Cuando acaba con ese trozo, le sigue llegando comida, de forma intermitente pero continua, siempre tiene algo que comer y con lo que calmarse. Así el tiempo pasa más rápido, e incluso a veces ni siquiera es consciente de su situación, de que está sentado en el suelo comiendo las sobras que dos arañas gigantes comparten con él en un planeta lejano, a años luz de su casa, la Tierra.

Su comida acaba a la vez que la de sus amos, cuando ellos acaban con lo que tienen él deja de recibir su premio por su buen comportamiento. Tras que unos se relaman las pinzas y él se chupe las llamas de sus dedos, los unos se levantan de donde estaban sentados y él los sigue con la mirada, para inmediatamente después levantarse de donde está sentada y seguirlos caminando, de esa forma logra evitar ese tirón tan molesto en el cuello, su castigo por no hacer caso de lo que le ordenan. Vuelven a pasear por la ciudad, y está vez ya no le parece extraño hacerlo atado a una cuerda, no sabe si es porque se está acostumbrando o por los efectos que el estomago lleno tiene sobre su cerebro. Pero camina relajado, empapándose de su entorno, mirando a todas partes, curioso por ser la primera vez que visita la ciudad.

Después de todo tampoco es tan difícil, sólo tiene que estar atento a los movimientos de quienes le dirigen, si es capaz de mirar de reojo por donde caminan, no hay tirones y puede caminar tranquilo. No sabe que es lo que pasa, pero cada vez ve a más humanos como él, es como si lo estuvieran llevando a algún sitio específicamente diseñado para humanos, eso le pone contento, tan contento que a pesar de su humillante situación, de la que es plenamente consciente, se le dibuja una sonrisa en el rostro, sonrisa que lo que de verdad esconde es una esperanza, aunque sólo sea mínima, de volver a ver en ese lugar a Julia.

Tras un rato caminando, llegan a un parque, por primera vez desde que está en ese planeta, que da la impresión de ser un enorme y aburrido desierto, ve arboles, ve césped, es como un trocito de la Tierra en suelo extraterrestre. No puede salir de su asombro cuando lo ve desde lejos, y cuando por fin pone un pie en su interior todavía su incredulidad es mayor, hay pájaros, gorriones, carpinteros, pajaritos de colores, que cantan y pasan por delante de sus ojos, hay un riachuelo, artificial empaquetado entre cemento, pero que eso no hace que le quite ni un poco de magia al agua que lleva, además ese riachuelo acaba en un estanque enorme. Le entran unas ganas horribles de correr, de tirar de la cuerda que tiene en el cuello y liberarse, o al menos ser él quien mande y dirija el camino. De hecho, sin darse cuenta y como poseído, empieza a dar unos tirones horribles de la cuerda, la agarra y tira de ella con sus manos, y cuando capta la atención de sus captores señala con el dedo en dirección al estanque, quiere verlo, quiere ir allí a donde señala con su mano. Para su sorpresa, no sólo le hacen caso y empiezan a caminar en dirección al estanque, sino que poco después lo liberan, le sueltan la correa que tiene atada al cuello, y él automáticamente empieza a correr hacía el agua.

Corre todo lo que le dan sus pies y todavía corre más, cuando junto a la orilla del estanque empieza a distinguir a más humanos como él reunidos a su alrededor. Todo le parece demasiado bueno, como para ser cierto.

Llega hasta donde están ellos jadeando, tardando un poco en volver a recuperar el aliento. Nadie ha advertido su presencia, y los humanos siguen haciendo lo que estaban haciendo antes de llegar él, unos sentados en el césped charlando, otros jugando al frisbi, e incluso lo más atrevidos dentro del agua nadando, tirándose un balón, refrescándose del calor horribles que los tres soles provocan en el pleno día extraterrestre. Tras recuperar el aire y creerse lo que sus ojos ven, hace lo que está haciendo todo el mundo, y trata de sociabilizarse. Mira a su alrededor para elegir con quien empezar a hablar, tiene tantas preguntas que hacerles. Y para no complicarse mucho elige a los que más cerca están de él, se trata de un grupo de unos seis o siete humanos, que está compartiendo sonrisas mientras juegan a las cartas. Camina despacio hasta a ellos, y cuando está a su altura no sabe que decir, la cosa se complica porque todo el mundo sigue sin hacerle caso. Finge la mejor de sus sonrisas, y haciéndose notar todo lo que puede saluda al grupo.
Evaristo: ¡Hola!, ¿qué tal?

Eso hace que por fin le hagan caso, lo miran con cara extraña, algunos de arriba a abajo, mientras tanto el todavía sonríe más, estira su sonrisa todo lo que puede, esperando ser aceptado lo antes posible en ese grupo. Menos mal que no pasa mucho hasta que uno de ellos le contesta con otra sonrisa y le habla, porque se estaba quedando sin fuerzas en los músculos de su rostro. Se trata de una mujer todavía joven, a simple vista atractiva, de un largo cabello rubio, ojos azules, y unos dientes tan blancos como perlas, que exhibe sin forzar su rostro, no como tiene que hacer él para mostrarlos.
Mujer: ¡Hola!, ¿otro de los nuevos verdad?
Evaristo: Supongo que sí.
Mujer: Pues siéntate un rato, estábamos jugando al poker, ¿lo conoces?, ¿sabes jugar?
Evaristo: Sí, aunque hace mucho que no juego.
Mujer: Da igual, aquí jugamos sin dinero, mira cogemos piedrecitas y le asignamos un valor, y así hacemos las apuestas. Luego quien gana le pone una prueba a los perdedores. ¿Lo pillas?, ¿quieres jugar?
Evaristo: Lo pillo y claro que sí.

El circulo se abre un poco, se siente juntos a ellos, no es capaz de comprender de donde viene ese aire de normalidad que se respira.

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