El tiempo es lineal y avanza de forma inexorable, es imposible detenerlo, y al final el reloj acaba marcando la 1, que es la hora acordada entre Atauldo y Segismundo para subir a ver a Susana. De un leve codazo, tratando como de despertarlo, Ataulfo le indica a Segismundo que ya ha llegado la hora, ambos están sentados el uno al lado del otro en un lateral de la cama viendo la previa del partido de tenis que está a punto de empezar sin apenas haberse dirigido la palabra desde hace rato.

Aunque no lo diga, Ataulfo está lleno de inseguridades, a él también le empiezan a temblar las piernas, pero es tantas las ansias que tiene de ser rico que compensa los temblores y las dudas con un ánimo implacable que intenta contagiar a su compañero. 

Salen de la habitación como si nada. Les separan apenas un par de minutos de la puerta de la casa de Susana, tras salir de su habitación a pocos pasos deben subir por unas escaleras a la siguiente planta donde esta ubicado su piso y luego andar apenas unos metros hasta su puerta. El piso es grande, muy grande si añadimos que sólo vive en él Susana e Isabel, y ocupa toda la última planta del albergue, es la que se reservo Susana el día en que lo hicieron, como primera compensación por sus esfuerzos. Era la primera viviendo que tendría en propiedad, hasta entonces se había tenido que conformar con vivir de alquiler. Es salir de la habitación, y ya parecen sospechosos sin haber cometido todavía ningún crimen, caminan con más cuidado de lo normal, con la intención de no hacer ruido y evidentemente condicionados por la finalidad de sus pasos, subiendo las escaleras el silencio del albergue hace que sólo se oiga crujir los escalones de madera, sonido que hace contraer los músculos del corazón de Segismundo como señal inevitable de que se aproxima la hora, no son muchos, enseguida están delante de la puerta de la casa de Susana, ambos están conteniendo su respiración acelerada por culpa de los escalones y por culpa de su nerviosismo.

Segismundo le contesta susurrando para que no ser apenas oido.

Con toda la firmeza y seguridad que puede levanta la mano y aprieta el timbre de la puerta. “Ding-Dong”, resuena por todo el piso. Sin mirarse ni decir nada está el uno al lado del otro delante de la puerta esperando a que Susana abra, pero pasa un largo minuto, y luego aun más largo otro minuto y nada. 

“Ding-Dong”, y otra vez al poco de nuevo “Ding-Dong”. Parece que esta vez si que ha habido suerte y parecen discernir a lo lejos una voz que responde, “ya va, ya va”, que es la de Susana. 

Apenas acaba de decirlo, cuando la mirilla de la puerta se oscurece, es Susana la que está mirando al otro lado para sabe quien llama. Los distingue perfectamente son dos inquilinos, y por lo que parece uno de ellos es el noviete de su hija, del que tanto le habla y tan bueno es, lo que la hace enseguida tranquilizarse y abrir la puerta sin más preocupaciones.

Susana con un gesto de su mano los invita a pasar, y ellos educadamente lo aceptan y la siguen. Como ya habían previsto Susana los lleva al salón donde está la única tele de la casa. La enciende y funciona perfectamente, pero no le da tiempo a articular palabra cuando siente como una mano le agarra fuertemente la boca por la espalda, intenta revolverse pero no puede con otra la están agarrando el torso y con él los brazos. Es Atualfo, que sin mediar palabra se lanzó a por ella. Segismundo se queda un segundo paralizado, durante el cual es el espectador de lujo de un espectáculo dantesco, pero en seguida reacciona ante la mirada de ayuda de Atualfo y la coge de los pies, levantándola entre ambos en vilo. Susana intenta librarse haciendo movimientos bruscos con su cuerpo, pero le es imposible, trata de gritar pero no puede una mano fuertemente se aferra su cara y la impide emitir cualquier sonido. El azar ha querido que la puerta de la terraza esté abierta, Susana hace pocos minutos acababa de fregar el suelo y estaba secándose, Ataulfo y Segismundo dan a penas tres pasos cuando la sueltan al vacío. Susana grita, pero no dice nada, sólo es una expresión de terror ante la inminencia de su muerte. Ataulfo y Segismundo no se quedan a verlo, tras soltarla salen corriendo tan rápido como pueden, bajan las escaleras dando saltos y entran en la habitación de Atualfo, ahora es el momento de ver la final del US Open, va resultar que Susana tenía razón y la tele funciona a las mil maravillas.

Mientras en la calle se ha formado un revuelo enorme, la gente se aglutina alrededor de su cuerpo. Pronto el rumor se empieza a extender por todo el barrio, Susana se ha tirado por la ventana, se ha suicidado. Es la explicación más sencilla, es la explicación que todo el mundo ha encontrado como más razonable a un suceso tan trágico.