– Evaristo: Es la pura verdad, venga mírame a lo ojos, ¿ves como no te engaño?
– María: No me vas a convencer, porque pongas cara sería y abras los ojos como platos para intentar intimidarme. Para mi simplemente te estás haciendo el gracioso, aprovechándote de que eres el nuevo.
– Evaristo: Bueno, pues olvidémonos de mi por un momento y cuéntame que es lo que haces tu aquí.
– María: ¿Yo hacer?, pues lo que hace todo el mundo, ¿o es que no lo ves?
– Evaristo: Me refiero, a como llegaste.
– María: Pues como acabas de llegar tu.
– Evaristo: No eso, digo antes.
– María: ¿Cómo que antes? Mira me estás empezando a poner un poco nerviosa.
– Evaristo: Sí, como has acabado aquí llevando una correa al cuello en un planeta que no es el tuyo.
– María: Pues como todo el mundo listillo.
– Evaristo: Vale, ¿y cómo ha acabado todo el mundo?
– María: Mira, no tengo tiempo para estas tonterías, cuando dejes de comportarte como un crío y dejes de irte riendo de la gente hablamos.
– Evaristo: Pero…
– María: Ni peros ni nada, por cierto, ni nos hemos presentado, me llamo María.
– Evaristo: Y yo Evaristo.
– María: Yo ya me tengo que ir, no quiero que luego me empiece a pegar calambrazos el cuello sin ton ni son, y tu deberías hacer lo mismo.

No es capaz de salir de su asombro, no ha sido capaz de sacarle ni una sola palabra en relación con lo que realmente le interesa, ¿cómo ha llegado toda esa gente hasta allí? Tras sus últimas palabras no le ha dejado ni despedirse, se ha levantado y lo ha dejado allí solo, viendo como se marchaba con cara de pasmarote. Mira hacía donde se supone que debería de estar el resto, no pierde la esperanza de sacar algo de información antes de volver al mitad de la nada, pero tampoco queda nadie, todo el mundo se ha marchado si que se haya dado cuenta mientras ha tenido esa pequeña y absurda conversación con María. Ahora sus últimas palabras resuenan en su cabeza como algo premonitorio, “me voy antes de que me empiece a dar calambrazos el cuello, y tu deberías hacer lo mismo”, y se pregunta ¿qué es lo que habrá querido decir con eso?, ¿acaso, a él también va a empezar a tener calambres en el cuello?, y de ser así, ¿a dónde tendría que ir para evitarlo? De todas formas, tampoco tiene nadie a mano a quien preguntárselo, así que se queda disfrutando de su libertad todo el tiempo que le sea posible. Todo está en la más absoluta calma, sólo se escucha el ruido de las ramas y de las hojas al moverse de los arboles por culpa del viento, y de algún gorrión que ha decidido ir a hacerle compañía y que con su canto le recuerda que el también tiene hambre. En ese momento se acuerda de Julia, lo que le hace sentirse triste, tiene la sensación de que no va a volverla a ver jamás.

Su melancolía y tristeza se interrumpe por un culpa de un pitido que no sabe de donde proviene, pero que tiene que estar muy cerca. Se trata de un “bip”, “bip”, agudo, rítmico, pero que para predecir la llegada de algo, pues cade vez se hace más intenso y más fuerte, como si le estuviera avisando de que se le esta acabando el tiempo. Se empieza a palpar todo el cuerpo, y se da cuenta de que en él hay algo extraño, en su cuello sigue el collar que sirve para atar la correa con la que le estuvieron paseando por la ciudad. Es de él de donde provienen los pitidos, tiene que ser de eso, de lo que le ha avisado María antes justo de irse. No sabe a ciencia cierta lo que va a pasarle, pero se lo imagina, algo le dice que de un momento a otro su cuerpo va a empezar a estremecerse por culpa de ese collar que lleva atado al cuello. Sin dudarlo ni un sólo momento, tras descubrir al culpable, empieza a buscar alguna forma de quitárselo, pero no sabe como, con sus manos todo lo que palpa es un collar hecho de una pieza, no tiene hebilla, no tiene agujeros, no está atado con nada que sirva para desatarlo, así que trata de sacárselo por la cabeza, pero es imposible, lo que está ajustado al cuello no puede salir por algo que tiene el doble, quizás el triple, de diámetro. Tira tanto de él que se hace realmente daño, y cuanto más pita más tira, y cuanto más tira más se desespera porque es literalmente imposible. No hay forma de quitárselo, sólo le queda esperar al desenlace terrible que sabe de un momento a otro va a llegar.

Aguanta quieto, consciente de lo que le aguarda el destino, se siente como al preso que han sentado en la silla eléctrica esperando de un momento a otro la descarga que le va hacer temblar. Esa tensión le está literalmente matando, aprieta fuerte los ojos, aprieta fuerte los dientes, el pitido del collar se le está clavando literalmente en el cerebro y con las escasas fuerzas que le quedan cruza los dedos de sus ambas manos pidiendo que llegue ya el desenlace. Y desenlace llega súbitamente en la forma de una descarga terrible que le hace temblar todo el cuerpo, mientras eso ocurre está lo suficientemente consciente como para saber que está perdiendo la consciencia, para darse cuenta como su cuerpo da convulsiones tirado en el suelo y sentir como por culpa de ellas saliva se le escapa por las comisuras de su boca. Todo acaba, para su alivio, cuando se queda por fin inconsciente.

Abre los ojos y todavía está en el parque, pero ya no está solo, junto a él están los dos alienígenas que lo han convertido en esa mascota exótica que lo único que le queda es obedecer. Ya es tarde, los tres soles que antes le calentaban se están despidiendo en el horizonte y su lugar lo ocupan ahora igualmente tres gigantes lunas que brillan lo suficiente como para ver a los alienígenas señalar su cuello y la puerta del parque.

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