 a los 21 me dediqué a trabajar en una granja, que fue donde me toco trabajar por sorteo. Desde los 16 eras mayor de edad, de pequeño vivíamos todos juntos en la escuela…Yo he sido muy feliz.
– Compañero de juego 2: ¿Qué es una revolución?
– Evaristo: Una revolución, es un cambio social drástico, rápido, que normalmente surge de manera espontánea, sin que previamente nadie lo organice. Llega un momento en que la gente está harta de algo y se revela.
– Compañero de juego 2: Eso es justo lo que aquí necesitamos. Una revolución.
– María: Pues serás tu. Yo así soy muy feliz.

Ha sido acabar de hablar y su atención se ha centrado en algo, ya no ha escuchado las respuesta de sus compañeros, y si lo ha hecho, no le ha prestado la atención suficiente como para darse cuenta de ella. Por delante de sus ojos ha pasado alguien que conoce, pelo castaño, ojos claros, piernas largas, un buen culo, es Julia, y si no es ella, tiene que parecérsele mucho. Sin decir nada, se levanta todo lo rápido que puede de donde estaba sentado. Hoy tiene que ser su día de suerte, por fin se ha enterado de que es lo que pasa con los humanos en ese planeta tan raro, y además, ha vuelto a verla. Quiere correr tan rápido que sus piernas y sus pies no son capaces de seguirle el ritmo, se tropieza varias veces por el camino, pero se levanta con la misma rapidez con la que se había caído, ya casi la tiene a mano, ya casi puede tocarla.

Puede que pueda parecer absurdo pero mientras corre, y se levanta cuando se cae, tiene que reprimirse para no gritar su nombre, quiere darle una sorpresa, quiere que se ponga tan contenta como se ha puesto él cuando la ha visto, no quiere que sus palabras estropeen ese momento al avisarla de lo que va a suceder. Por eso cuando está a su altura, tampoco la toca, la adelanta y se pone justo delante de ella para interrumpirle el paso. Sus miradas se encuentran por primera vez en mucho tiempo, su plan ha dado resultado y la cara que pone al verlo, no se le va a olvidar nunca. Tampoco se dicen nada, las ganas que tienen de abrazarse el uno al otro son tantas, que antes de que las palabras se interpongan en su camino se funden de nuevo en un abrazo interminable.

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