En la conversación del jueves por la noche entre Ataulfo y Segismundo el plan alcanzó un nuevo hito. En ella, se repartieron las tareas hasta el último detalle, el último martes del mes sería el último día de Susana sobre la tierra. Quizás fuese la precipitación, pero sus cerebros en deliberación conjunta no fueron capaces de llegar a una solución mejor, si tenían que acabar con la vida de Susana tenía que ser tal y como Ataulfo la había ideado ese día cuando colocaba los tarros de mermelada de albaricoque, Susana tenía que morir de tal forma que su muerte pareciese un accidente, no podían dejar rastro de una muerte que llevase de forma clara a conclusiones que pusiesen en peligro su libertad. Las otras opciones barajadas, arma blanca, veneno o incluso asfixia, significaban hechos, que no indicios, de que Susana había sido asesinada, ¿y qué mejor móvil que el acceder a su fortuna?, ¿y quién mejor situados en la escala de sospechosos de la policía que el reciente novio de su hija y su compañero de peripecias? Todo iba a apuntar hacía ellos, cualquier acción que evidenciase un suicidio era una pista directa hacía Segismundo y Ataulfo. 

El plan no acababa con la muerte de Susana, su culminación tampoco era la boda de Segismundo e Isabel, pero sí suponía un punto de nunca retorno, una vez sus manos estuviesen manchadas de sangre ya nunca volverían a ser los mismos, se tendrían que despedir de forma forzada de su yo común a la mayoría de los mortales, pasarían a formar parte del selecto club de los fugitivos, si bien, si todo salía bien, de una forma encubierta. Los secretos son la carga más pesada que puede soportar un corazón, decir la verdad te libera, te vuelve a poner en la casilla de salida, como si nada de eso hubiera ocurrido, ser un arrepentido significa reconocer los errores, mostrar una autentica voluntad de cambio, es ser lo que no eres y no ser lo que eres. 

Segismundo siempre a jugado un papel pasivo dentro del plan, en cierta forma no es más que una herramienta de Ataulfo, como el carro que utiliza en el mercado para llevar los botes de mermelada. No se conocen desde hace mucho, pero Ataulfo ha pasado a ocupar un papel importante dentro del vacío sentimental de Segismundo, puede considerarse sin miedo a equivocaciones que es como su hermano mayor, y sin duda este es el principal motivo que impide a Segismundo comprender su significado de objeto para Ataulfo. Sin Atualfo, Segismundo estaría pensando en los próximos exámenes y en el próximo trabajo de civil con Julia. De acuerdo por tanto a Ataulfo el plan debía desarrollarse conforme al siguiente esquema, esa mañana Segismundo debía sentirse indispuesto, no ir a clase y quedarse en su habitación, al poco tiempo aburrido subiría a ver a Ataulfo, y allí mantendrían una charla amigable como la que habitualmente tienen, esa era la coartada. La realidad sería que Segismundo debía ir a recoger a Ataulfo a su habitación, que es la más cercana a la vivienda de Susana e Isabel, esa mañana como todos los martes Susana estaría en casa haciendo sus labores del hogar, con la radio a toda pastilla, limpiando y poniendo las lavadoras de la semana, dejando la recepción vacía pero en un día entre semana con poco afluencia de clientes, Isabel estaría en clase como todos los martes. Ataulfo y Segismundo debían subir a ver a Susana, llamar a la puerta de una forma corriente como un millón de veces han hecho un millón de clientes, para preguntarle algo relacionado con el albergue, la excusa perfecta problemas en la televisión, algún problema con la antena les estaba impidiendo ver la final de tenis del US Open entre Nada y Djokovic, cuando Susana fuese a su propia televisión a ver el alcance de la avería por las propias indicaciones de sus visitantes, ellos pasarían detrás de ella, uno la sujetaría de la boca para que no dijese nada y otro de los pies, con cuidado de que no se escapase, haciendo entre ambos la fuerza necesaria para evitar cualquier desliz la llevarían a la terraza de su piso, en el propio salón donde se debería encontrar la televisión objeto de inspección, por lo que únicamente supondría unos pocos pasos desde que entre ambos la inmovilizasen hasta su supuesto salto al vacío. Tendrían que ser rápidos, era algo que Ataulfo le había repetido a Segismundo hasta la saciedad, coger y tirar, sin complicaciones, sin mayores miramientos, daba igual todo, no se podían detener a observar leves detalles. Si se ponían a mirar que ojos indiscretos podían estarles viendo, si se ponían a pensar en que cualquier otro inquilino podía subir a hablar con ella, si dudaban aunque sólo fuese un segundo podría suponer una autentica catástrofe, la perdida de una oportunidad preciosa, haber alcanzado un punto de retorno contrario al que pretendían alcanzar el confirmar su incapacidad para ejecutar el plan planeado. Evidentemente gritaría, con eso ya habían contado, pero daba igual lo que gritase, solamente la separaban unos pocos segundos del suelo, exactamente caería a una aceleración de 9,8 m/sg, la fuerza de gravedad, la que Tierra ejerce sobre los cuerpos que hay en ella, el arma elegida por Ataulfo. 

Desde que esa noche acordaron el siguiente paso del plan, no se han vuelto a ver Segismundo y Ataulfo. Ataulfo, está obligado a respetar los horarios de su trabajo, a poner botes de mermelada y otros productos entre las 6 de la mañana y las dos de la tarde, tiene la obligación de que no falte de nada y de sonreír a los clientes, y Segismundo está obligado a cenar con Isabel, ver alguna peli por la noche, escabullirse a su habitación cuando se quede dormida. Ataulfo prefiere invertir su tiempo libre viendo a María, su única válvula de escapa a una realidad que lo supera, en la que no encaja o mayormente no quiere encajar, es ir al Bar Stacy a tomar cubatas y jugar a la diana. Segismundo, no puede ir a ningún sitio porque no tiene dinero.

Los días pasan sin que ninguno haya vuelto a pensar en ello, un día y después de él una noche, sin que apenas se hayan dado cuenta ya es lunes. Hoy la cita era inevitable, Ataulfo no se ha olvidado, y Segismundo tampoco, por eso cuando lo ve esperándolo en la puerta de su habitación no le sorprende, tiene la misma sensación que tiene ante el día de antes de un examen para el que no ha estudiado, para el que no está preparado, al que le gustaría presentarse en septiembre, a ver si para entonces estuviese un poco más preparado. Pero lo inevitable significa que no se puede evitar, que es imposible, por lo que tras verlo lo saluda tratando de alegrar su cara pero sin que de resultado, abre la puerta de habitación, le indica que se siente y que espere a que se de una ducha porque acaba de venir de correr con Isabel. La ducha es más larga de lo habitual, no es más que una prolongación del viaje a lo inevitable. Cuando la acaba abre la puerta del baño y Atualfo está mirándolo fijamente, sin pestañear, de una forma que lo hace estremecerse, quizás porque por primera vez se de cuenta de su condición de objeto, quizás porque sabe en lo que está pensando. Ataulfo no puede esperar más y sin dejar que abra la boca Segismundo, sin siquiera sacar otro tema de conversación que sirva de puente a lo que de forma inevitable tienen que hablar, le pregunta:

A lo que Segismundo responde: