Al menos está ocupado, sus manos se mueven con toda la velocidad que le permiten sus poco menos de cuarenta años, acumula platos, vasos, todo tipo de cacharros y cubiertos en el fregadero de la derecha donde son sumergidos en agua caliente, luego elimina su suciedad mediante el uso de un estropajo y finalmente los aclara en el fregadero de su izquierda. Únicamente tiene que estar pendiente de cambiar el agua cada cierto tiempo, es un trabajo tan mecánico que es difícil no caer en la tentación de pensar en lo que pasó está mañana, sólo son capaces de interrumpirle el sonido de la radio cuando alguna canción logra atraer su atención y las ordenes que de vez en cuando le imparten cuando se necesita cierta herramienta, “friega las cucharillas de postre que nos estamos quedando sin ellas” o “date prisa con las sartenes que estás retrasando la cocina”, a las cuales atiende con un mero gesto de cabeza afirmativo. Ahora entiende donde estaba la trampa. Los servicios sociales le ofrecían su ayuda a cambio de renunciar a su bien más preciado, su dignidad. El “programa de resocialización” tenía un significado implícito, alinear los pensamientos y realidad del Indio, con aquellos que eran socialmente correctos. Eso implicaba varias cosas, una admitir de forma explicita que era un asocial que necesitaba ayuda para integrarse, dos que necesitaba medicamentos para transformar su percepción distorsionada de la realidad en una más adecuada a la realidad fáctica, y tres que era un juguete roto, un ser imperfecto que no podía compararse con el resto de ciudadanos con los que se cruzaba. De acuerdo a la estimación de la trabajadora social, el Indio no era un ciudadano normal que fuese capaz de vivir en libertad sin un tratamiento psicológico adecuado. Lo que más preocupaba al Indio de esa valoración, era las consecuencias que pudiera tener en una verdadera reinserción social, porque podía y debería tener resultados negativos a la hora de buscar un mejor puesto de trabajo. La espada y la pared del Indio era, por un lado la necesidad imperiosa de admitir un problema psicológico a cambio de comida y techo, o no volver a los servicios sociales, sabiendo que quien de verdad está detrás de esa valoración es Romero, acabar en la calle y de verdad, pasado un tiempo, acabar necesitándolo tras soportar su crudeza. Lo que más le molestaba es que lo estaba acusando de ser un ser violento y asociar sin apenas conocerlo, era como meter a un pobre en la cárcel porque puede tener necesidad de robar, sin ni siquiera todavía haber robado, era una medida preventiva que en todo caso debería ser adoptada ante una verdadera deficiencia en su comportamiento. Sin rizar más el rizo, sin más complejas argumentaciones, sin darle más vueltas de las necesarias, el Indio simple y llanamente sabía lo que era, no era más que chantaje. Ya le gustaría a él verla a ella con las manos metidas en agua ardiendo, metiendo la mano sin mirar en un fregadero lleno de cuchillos, aguantado ordenes de todo el mundo, a ver que tal humor tenía. Pero no tenía escapatoria, cualquier intento de raciocinio con ella sería infructífero, sabiendo como sabía de sobra que lo que ella estaba haciendo era una valoración puramente interesada y parcial guiada por su sentimiento de impunidad y lealtad a la policía. ¿Qué iba a ser de él?, es más ¿qué sentido tenía para él seguir fregando esa noche platos?, ya había sido condenado, ya le habían comunicado la sentencia, la policía no le acosa, está loco. Le daban ganas de tirar el delantal e irse, pedir la cuenta y simplemente esperar a que el tiempo cumpliese su cometido, después de todo ya nada tenía sentido. No podía pagar la habitación con lo que ganaría esa noche, Susana no querría verlo y más si se quedaba en la calle, y si antes lo tenía difícil para encontrar empleo, desde la calle lo iba a tener casi imposible, ¿qué sentido tenía para él la vida? Era o morir pobre, solo y loco en la calle, o ser la marioneta servil de un psicópata que quería reducir su ser a un trapo. La muerte no parecía después de todo como una opción tan mala. Es esclavo es esclavo porque quiere, el que es torturado y habla, habla por que quiere, el que es llamado a la guerra por culpa de reclutamiento forzoso, va a la guerra porque quiere. Porque el esclavo puede revelarse poniendo a su vida un precio, ¿hasta donde es capaz de llegar por ser libre?, ¿sería capaz de enfrentarse en una pelea desigual a muerte? El torturado siempre puede callar, es una cuestión de cuanto sufrimiento eras capaz de soportar, si hablas siempre has tenido la opción de callarte. Y el que es llamado a la guerra, siempre puede exiliarse o incluso suicidarse. Esa es la base moral de toda la resistencia ofrecida por el Indio a Romero, si quería cazarle iba a ser a un alto precio, al precio en que el Indio equiparaba su libertad, su vida. Pero antes de tomar una decisión tan radical, su espíritu de supervivencia, y sobre todo la sensación de que suicidándose también perdía la batalla desigual que libra con Romero y su equipo de corruptos, ese entregar las armas sin ni siquiera darles uso y salir corriendo, no aparecía como la imagen deseable que su muerte debía dar como el resumen de su vida, porque la muerte no es más que eso, un espejo de la vida llevada. En otras palabras, no quería ser recordado siempre como un cobarde. Las opciones eran pocas pero seguía habiendo opciones. El plan de ser el ángel de la guarda de Susana debía seguir y seguía en pie, todavía no estaba en la calle, eso significaba que hasta ese momento podía suceder cualquier cosa que de forma súbita cambiase el curso de los acontecimientos. De momento lo que le aconsejaba el sentido común era seguir fregando los platos como si nada, coger el dinero que le diesen del restaurante, y lo más importante de todo lo anterior, ir el martes por la mañana a leer el cuaderno de Luís, porque es hay donde esta la clave ahora de toda su existencia. El plan que se le estaba pasando por la mente, y que ya había fraguado sus pensamientos en más de una ocasión, no era tan disparatado, no era complicado de ejecutar, necesitaba algo aparte de ese maldito cuaderno que pusiese a Susana de su lado. En más de una ocasión había pensado en llevárselo y no volverlo a dejar en su sitio, subir directamente con él a la habitación de Susana, ¿pero qué tenía? No tenía nada más que palabras escritas en un cuaderno que los podía haber escrito perfectamente Seis Dedos, eso no era suficiente para romper el hechizo que el miedo a Romero ejercía sobre ella, lo mejor era dejarlo, cuanto más hubiera escrito más posibilidades tendría de que algún día lo creyese, el problema, es que a el Indio se le estaba acabando el tiempo.