Lleva todo el camino riéndose, es por lo que va a esa clase, siempre pasa algo divertido porque a alguien siempre se le ocurre una ocurrencia ingeniosa para solucionar un problema aburrido, casi siempre es el mismo el que acaba haciendo a la clase reír pero eso no le quita valor, hoy el iluminado ha planteado la posibilidad de ofrecer cerveza gratis en las puertas de los museos para fomentar su visita por los turistas, como una forma de mezclar el llamado turismo de mala calidad con el de no nombrado buena. Se va riendo sola en el metro, la gente la mira raro, pero no puede dejar de hacerlo, constantemente se le viene a la cabeza la imagen de turistas veinteañeros haciendo botellón a las puertas del Prado o del Reina Sofía y la absurdez de la imagen no la deja descansar, le duele la cara de reírse, se pregunta si de verdad alguien se atrevería a plantearlo, sólo pensar en la suerte que podrían tener esas obras de arte rodeadas de borrachos la hace temblar, puede que como reclamo sea una buena idea, pero sus consecuencias pueden ser nefastas. Esa sonrisa tonta la mantiene cuando llega a la parada del albergue, y así paso tras paso, su media sonrisa y la cara de felicidad la acompañan hasta que de repente poco antes de llegar a la puerta del albergue se encuentra con un tumulto de gente, entre el cual conforme se acerca puede distinguir a policía, ambulancias, y una especie de cordón de seguridad todo alrededor de su puerta y parte de la calle. La policía está haciendo fotos a un cuerpo que yace inerte en medio de la calle, parece que le hacen señales a los sanitarios para que esperen a recogerlo mientras otros equipados con guantes recogen muestras del cuerpo, lo que hay entre sus uñas, trozos de su pelo, gravilla de alrededor del cuerpo. Ha Isabel a ver una imagen tan escalofriante le desaparece esa sonrisa que al salir de clase nació con la intención de acompañarla el resto del día. Pasada la fase de sorpresa, mira concienzudamente a aquella persona que parece haber saltado de una de las ventanas de su albergue para tratar de reconocerla, es imposible verle la cara, la sangre y la violencia del impacto la han desfigurado completamente, pasa a observar su ropa como un recurso secundario para su identificación y la cara de asombro se transforma en un grito de terror y desconsuelo acompañado de un amargo llanto, que brota de sus ojos nublando la vista trágica y haciéndola más soportable. La persona que yace en el suelo muerta lleva la misma ropa que su madre, por lo que inevitablemente tiene que serlo. Lleva sus vaqueros, la misma sudadera que se pone los Martes para hacer la limpieza y el pie que no está descalzo lleva sus zapatillas de deporte, mientras que el otro lleva esos calcetines de colores de rallas que tanto le gustaban. La reacción incontrolable de Isabel ha llamado la atención de todo su entorno que la mira con cara de estupefacción, no todos los que hay son turistas y curiosos, también hay vecinos que la conocen y al verla tras el grito corren para consolarla. La panadera es la primera en abrazarla, abrazo ante el que Isabel sigue inmóvil está en un auténtico estado de shock. La imagen no ha pasado inadvertida para la policía, que se acercado a ella, y tras esperar pacientemente a que la panadera dejara de abrazarla se acerca a ella. Manolo, ha venido con instrucciones precisas, viene con la lección aprendida, sabe perfectamente quien es y es el encargado desde un primer momento de acercase a ella, va a ser el policía encargado de ser el enlace entre la Policía e Isabel.

Isabel, no puede dejar de llorar, tras que la panadera la soltara parece que ha perdido ese escudo que la protegía del exterior y como un niño que se siente abandonado parece intensificar su llanto. Tras unos segundos a los que Manolo espera a que se recomponga mientras sujeta su hombro en muestra de comprensión, Isabel coge algo de aire y trata de responder.

El soy su hija, lo dice señalando al cuerpo. Manolo ya lo sabía nada más verla, al igual que ya sabía lo que había pasado, o mejor dicho lo que iba a pasar. Haciéndose el sorprendido, a la vez que compresivo trata de empezar un dulce acercamiento hacía a ella, tal y como le habían dicho que debía hacerlo.

Isabel de forma inevitable rompe a llorar de nuevo, con el llanto apenas puede coger aire, Manolo enseguida interviene avisando a uno de los enfermeros que en poco tiempo aparece junto a ellos con una manta invitándola a que se siente con él un rato tranquila en la ambulancia. Se la lleva envuelta en la manta mientras inevitablemente sigue llorando, y mientras Manolo la sigue con la mirada hasta perderse del alcance de su vista al entrar en la ambulancia, la ha mirado sin darse cuenta como el cazador que mira a su presa. Allí a Isabel le ofrecen unas medicinas, quieren dormirla, quieren que se olvide por un largo momento de quien es, como un primer remedio paliativo de su llanto y tristeza. Isabel, no está en condiciones de negarse a nada e intuye perfectamente para lo que son, coge el vaso de agua y las pastillas de la mano del enfermero sin rechistar y engulle ambas cosas de un trago dando preferencia a las pastillas sobre el agua. Al poco tiempo, tras no más de 20 minutos, su llanto ya ha cesado, y ahora Isabel mira a todo su entorno con una cara de inmensa tristeza, parece que trata de buscar los motivos de tan trágico suceso en su vida sin que sea capaz de encontrarlo. Las que son han propiciado un efecto rápido de la medicación, Isabel está con el estomago vacío, iba pensando en con que le sorprendería Susana para comer. 

Manolo, con algo ya de experiencia en este tipo de acontecimientos, más o menos ha estado calculando con su reloj el momento de acercarse a ella y seguir preparando el terreno. Cuando Isabel ya está plenamente calmada, Manolo aparece de nuevo delante de ella, está vez la conversación es corta.

Isabel, apenas le hace caso, coge la tarjeta centrando su mirada completamente en ella y le responde.

Se despiden con un par de gestos afirmativos cada uno emitido con sus respectivas cabezas en señal de conformidad mutua. Ahora Isabel no hace más que pensar en una sola y única cosa, en los brazos de Segismundo que parecen ser una solución mucho más efectiva y a largo plazo.