Contiene la respiración con la cabeza agachada entre la maleza, no ve nada, sólo escucha como un zumbido se acerca a toda velocidad hasta donde están ellos, para justo cuando parece que el corazón le va a estallar, oír como poco a poco desaparece. Lo único que el vehículo de los alienígenas ha dejado a su paso es una nube de humo, rastro que igual que ellos se difumina en el camino, pero que le ha hecho tener que aguantar la tos, haciéndole que se le salten las lágrimas, por miedo a ser descubierto.
Cuando pasa un rato largo, cuando el susto se le ha pasado, se atreve de nuevo a levantar la cabeza, la mayoría de los del grupo sigue con ella agachada. Van a tener que acostumbrarse a la presencia de los alienígenas, y a aprender a enfrentarse al miedo, si quieren seguir con vida. Se está dando cuenta de que el primer obstáculo al que se van a tener que enfrentar no es la vida extraterrestre invasora, van a ser ellos mismos por culpa del inevitable miedo que los paraliza.
De nuevo completamente erguido, mirando a todas partes para confirmar que ha desaparecido el peligro, avisa al resto para que haga lo mismo.
- Evaristo: Levantaros, que se han ido.
Uno a uno se van levantando, al verlos le parecen conejos que han salido de la madriguera cuando el peligro de encontrase con su depredador ha desaparecido. Del ambiente festivo que había en el grupo cuando llegaron a la Tierra, ya no queda ni rastro, ahora lo que hay son caras largas que llegan hasta el suelo, el volver a enfrentarse cara a cara con su enemigo ha confirmado lo que hasta ahora eran sólo sospechas, todo resquicio de esperanza que pudieran tener de estar equivocados ha desaparecido. Su vida como seres humanos, libres, independientes, felices, pende de un hilo, si no quieren que esa vida pronto se restrinja a dos opciones, esclavitud o muerte, van a tener que ser pero que muy listos, y además demostrar mucha capacidad de sufrimiento.
- Liberado 1: ¿Qué hacemos?, ¿de nuevo a las bicicletas?
- Liberado 2: Yo ya no voy a subirme tranquilo, en cualquier cruce de un camino nos pillan, ¿no sería ir mejor a pie?
- Julia: Como vayamos a pie no vamos a llegar nunca, hay que volver a intentarlo.
Todos se suben igual de despacio que se levantaron, la desconfianza en ellos empieza a hacerles mella, no le hace preguntarles para saberlo, él no es ajeno a los problemas del grupo y no le hace falta preguntarles para saber que es lo que le pasa. La marcha al final se reanuda, esta vez sin chachara, sin que nadie disfrute de la estupenda mañana para dar un paseo en bicicleta.
Sabe que no les queda otra, que Julia tiene razón, y aunque la marcha a pie es mucho más segura, en realidad sólo lo es en apariencia, porque el viaje a la cueva se eternizaría, porque ni las provisiones ni las fuerzas que dependen de ellas aguantarían. No obstante, ni siquiera una marcha en bici les asegura el éxito de la operación de huida, son muchos kilómetros y aunque el calor no es excesivo ni tampoco lo es el esfuerzo, los tres litros de agua se van a acabar antes de que remotamente se acerquen a su destino. Son catorce seres humanos los que hay que hidratar, tienen que encontrar una máquina de comida y otra de agua, y eso la única forma de hacerlo será en una estación de recarga de bicis eléctricas. Cruza los dedos deseando que pronto se topen con una. La otra opción es una posibilidad suicida, entrar en la ciudad a coger víveres para el viaje sólo supondría su detención para volver a ser víctima de la explotación.
Pasan y pasan los kilómetros, pero no vuelven las ganas de hablar en el grupo. Hasta que por fin dan con su objetivo, a lo lejos aparece una de esas estaciones de servicio que puede salvarles la vida, y en la que continuamente estaba pensando. Nada más verla, Julia da el alto al grupo, está seguro de que quiere organizar su asalto.
- Julia: Tenemos que organizarnos. No podemos arriesgarnos a caer todos en una emboscada en la estación de servicio, hay que hacer dos grupos, uno que vaya a ver que hay, y otro que se quede cuidando las bicicletas, necesitamos algo con lo que huir si se trata de un trampa.
- Liberado 4: Yo me quedo cuidando las bicis.
- Liberado 5: Y yo.
- Liberado 6: Y yo.
- Julia: A ver, no nos podemos quedar todos vigilando las bicicletas no seas egoístas. Yo voy a la estación, ¿quién viene conmigo?
- Evaristo: Yo.
- Julia: Contigo ya contaba, ¿alguien más?
Y lo que sucede a la pregunta de Julia es un silencio de esos incomodos. Nadie quiere acompañarla.
- Julia: Vamos tu y yo Evaristo a ver que hay, no podemos obligar a nadie.
No le sorprende, es mucho más seguro quedarse escondido cuidando las bicicletas que ir a la estación, allí el factor sorpresa es mucho mayor, puede pasar cualquier cosa.
Se han parado a apenas unos metros de la estación de servicio, al paso que han ido han tardado 5 minutos en llegar. Exteriormente no hay nada que llame especialmente su atención. Hasta la puerta todo parece encontrarse dentro de la normalidad, si no fuera por que está vacía, es raro no encontrarse en ella con nadie, y más a estas horas del día. Quiere hacerse el valiente delante de ella, porque el amor no es algo que se mantiene estable si un esfuerzo constante que lo mantenga con vida, así que es él quien abre la puerta, y con ese gesto la normalidad se esfuma. La estación de servicio ya ha sido asaltada, las maquinas de comida han sido saqueadas, están rotas, a su alrededor lo único que queda son las evidencias del delito. De todas formas eso no significa que sean todo malas noticias, hay otros como ellos que están huyendo, no son los únicos miembros de la resistencia, puede que incluso también se dirijan a la misma cueva a la que van ellos.