No es la primera vez que entra en una de ellas, todavía recuerda con detalle cuando en Marte tuvo que descargar el equipaje de uno de los invasores, por aquel entonces nada de todo lo que ha pasado había ocurrido todavía, sim embargo ya sospechaba que la convivencia humano alienígena iba a ser de todo menos pacífica. De todas formas esto le despierta el mismo cosquilleo en el estomago que siente antes de cada misión suicida, es algo a lo que tampoco va a ser capaz de acostumbrarse. Al ver su interior de nuevo es transportado en el tiempo precisamente a esa primera vez, y lo que sus ojos ven ahora calcan lo que vieron en el pasado, se pregunta si sería capaz de volver sobre sus viejos pasos, pasar por la sala de control de la nave por la que una vez paso, o de visitar de nuevo las habitaciones de donde una vez recogió el equipaje, y se responde rápidamente que no, que le sería imposible, que en este caso su momería funciona a través del estimulo de sensaciones presentes, al igual que un sueño, y al igual que un sueño es capaz de recordar sin un previo estimulo. Al menos puede volver a hacer eso, puede volver a ver con claridad, el interior de la nave también está iluminado, pero no de forma tan intensa como su exterior, ya no le hace falta la camiseta en la cara para volver a poder distinguir sombras y formas, por fin puede volver a ver la cara y su expresión de sus compañeros de batalla, y la alegra ver que ellos también sienten miedo, salvo raras excepciones como la de Julia que parece más decir ¿dónde dos escondéis bastardos alienígenas? En el interior de la nave la sensación de calor por culpa de los focos también desaparece, y vuelve a tener la sensación que tuvo cuando entró en la nave espacial en Marte, y sus sentidos no le engañan porque al igual que esa vez, de su boca sale humo al respirar, muestra de como el aire caliente de sus pulmones se condensa nada más salir de ellos. Al recuperar todos la visión se sueltan, ya no les hace falta seguir caminando en fila india, y en cambio ahora todos adoptan posición de ataque, arco en mano con su cuerda tensada y mirando a todas partes para evitar cualquier sorpresa, salvo Segismundo, porque él sigue con la nariz pegada al plano, el grupo lo rodea con sus armas para defenderlo, si él muere el plan no servirá para nada, porque nadie sabrá como llevarlo acabo. Además Segismundo es el único que tiene permitido hablar para guiar al grupo con sus ordenes, el resto lo máximo que tiene permitido hacer es asentir con sus cabezas, se trata de una medida de seguridad, de evitar por todos los medios que el más mínimo alboroto, ruido, delate su presencia. Esta vez no ha habido tiroteo al poco de entrar como en el cuartel, todo está inquietantemente calmado, lo cual puede significar que los están ya esperando, o que lo has pillado dormidos. Caminan también despacio para evitar hacer ruido, pasito a pasito, poco a poco van avanzando por el pasillo, que es enorme, al igual que los alienígenas que habitualmente caminan por él, e inevitablemente se vuelve a acordar del cuento de Blancanieves y los Siete Enanitos, que parece revivirlo pero al revés, siendo los enanitos los huéspedes en la casa de Blancanieves. Por eso, dadas las dimensiones de todo, parece que apenas avanzan, lo que en una construcción humana daría la impresión de haber avanzado un metro, a él le da la impresión de que han avanzado un centímetro, tanto es así, que la primera orden que da Segismundo desde que han entrado es que vayan más rápido.

Y le hacen caso, como buenos soldados que sólo obedecen ordenes y nunca se atreven a contradecirlas. Los pasitos pasan a ser pasos, y eso tiene la inevitable consecuencia de que el silencio deja de existir, ya sus oídos no perciben la ausencia de ruido, ahora lo que escuchan es el caminar de veinte personas de forma sincronizada, el sonido es parecido al de un desfile de la armada. Esto le hace recuperar los nervios que tanto le había costado perder, el sonido del grupo enseguida le hace acordarse de los alienígenas porque como pasen cerca de alguno va a ser imposible ocultarse, e incluso no pasando tan cerca, porque poco a poco el grupo se anima, cada vez camina más rápido y cada vez hace más y más ruido. “Chas, chas, chas, chas, chas…” se oye con cada uno de sus pasos, sólo interrumpidos de vez en cuando por un “la siguiente a la izquierda”, o un “seguir rectos”. Que raro le empieza a parecer todo, llevan un buen rato caminando y no hay muestras de vida alienígena, hasta que la rareza deja paso a la sorpresa. En uno de los tuerce a la izquierda se cruzan con dos alienígenas de frente. No entiende de las expresiones de su cara, ni siquiera sabe si ellas cambiaran como las nuestras siendo el espejo de sus emociones, pero el instante en que sus miradas se cruzan juraría que ellos están tan sorprendidos o más, porque no se lo esperan, que ellos. De todas formas les dura poco, décimas de segundo después ya han sido transformados a la masa amorfa a la que quedan reducidos cuando un trozo de madera se clava en su cuerpo, Julia y algún otro no se han visto sorprendidos, ha sido verlos y como el resorte de una trampa cuando una presa cae en ella han soltado sus flechas sin pensarlo, aquí es cuando empieza su particular cuenta, alienígenas cero, humanos dos, quien más puntos haga gana, al igual que en todas las batallas. Siguen como si nada hubiera pasado, está vez nadie intenta quedarse con sus armas, al contrario, los esquivan todo lo que pueden para no pringarse de la sustancia de la que están hechos.