No es la primera vez que está delante de ella, su imagen le hace recordar un pasado no tan próximo en que nada de lo que ha ocurrido desde la última vez que la vio, era previsible. Antes compartir una vida con Julia no era más que un sueño, un castillo en el aire, como mucho en la arena, que cualquier ventolera o marea alta podía llevarse por delante, antes lo de ser médico no era más que un taco grueso de apuntes, lo de viajar a Marte una mala novela, lo de conocer vida extraterrestre algo parecido a una pesadilla. Pero en cambio, ahí está delante de ella otra vez, habiendo convertido en realidad lo que no eran más que ideas, y sin que nada de todo eso que ha pasado haya cambiado ni un ápice su apariencia. Sigue situada en el mismo lado de la montaña, escondida tras los mismos matorrales, camuflada entre su entorno, nadie que no supiera ya que existe podría ser capaz de encontrarla, por eso si ahora debe quedar algún lugar seguro en la Tierra debe ser este.

Antes de entrar repite la misma idea a los doce liberados que les acompañan, pero está vez habla alto para que todos le escuchen.

Cuando ha dicho que creía que se acordaba como era por dentro no ha mentido, si cierra los ojos puede recorrer sus pasadizos con la mente. No obstante, cuando remueve la maleza de la entrada se siente inseguro, tiene miedo de acabar él todos los que le siguen perdido en un laberinto si salida, al menos la caja de sandwiches que lleva bajo el brazo le alivia, si es de hambre de lo que ha de morir va a tardar un tiempo hasta que eso pase. Desplaza la maleza con cuidado para entrar, como tratando de evitar el peligro que puede encontrarse al otro lado, y comienza a caminar hacía el interior de la cueva igual de despacio que entro en ella. Sentir las manos de Julia siempre le alivia, sentir sus manos agarradas a su espalda cuando empieza la oscuridad le hace perder el miedo. Con su mano derecha se guía por la pared de la cueva, pronto no ve nada, ahora su sentido del oído se agudiza, oye con todo detalle cada uno de sus pasos y los del grupo, su sonido retumba en la cueva y entra en su oído con la misma claridad que si lo tuviera apoyado contra el suelo. Si mal no recuerda es todo recto, no hay atajos ni pasadizos que se bifurcan, si lo que quiere es llegar a ese hueco gigante que tenía la cueva en su interior y donde entraba con fuerza la claridad del día, lo único que tiene que hacer es seguir caminando y tener paciencia. 
Ha pasado un rato desde que entraran dentro y desde que perdiese su sentido de la vista, la agonía de haberse equivocado amenaza con hacer una mella definitiva en su confianza. Cuando igual que el rayo de esperanza que iluminó su rostro al abrir la puerta del almacén, está vez un rayo de luz real y no metafórico, empieza a iluminar su cara haciendo que recupere la visión. Han llegado ha donde tenían que llegar. En seguida lo que ve es esa sala gigante donde los estaban esperando los niños y ancianos del PML cuando se rindieron, hicieron bien en no tirar abajo la cueva, es un búnker pero con ventanas y sin estar bajo tierra, su propia reserva de agua, luz eléctrica iluminada por paneles solares, camas, y rodeada de toda una fauna y flora que puede servirles de sustento. 

No hace falta que le contesten para saber la respuesta, Julia y sus doce acompañantes no parecen salir de su asombro, miran a todos lados con cara de impresionados.

Pero no todo es tan maravilloso como parece, le acaba de llamar algo la atención, hay restos de envoltorios de comida tirados en el suelo y son exactamente iguales a los que había tirados por el suelo en la estación de servicio. Cree que no están solos en la cueva, puede que incluso haya alguien ahora mismo viéndolos escondido en algún sitio.