Hoy es Martes y como todos los Martes el Indio se pone sus gafas de sol, su gorra, se afeita dejándose bigote, coge la almohada de su habitación y se la pone de barriga, pilla la ropa que menos se pone y se baja a desayunar al bar que está en frente del albergue de Susana. Su aspecto delante de un espejo es realmente cómico porque la chaqueta que lleva apenas le llega para abrocharse, su barriga adquiere una apariencia sobrehumana, con formas que difícilmente pueden provenir de la masa de su cuerpo, no obstante, si no lo miras mucho cumple su cometido a la perfección, es ese el disfraz que le sirva para pasar unas horas desapercibido ante la atenta mirada de los hombres de Romero. Luego cuando acaba su vigilancia, vuelve a su hostal, se afeita el bigote y duerme un rato abrazado a la almohada que hasta hace poco era su barriga, para luego pasar la tarde aburrido sabiéndose preso. Como todos los Martes, todavía le duelen los pies de pasar tantas horas de pie fregando los platos, le hecha la culpa a las malditas zapatillas de cinco euros que lleva, es consciente de que necesita unas plantillas, la falta de arco de su pie hace que su pie se abra ante el peso de su cuerpo lo que pasado unas horas se transforma en un dolor de talón insoportable. Son las mismas zapatillas que le hacen rozadura, está esperando que hagan callo. Entre unas cosas y otras camina baldado, tiene apenas cuarenta años y mira con avidez las garrotas de los viejos que se cruza en su camino, a su cerebro con verlas le llega la idea de que con una de esas garrotas el dolor que ahora siente sería más soportable. Menos mal que no tiene que caminar mucho, en apenas 20 minutos, para Madrid es una unidad de espacio más que razonable, llega dolorido al taburete desde donde tiene unas vistas envidiables del albergue de Susana, cristalera con cristalera, es capaz de ver quien entra y quien sale de él, y no sólo eso puede ver si hay alguien sentado en su recepción. La posición que ha elegido en la barra y las gafas de sol que lleva puestas le permiten llevar a cabo su vigilancia sin despertar sospechas, al menos no más de las que ya despierta su poco usual apariencia, la baza que juega a su favor es que es Madrid, y en Madrid nadie mira a nadie, y menos por sus apariencias. No suele llegar muy tarde, en torno a las 11:30 de la mañana ya suele estar en posición de vigilancia, que es más o menos a la hora que ha llegado hoy. El día no promete nada fuera de lo normal, lo único que lo diferencia de cualquier otro martes es la inminencia de su marcha del albergue donde ahora vive por no poder permitirse su pago, con destino a no sabe donde. Trata de pasar lo más desapercibido posible dentro del bar, para ello cumple a raja tabla varias normas, no habla más de la cuenta, se limita a pedir el café y nunca saluda ni se involucra en una conversación con nadie, y para evitar el surgimiento de cualquiera de las dos cosas nunca mira a nadie, ha aprendido a hacerse el sordo y el ciego, no le importa nada de lo que pase o pueda pasar en su entorno. Para disimular su tan abstraída presencia lo que hace es agarrar el primer periódico que tenga a mano, para él no son más que una sarta de mentiras, de hecho intenta leerlos lo menos de lo posible por miedo a ser envenenado con alguna de las desinformaciones que publican, al final casi siempre acaba agarrando el As por ser al menos lo menos dañino e inocuo. Eso es lo que hace hasta que Luis sale de su habitación, es lo que marca su hora de salida, es a partir de entonces cuando calcula los 5 o 10 minutos en los que se ira del bar sin antes olvidarse de dejar el periódico y dejar el precio exacto del café encima de la mesa sin avisar al camarero, lo hace gracias a la gran cantidad de calderilla que tiene producto de la parte de propina a la que tiene derecho en el bar donde trabaja, es esa propina la que le permite vivir entre semana, mientras su escueta asignación mensual la guarda para por si acaso tiene que huir. Hoy el tiempo pasa despacio, parece que nuca va a llegar el momento de hacer eso que se ha convertido en motivo de su vida, si sigue fregando platos, si sigue viviendo en Madrid, y muchas veces piensa que si sigue respirando, es por leer un martes más el cuaderno de Luís. Ha llegado a la conclusión de que es ahí donde está la llave de la celda con barrotes invisibles donde Romero lo tiene metido. 

Lleva un rato leyendo la noticia del partido entre Nadal y Djokovic, intercala su lectura con rápidas  y furtivas miradas al objeto de su obsesión, la puerta del albergue de Susana. Por lo que puede leer en la noticia el partido está a punto de empezar, falta poco para que sean la una del medio día, es más uno de los clientes acaba de pegar un grito indicándole al camarero que cambie de canal en la tele porque está a punto de empezar el partido, momento que coincide con la salida de Luís del albergue, hoy parece llevar más prisa de lo normal, piensa que puede que como el resto del mundo este pendiente del partido y sólo haya salido a buscar un sitio donde verlo mientras como. La dinámica es simple, al no hacer caso a nadie, nadie se lo hace a él, deja el precio del café, da una vuelta a la manzana para no subir directo y pasa al albergue, hoy con el partido todavía le ha sido más fácil pasar desapercibido y percibido que nadie se ha dado cuenta cuando salía. 

Ya apenas se le acelera el corazón cuando entra, en poco tiempo lo que antes era una situación de riesgo se ha convertido en una auténtica monotonía. Mira que no hay nadie en el mostrador como precaución de que no hay nadie, aunque lo sabe de sobra ya, y sube las escaleras despacio, como aquel que hace algo cuando no quiere que nadie se entere. Es sólo una planta, apenas se fatiga por el esfuerzo de las escaleras, saca el alambre para abrir la puerta y hace uso de él con la habilidad que tanta fama le ha dado, no pasan ni segundos cuando está dentro. A pocos pasos está ese objeto de tanto valor para su vida, se acerca con cariño a él consciente de lo que para el supone lo abre y empieza a leer de forma rápida pasando pagina tras página hasta que llega a algo que de verdad le interesa y empieza a leer despacio, saboreando cada palabra:

“En la conversación de hoy Jueves Segismundo y Ataulfo han quedado en ejecutar por fin el llamado plan, tienen previsto subir a ver a Susana el Martes que viene, coincidiendo con las clases de Isabel en la universidad, una vez en su casa tienen la intención de agarrarla y tirarla por la ventana. Tengo que avisar a Romero”

Conteniendo la respiración, sigue pasando páginas y sigue leyendo:

“Mañana es el gran día, lo han confirmado en su conversación de hoy. Trataré de salir poco antes de la hora prevista para evitar cualquier tipo de sospechas contra mi. Ya está avisado Romero de todo, estamos esperando a ver que pasa. Mañana volveré después de comer, según lo previsto ya todo tendrá que haber acabado”.

Esto era justo lo que necesitaba, su cara se ilumina con una sonrisa, cierra rápidamente el cuaderno, se lo guarda y sale corriendo de la habitación dando a su salida un portazo. Apenas a salido cuando oye un grito escalofriante que lo deja paralizado, corre, corre todo lo que puede con dirección a casa de Susana, llama a la puerta, no le abre nadie, vuelve a sacar el alambre del bolsillo y la abre, mira, y mira, la busca, grita su nombre y no hay nadie, se acaba de hacer una idea con lo que ya ha pasado, y decide que lo mejor es salir pitando de allí tan rápido como pueda, pero antes, le deja un regalo a Romero, le deja un recorte del cuaderno de Luís en el suelo del pasillo antes irse.