Y tras varios meses, cuando parece que no les queda más remedio que salir a la superficie porque apenas les queda comida, la nave está acabada. Cuando la vio por primera vez no parecía que tuviera nada en particular, a su modo de ver seguía siendo la misma nave espacial que un día los llevo a Marte y la que tenía la culpa de que empezase todo. Seguía siendo alargada, planteada, seguía teniendo el mismo pequeño par de alas, las ventanillas en forma de las escotillas de un submarino, un rotulo gigante que pone “A por la conquista de Marte” a cada lado. Así a primera vista, no creía que ese cacharro tecnológicamente muy avanzado para la humanidad, pero una cafetera con alas para los alienígenas fuese a cambiar el rumbo de la guerra. En cambio, hoy parece que tiene un brillo diferente, como si fuera más plateada, como si el metal del que está hecha fuese diferente, o fuese más grande, o le hubieran añadido algo que no es capaz de identificar con la mirada pero tiene que estar ahí, como cuando alguien se corta el pelo y empiezas a darle vueltas a que es lo que le pasa hasta que te das cuentas de que se ha puesto flequillo, o por fin se ha quitado las patillas. También puede que simplemente sea la forma en que el Sol se refleja sobre su superficie, eso en el subsuelo la primera vez que la vio no pasaba, o puede que todo se deba a las ganas que tenía de salir a la superficie, que su cuerpo esté lleno de endorfinas como consecuencia del subidón que le ha provocado respirar aire fresco. Da igual, el caso es que hoy la nave espacial parece diferente, hasta parece capaz de ir a ganar la guerra.
Como no, siempre que hay una misión suicida y para ella no se requieren voluntarios, le ha tocado a él. Ser de los pocos seres humanos que han salido del planeta, haberse convertido en todo un asesino despiadado de alienígenas con su arco y ser médico, han tenido la culpa de que ahora esté de nuevo vestido con traje de astronauta, ajustándose el casco sobre su cabeza, caminando en fila con el resto de astronautas con dirección a ella, a la nave que lo tiene que decidir todo. A veces no puede evitar que se le escape la risa cuando piensa en como va armada, es una mezcla de una carabela del siglo XV con las que los españoles conquistaron América, y lo que su orgulloso inventor, Segismundo, dice que es, la nave más potente que ha construido el ser humano. Se supone que van a hacerle la guerra a los alienígenas en su casa, no con bombas de hidrógeno, o al menos con balas de acero, no, van a hacérsela con su arma más temida, la que todo apunta que no sabían que existía hasta que llegaron a la Tierra, a base de clavarles flechas de madera. La nave está llena de agujeritos por todos sus laterales y asomando a cada uno de ellos hay ballestas, ballestas modernas que disparan 10 flechas por segundo, pero que no dejan de ser ballestas. Una de dos, o se ríen los alienígenas cuando los vean llegar o no dejan ni uno.
En total son diez, los siete que sobrevivieron a la explosión de la nave, que al igual que en su caso no han sido capaces de eludir su responsabilidad por culpa de su experiencia, y otros tres, tres excepciones a la regla general de que para la misión no se requerían voluntarios, porque ellos se han apuntado sin que nadie los obligase. Aparte de por el brillo especial que parece despedir la nave, la presencia de Julia también le aporta la confianza, para él más que el talisman del grupo, es más el suyo propio, al final de su vida está seguro de que no va tener dedos suficientes para contar las veces que le ha salvado la vida.
Conforme se acerca a la nave cada vez se siente más nervioso, es cosquilleo que siente en su estomago se hace más intenso, y a veces las ganas de salir corriendo y volver al subsuelo se le hacen incontenibles, en cambio todo eso lo aguanta de forma estoica y está convencido de que también lo hace sin que nadie se lo note. Camina erguido, con el pecho para fuera, y sonríe a la vez que saluda con la mano a todos esos que los vitorean y despiden con gritos de ánimo. Sin embargo, hay alguien a quien no engaña.
- Julia: Tranquilo, que todo va a salir bien.
- Evaristo: ¿Y quién te ha dicho que no lo esté?
- Julia: Tienes un tic en el párpado del ojo derecho, eso sólo te pasa cuando estás nervioso. ¡Qué ya nos conocemos de hace mucho tiempo!, a mi no me engañas.
- Evaristo: Shhhh, que estoy tratando de disimular todo lo que puedo, y como encima me lo recuerdes es peor, calla, calla, no me digas nada, así hasta a lo mejor yo me lo creo de que no estoy nervioso.
- Julia: Siempre se te ha dado mal mentir y lo sabes.
- Evaristo: Siempre se me ha dado mal mentirte a ti y lo sabes.
Por fin entran en la nave, y por dentro si que es totalmente diferente, todos los asientos que había antes de pasajeros y que antes permitían a más de 300 astronautas por viaje, ahora han desaparecido, en cambio lo que hay son ballestas gigantes, bueno algo parecido porque no sabe si a eso que ve puede seguir llamándose ballesta, aunque siga haciendo lo mismo. También puede ver que las flechas con las que se supone van cargadas parecen más bien bolas de cañon por su tamaño, aunque por su forma, incluso por las plumas con las que van adornadas a sus lados para evitar que se desvíen, siguen siendo flechas, gigantes esos sí, lo que pasaba es que de lejos las proporcionas de los agujeros en la nave engañaban. Traga saliva al sentarse en su asiento, agarra fuertemente la mano de Julia como siempre pasa en estos momentos, y se despide quien sabe si por última vez de la Tierra, no sabe si es por las pocas ganas que tiene de irse, pero el tiempo ha pasado rápido y ha empezado la cuenta atrás del despegue.