Y el día llega. Sentado como siempre aburrido en la puerta de la casa, llegan los dos alienígenas mostrándole de nuevo la correa, y aunque pueda parecer una auténtica ironía como consecuencia de la humillación que le supone, se pone contento al verla, sus ojos se iluminan, una sonrisa quiere aparecer dibujada en su rostro, esa correa significa que esta vez quizás pueda ver a Julia en el parque, o que al menos pueda encontrar respuesta a alguna de sus preguntas.

No es que se lance a la correa al verla como signo de aprobación, pero tampoco huye, se queda quieto esperando a que la enganchen, y cuando eso pasa está ya preparado para seguir todos sus movimientos. Además, durante todo el tiempo que ha esperado a que llegue este momento, ha estado pensando como podría ser capaz de hacer que María le creyese la próxima vez que la viese, y para eso ha decidido que lo mejor es llevarle una prueba del viaje espacial que demuestra que está diciendo la verdad, casualmente en uno de los bolsillos de su sucia chaqueta, ha encontrado un envoltorio de una de las barritas de comida concentrada que Julia le dio cuando se estrello la nave, el día que la vio se acordó terriblemente de ella. Por eso, cuando le enganchan la correa y empieza a moverse junto a ella, lo hace con la mano metida en el bolsillo de esa sucia chaqueta donde está metido ese envoltorio, agarrándolo con fuerza, conocedor de que es su ticket a la información que tanto ansia, que no es más que un paso más para volver a recuperar de nuevo su libertad.

Otra vez a la jaula, sin embargo, la sensación que tiene al entrar en ella es diferente a la que tuvo la última vez. Nada del miedo por no saber a donde le llevan, nada el hastío que le provoca estar encerrado, esta vez entra sabiendo perfectamente a donde va y teniendo claro que va tener los ojos abiertos como platos para aprenderse mejor todavía si cabe el camino hasta la ciudad, donde está seguro está otra de las claves para escapar.

El camino pasa tan lento como para aquel que está deseando llegar a su destino, a pesar de que los dos ciempiés gigantes que tiran del carro donde va metido son extremadamente eficaces en su trabajo, son muy rápidos, se mueven a grandísima velocidad, por donde pasan dejan una enorme cortina de humo atrás, y apenas le da tiempo a fijarse por donde pasan por culpa de su que su rapidez, entre eso y que todo el paisaje es siempre el mismo, su labor de fijarse por donde pasa está siendo todo lo contrario que la de los ciempiés, inútil, absurda, tendría realmente suerte si acierta al decir en que simplemente llevan una linea recta desde que salieron de casa.

La misma felicidad que le invadió el cuerpo cuando vio la correa, es la que se apodera de él cuando ve a lo lejos la ciudad, porque puede que supiese a donde iban, pero nada de eso era realmente cierto hasta que ha podido comprobarlo con sus ojos. Cuanto más cerca están más despacio se mueven los ciempiés, hasta que cuando llegan a la altura de las puertas de la ciudad su paso ha quedado reducido a poco mas que el de cualquier ser humano caminando. Ya dentro de la ciudad todo sigue igual que cuando estuvo la última vez en ella, sigue dando la impresión de ser el centro comercial de ese territorio remoto, alienígenas entrando y saliendo cargados con bolsas de lo que parece ser tiendas, muchos de ellos abarrotando la calle, y otros cuantos en carros parecidos al suyo tirados por ciempiés gigantes que circulan de un lado a otro por medio de la calzada.

Paran donde pararon la última vez, y comienza lo que comenzó tras parar la última vez que visitaron la ciudad, un paseo por ella, por sus tiendas y comercios, mirando a todas partes a ver si ve a algún humano como él. Pero al igual que el viaje, está vez este paseo y deambular se le hace largo y tedioso, no hace más que pensar en cuando se acabará, en cuando le volverán a soltar la correa dentro de ese gigantesco parque donde es el único lugar donde es capaz de saciar, calmar, sus ansias de libertad. Lo mismo le pasa durante la comida, ninguna de las sobras que le lanzan sus dos captores mientras comen es capaz de desviar su pensamiento, sigue deseando que se acabe, le da igual marcharse con igual o más hambre con la que llegó, con tal de que se vayan lo antes posible.

Cuando todo acaba y por fin se dirigen hacía donde es el único sitio donde quiere estar, no puede evitar ir tirando de la correa, tener la visión a lo lejos del parque le hace perder los nervios, olvidarse de donde y con quien está, y toma la iniciativa del paso mientras con su manos evita que lo ahorquen. No obstante, nada de eso es capaz de alterar el paso de los dos alienígenas que lo llevan atado, siguen caminando igual de despacio, siguen sin hacer caso a las prisas que tiene por llegar, y todas su prisas resultan en un derroche de energía inútil.

Después de ese derroche, el camino al parque se ha convertido en algo agotador por culpa de su impaciencia, apenas le quedan fuerzas, y cuando llega al parque espera tímidamente a que hagan la última vez que fueron, que lo desaten. No tardan en hacerlo, a pocos pasos la correa se desengancha, pero antes le advierten, cree distinguir que con sus zumbidos y gestos, le avisan de que cuando el collar pite debe salir corriendo hacía la puerta por donde acaban de entrar, y sino es eso, le da igual, es lo que había pensado por el camino iba hacer la próxima vez que pase. Ahora, ya sólo le queda correr hasta el punto donde la última vez estuvo con María y sus amigos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *