Se debate entre encender las luces de la cueva o no, y al final se ha decidido por encenderlas. Por varios motivos, si alguien ya lo está esperando, la luz va a evitar sorpresas y sustos innecesarios, si nadie se ha enterado de su visita, igualmente va ser muy difícil dar con ellos a oscuras. Lo mejor es sigilo, pero en los pies y voz, mientras es mejor aprovecharse de tener los ojos bien abiertos.
De donde están ellos, ese hueco gigante en la cueva a donde incluso llegan los rayos del sol, salen unos cuantos pasillos que dan a las habitaciones y al estanque, lo importante ahora es recordar cual era el que tenía el interruptor de la luz. Cierra unos segundos los ojos, y se aprieta con la mano derecha su frente, si sus recuerdos han pasado a su subconsciente esa es la forma que tiene el grande de Sigmund Freud de recuperarlos. Necesita concentrarse, necesita ver a Genaro encendiendo ese interruptor con los ojos de su mente. Todos lo esperan a que se mueva, eso le está poniendo nervioso, eso hace que se atasque su memoria, desde que dijo “venga vamos ya” no se ha movido de su sitio. 

Sigue con los ojos cerrados, se aprieta con más fuerza la frente, y de repente aparece en su memoria el recuerdo que buscaba. El interruptor, al menos uno de ellos si es que hay más, está en el tercer pasillo empezando por la derecha.

Cuando ha abierto los ojos lo único que se ha encontrado es con caras de escepticismo, salvo la de Julia, que lo conoce y tiene claro que sabe de lo que es capaz con los ojos cerrados y un apretón en la frente. Al contrario de cuando entro en la cueva, esta vez sus pasos son decididos, la luz que llena la cueva ayuda. El grupo sigue sus pasos de cerca.
Entra en el pasillo, vuelve a cerrar los ojos un segundo, y confirmado está justo ahí, al alcance de su mano derecha, camuflado entre la oscuridad del pasillo y sus rocas. Palpa la pared, la palpa otro poco, y efectivamente, ha dado con él. Al pulsarlo el pasillo se ilumina, y la semi oscuridad en la que estaban se transforma en claridad absoluta.

A la luz de las lamparas la cueva ha perdido todo su encanto, ya no es ese sitio oscuro en el que podía haber un forajido en cualquier esquina esperándolos. Ahora se parece más a una casa, lo único que se ve es un pasillo aparentemente infinito salpicado por puertas de madera a sus lados.

Los grupos se forman rápido, en total se han formado cuatro, a él y Julia les ha tocado solos en uno. Juraría que no lo ha hecho a posta, lo mismo ha sido el subconsciente el que le ha traicionado, pero ya no tiene tiempo para apretarse la frente y averiguarlo. Cada uno de los grupos va revisando una a una las habitaciones, el pasillo es estrecho, se van cruzando constantemente los unos con los otros, tanto que parece que los grupos han perdido todo sentido más haya de la obligación de que nadie abra una habitación solo por lo que pueda pasar. 
Puerta tras puerta nunca aparece nadie a su otro lado, hasta que al final se da un susto de muerte cuando al abrir una de ellas aparece una pareja abrazada y escondida en un rincón de la habitación. Sabía que iban a ser ellos los que los encontrasen. 

La conversación se interrumpe de forma violenta cuando empieza a escuchar gritos.