Sí, es una nevera gigante, similar, muy parecida, a la que podría encontrarse en cualquier casa en la Tierra, pero con una diferencia, su luz es mucho más brillante, de ella sale una luz tan potente que para poder mirar a su interior tiene que entrecerrar los ojos. Aun así se levanta de donde se ha caído y soportando como puede el brillo que sale de ella empieza a mirar que hay en su interior. No sabe que es nada de lo que hay, ve líquidos de colores en tarros parecidos al que ayer se bebió, más copos gigantes de arena y más y más cosas, pero le deja tranquilo que entre todas esas cosas, especialmente no hay una, no ve una pierna de humano, no ve una cabeza de humano, no ve carne humana por ningún sitio. Aliviado, respira hondo y antes de cerrar la nevera engancha otro bote de liquido verde, se lo vuelve a beber de un trago a pesar del daño que le hace en la garganta por culpa de lo frío que está, y lo vuelve a dejar en su sitio.
Se pregunta que querrán esos bichos tan raros de él sino es comérselo, mientras sale por fin de la casa y los tres soles le saludan con un nuevo día. Delante de él está exactamente lo mismo, la nada, un desierto enorme lleno de chinatos y piedras, y sobre todo la incertidumbre de donde está Julia. Se sienta en el bordillo gigante de la puerta a aclarar sus ideas, a valorar las opciones que tiene de escapar, ahora que por lo menos tiene el estómago lleno y ha dormido. Y siente que tampoco tiene muchas, puede ponerse a caminar hacía la inmensidad del desierto sin dirección y sin rumbo hasta desfallecer sin cumplir su objetivo, volver a encontrarla, o puede quedarse sentado donde está sentado, aprender de su enemigo, averiguar como puede escapar sin perecer en el intento, y porque no descubrir con ha sido el motivo que lo ha llevado hasta allí. Puede parecer una tontería, pero lo tiene de lo más intrigado.
Al final, su instinto de supervivencia lo hace decantarse por la segunda opción y se queda sentado donde está, aburrido mirando pasar el tiempo o como este es en realidad invisible, como el aire marciano mueve el polvo y la tierra del desierto que tiene delante de sus ojos. Lo único que le sirve de referencia de ese paso del tiempo son los tres soles, que se mueven exactamente igual al que hay en la Tierra, poco a poco van cambiando su posición del este al oeste. Así pasa un buen rato, solo, sin saber que hacer, echando de menos tener al menos un buen libro entre las manos para poder matar el tiempo.
En ese largo rato, se levanta varias veces, pasea de un lado a otro dándole patadas a las piedras, suspira, se vuelve a aburrir, vuelve a no saber que hacer y vuelve ha sentarse hasta que se vuelve a levantar, y así en un ciclo interminable en el que el tiempo pasa muy despacio a juzgar por el movimiento de los tres soles que le iluminan. En una parte de ese ciclo en las que está sentado mirando al horizonte, ve a lo lejos como algo se aproxima. Está todavía a gran distancia, sólo es capaz de ver un puntito diminuto que se acerca poco a poco, dada la llanura tan extensa que tiene delante puede ver a kilómetros de distancia. Aunque no vea todavía con claridad lo que es, puede hacerse una idea y de hecho empieza a hacérsela, pensando que sin duda tienen que ser los dos alienígenas que lo han comprando en el mercado, hay dos cosas que lo incitan a pensar así, no se le ocurre quien sino va a tener un motivo para ir a ese punto en mitad de la nada, y además el carro en el que le trajeron ayer ha desaparecido por lo que deben de estar utilizándolo. Conforme más cerca está más rápido parece que se acerca, hasta que llega un momento en que sus sospechas se confirman.
Al ver con claridad de que se tratan sus anfitriones un nudo se le forma en el estomago, está nervioso como pocas veces lo ha estado en su vida, otra vez las mismas preguntas se apodera de todos sus pensamientos, ¿que querrán de él?, ¿qué irán a hacer con él? Y aunque no tenga la respuesta a ninguna de ellas, le da igual, porque poco puede hacer más que esperar la suerte de su destino. El carro se para delante suya levantando un montón de polvo, tanto que le mete en por los ojos y los pulmones, haciéndole llorar y toser al mismo tiempo. Cuando se recupera, ve de nuevo a sus anfitriones, siguen provocándole la misma repulsión, siguen dándole ganas de coger una estaca de madera y clavársela, da igual lo que le hayan dado de comer y que todavía no le hayan hecho nada para que los odio. Pero se calma, y se calma todavía más cuando deja de prestarle atención a ellos y en cambio se fija en los dos ciempiés gigantes que iban tirando del carro hasta donde el está sentado, así viéndolos son igual de repulsivos, pero al menos no le provocan odio, además fuera de la apariencia a monstruo gigante que tienen, le parecen dos criaturas formidables, tan formidables que con sus más de cien patas mueven ese carro que se suspende a toda velocidad y las arañas gigantes que los utilizan como propulsión todavía no han sido capaces de encontrarles un sustituto, son de color rojo, grandes como un par de autobuses terrícolas, llenos de patas como ruedas de camión pero finas, y a diferencia de las arañas no tienen ojos, o al menos nada que se le parezca, en cambio al final de su cabeza tienen dos antenas gigantes que tienen la pinta de serviles de guía cuando no hay una araña detrás suya indicándoles el camino.