En ese momento siente como un escalofrío le recorre todo el cuerpo, de arriba a bajo se siente completamente paralizado. Esta vez prefiere guardar silencio y que sean ellos los que digan o hagan algo. Aunque haya matado a muchos como ellos, nunca ha tenido la oportunidad de ver a uno tan de cerca y a la vez con tanta calma vivo, su boca son dos grandes pinzas con las que devoran los alimentos, su cara es alargada y color verde, en ella no puede distinguirse ningún signo de nariz u oídos, en cambio sus ojos ocupan una dimensiones desproporcionadas de su rostro, son gigantescos, de color negro, y compuestos de octágonos diminutos en los que se ve múltiplemente repetido, en todos ellos se refleja con la misma cara miedo. No pasa mucho hasta que empiezan a hablarle, a él siempre le ha parecido y le parecerá que hacen exactamente el mismo ruido que hace un mosquito cuando pasa cerca de tus orejas, un zumbido que es un ruido monótono que únicamente cambia en intensidad, pero que siempre parece decir lo mismo. Evidentemente no entiende absolutamente nada, pero de forma involuntaria en un momento de su monólogo empieza a hacer gestos afirmativos con su cabeza, sí, sí, contesta a todo lo que le dicen sin saber siquiera que es lo que le están diciendo. De forma alternativa habla uno y luego el otro, y del forma alternativa a todos les dice que sí. El dialogo se interrumpe cuando por fin uno de ellos se levanta, como un acto reflejo él da un par de pasos atrás al verlo, ese gesto lo ha sacado del estado hipnótico en el que estaba sumido, por fin deja de decir que sí a todo lo que le dicen, levanta su cabeza poco a poco como si a la vez de hacerlo estuviese midiendo las dimensiones gigantescas de su anfitrión y piensa que si quisiera hacerlo, ahora mismo podría empezar a comérselo. Aun así aguanta el tipo tras los dos primeros pasos atrás, y permanece impasible en su sitio, esperando a que algo pase, esperando a que alguien o algo le explique que es lo que hace allí y porque se lo han llevado. El dialogo, tras ese movimiento, no vuelve a restablecerse, tiene toda la pinta, de que las respuestas a las cuestiones que se ha planteado en su cabeza ya han sido satisfactoriamente respondidas en él, por mucho que él no haya entendido absolutamente nada, el alienígena que se ha levantado lo deja sólo con su otro compañero, quien lo mira con los ojos fijos, sin apartarlos de el ni un segundo, él en cambio le dirige miradas intermitentes, que vuelven siempre con la misma sensación de repulsión al ver como se le cae la baba de su mandíbula, le hace tener la impresión de que está salivando con la idea de comérselo y sólo espera que el alienígena que se ha ido, y que al menos no saliva tanto, vuelva pronto.

Son segundos interminables, quizás minutos, en los que las piernas le tiemblan y no es sólo por culpa de la gravedad que quiere aplastarlo contra el suelo, en los que el corazón le duele como si alguien lo estuviera apretando en su puño, en que no es capaz de fijar la mirada quieta en ningún sitio, en los que vaga por la habitación sin encontrar reposo. Hasta que el alienígena que se había ido vuelve y no lo hace solo. Tiene sus manos, o pinzas, cargadas de lo que le parece que es comida, son como copos de avena gigantes, una torre enorme en una bandeja enorme, acompañados de un tarro de liquido verde. Al llegar a su altura, le deja la comida en el suelo, y con los mismos zumbidos le dice algo que tampoco entiende, pero que al acompañarlo de gestos sabe perfectamente que le está ofreciendo la comida, que le dice que coma, que eso que hay en el suelo es suyo.

No tiene tanta hambre desde que iba al colegio, no sabe lo que es, ni lo que lleva, sin embargo, empieza a hacer lo mismo que el otro alienígena, saliva y saliva con sólo la idea de meter la cabeza en el plato y comérselo todo. Pero siente vergüenza, para hacerlo tendrá que tirarse al suelo y comer como lo hacen los animales en la Tierra, en cambio su anfitrión no hace más que insistirle, “come, come” parece decirle señalándolo primero a él y luego al plato. En ese momento aparece otro invitado inesperado, su tripa empieza a rugir, tanto que se escucha perfectamente y hace todavía más incómoda la situación. No es capaz de resistir más, baja las barreras de defensa, y tras primero comerse su orgullo se arrodilla y empieza a comerse el plato de comida que le ha puesto el alienígena en el suelo. Tras un primer sabor desconcertante en el que no sabe identificar que es lo que está comiendo, descubre que no puede parar de hacerlo, que no sabe a lo que sabe, pero que está buenísimo, y con sus manos apuñados se llena la boca de eso que parecen copos de avena gigantes. No están amargos ni dulces, no es acido, ni salado, no pica, no identifica su sabor con nada que haya probado antes, pero le encanta. Cuando por fin se sacia, logra parar, y sus ojos se fijan en el líquido verde que hay al lado de la comida, supone que eso tiene que ser el equivalente al agua, o zumo, o quien sabe si leche terrícola, aparte de hambre también tiene mucha sed, lleva casi un día entero sin beber, desde que se fueron las dos gotas de agua no ha vuelto a probarla, lo agarra y le pega un trago. No es tan liquido como el agua, es más espeso, es como si fuera gelatina, o mejor salmorejo, además está helado, frío como un cubito de hielo, tan frío que al segundo y tercer trago le hace daño en la garganta, tanto que cuando se ha bebido la mitad del más de un litro que había, le ha desaparecido el calor por completo.