La nave baja tan rápido que ni siquiera los sistemas de gravedad artificial son capaces de evitar esa sensación en el estomago que indica que flota, la misma que se produce cuando bajas en una montaña rusa, o cuando despega una nave espacial normal, no una de esas que viaja en el tiempo como en la que ahora va subido. Era algo que ya se esperaba, por eso se abrochó el cinturón de seguridad que lo ata al asiento, pero no esperaba que fuese tan continuado, tan sostenido en el tiempo, lleva rato sintiéndolo, quizás minutos, si la nave fuese sobre railes y él subido en un carricoche sería la montaña rusa más grande jamas construida. Conforme se acercan a la superficie la nave se calienta más y más, hasta que llega un momento en que se convierte en un autentico horno, el ambiente dentro de ella se calienta tanto que el aire quema cuando entra en sus pulmones, que el sudor que chorrea por su frente se acaba colando en sus ojos y hace que le escuezan, mira por la ventana y descienden envueltos en una auténtica bola de fuego que le hacen surgir autenticas dudas sobre si su cuerpo llegara integro a la superficie, o en cambio lo hará convertido en cenizas. De repente aun empeora todavía más la situación porque salta una alarma dentro de la nave que no sabe lo que significa, sin embargo no hace le falta ser adivino para saber que indica que algo no debe de ir muy bien. El suelo, cada vez se acerca más y más rápido, la alarma se hace más estridente, el calor más insoportable, piensa que de está no hay quien lo salve, y lo único que lamenta de todo lo que está pasando no es la sed de venganza que lo ha metido en este lío, sino no estar sentado junto a Julia para al menos compartir con ella el último suspiro. Al ver que el momento se acerca, cierra fuertemente los ojos y a su forma se despide del mundo, “mierda, estoy muerto”.
La nave impacta a toda velocidad contra el suelo, todo salta por los aires, incluido él en su asiento, aunque no siente nada, quedó inconsciente en el momento en el que se produjo el impacto.
Poco a poco abre los ojos, se pregunta si eso donde está es el cielo, o el infierno, o contra todo pronóstico sigue vivo. Estando completamente seguro de que las dos primeras opciones son autenticas fantasias inventadas por el hombre durante la época mas sombría de la humanidad, se queda con la última opción y descubre que está vivo. Cuando los tiene completamente abiertos, se da cuenta de la suerte que ha tenido, su asiento ha resultado indemne al impacto y con él la parte de la nave a la que estaba agarrado, pero todavía hay más, el asiento está de pie, sigue teniendo puesto el cinturón de seguridad que lo ataba a él, y lo mejor de todo, respira y lo hace con toda normalidad, aun cuando no está en la Tierra. Se quita el cinturón mientras todavía le tiemblan las manos, está tan nervioso que tiene que apretar varias veces el botón de seguridad que lo abrocha para conseguirlo, finalmente liberado, se levanta del asiento teniendo que hacer un gran esfuerzo, su cuerpo le pesa mucho, tanto que de un momento a otro parece que se le van a romper las rodillas, las piernas le tiemblan, su espalda se encorva, su cabeza le pesa tanto que tiene que agarrársela con las manos para seguir manteniéndola erecta. Apenas dura unos segundos de pie cuando no es capaz de resistir más y tiene que volver a sentarse.
Pasa varios minutos sentado pensando en que hacer y las opciones son escasas, en realidad siempre acaban resumiéndose a dos, o se levanta o va morir sentado en ese sitio. ¿Pero cómo si apenas es capaz de moverse? La única solución que se le ocurre es que tendrá que desplazarse a gatas, cuatro puntos de apoyo para resistir el peso deberían sostener el cuerpo mejor que dos, y si aun así tampoco puede moverse, pues deberá hacerlo como una lombriz, arrastrándose literalmente por el suelo. Está vez está prevenido de lo que va a pasarle y se levanta poco a poco a la vez que concentra todas sus fuerzas en los músculos de su cuerpo, pero da igual lo que haga o como lo haga, el peso de su cuerpo sigue siendo insoportable, tanto, que acaba tirándose de golpe al suelo. Ya en el suelo pone en práctica su idea, levanta su cuerpo y consigue ponerlo sobre cuatro puntos de apoyo como un caudrúpedo, aunque no le ha sido nada fácil tampoco esta vez despegarse del suelo, ahora sólo le queda empezar a moverse. Lo hace, y lo hace con dificultades, el terreno contra el que la nave se ha estrellado es parecido a un desierto terrestre, no hay arboles o nada que se les parezca, y el suelo es prácticamente tierra, tierra que está llena de chinatos de todos los tamaños y formas, chinatos que se clavan en sus rodillas y manos haciendo cada movimiento insoportable. Pero le da igual cada uno de esos dolores, le da igual todo que no sea encontrar a Julia. La nave ha quedado reducida a añicos, puede ver trozos de su fuselaje repartidos por todo su alrededor, allí un asiento, allí una flecha gigante de madera, pero ni un rastro de Julia ni de ninguno del resto de sus compañeros. De repente una cuestión surge en su cabeza, vale que tiene que moverse, ¿pero hacía donde?, ¿por donde empieza a buscarla? La duda lo vuelve a dejar paralizado, así en cuatro patas, perdido en mitad de la nada, debilitándose por segundos con los que se acerca cada vez más de forma inexorable su muerte. En ese momento parece empezar a aceptar cada vez más su situación, y piensa quizás hubiera sido mejor morir con el impacto. Sólo en mitad de la nada es capaz de escuchar el silencio, o más bien el viento, que es lo único que parece moverse, hasta que ese mismo viento le trae algo que reconoce… “¡EVARISTO!, ¡EVARISTO!” grita alguien desde lo lejos, y ese alguien es Julia.