Aparte de observar la ciudad que lo ha visto crecer y disfrutar de la libertad de una forma consciente, también el camino le ha servido para preparar una estrategia. Debe de ponerse en la peor de las situaciones, ser capaz de mostrarse impasible ante cualquier intento de destruir su integridad. Sabe lo que le espera, sólo le falta confirmarlo.
No tarda mucho en llegar desde el albergue donde ahora vive al edificio que ocupan los Servicios Sociales, es uno grande, maltratado por multitud de pintadas que adornan su machada como los tatuajes de un exconvicto, cada una es un recuerdo de un acontecimiento digno de ser recordado, una forma de transformar el pasado en presente, de resistir el efecto inexorable del tiempo sobre el recuerdo. Le llama especialmente la atención una que luce en color rosa chicle, “PUTA”, piensa que puede ser una advertencia de lo que puede encontrarse dentro, un signo más que confirma lo que intuye desde que salió de su habitación. Ahora el Coronavirus o el Covid19, o como quiera que sea socialmente conocido el virus que atenta con paralizar el desarrollo económico e intelectual de nuestra sociedad, ha convertido cada uno de los edificios públicos en auténticos fortines, todo el que se acerque a ellos tiene que estar dispuesto a someterse a medidas de seguridad precisas, lo primero que te encuentras a llegar es una mampara de desproporcionadas dimensiones que corona el mostrados donde un funcionaria pública atiende atrincherada detrás suya a aquellos que necesitan de sus servicios. Esta protegida con una mascarilla, y con un spray con el que rocía las manos y los documentos que cualquier extraño se atreva a entregarle. El Indio no espera ningún tipo de amabilidad por su parte, son funcionarios, es decir, son casi intocables, la certeza de una asignación mensual fija, de una relación con la administración como su tutor y responsable civil subsidiario, exactamente igual que pasa con la policía, los hace irresponsables, inmutables, indiferentes, ante cualquier tipo de queja que provenga del ciudadano. Tras ajustarse la mascarilla y respirar hondo, el Indio se acerca al mostrador con toda la amabilidad que le permite ser conocedor de todo lo anterior y la poco simpatía que tiene hacía ellos como consecuencia de lo mismo.
-El Indio: Hola, buenos días.
- Funcionaria a cargo la recepción: Buenos días, ¿en que puedo ayudarle?
- El Indio: No me queda dinero, acabo de salir de la cárcel y el trabajo que he encontrado no me permite pagar una habitación y…
La recepcionista lo entiende perfectamente, pero antes de dejarlo acabar la frase, se siente atacada por la falta de consideración del Indio a su salud, y con una mirada de indignación le dice, señalando con un dedo una linea que separa al Indio de la mampara que protege el mostrador por al menos un metro.
- Funcionaria a cargo de la recepción: Por favor, pongas detrás de la linea.
El Indio ni la había visto, mira la mano, luego el dedo, y luego a donde éste apunta, para darse por primera vez cuenta de su falta de delicadeza, está atentado contra su salud. Pone cara de sorprendido, da dos pasos hacía atrás, se coloca en la linea que le ha indicado y trata de seguir por donde iba tras pedirle disculpas.
- El Indio: ¡Disculpa! no la había visto…mira es que…
Sin dejarle de nuevo acabar la frase.
- Funcionaria a cargo de la recepción: La mascarilla la lleva suelta, debe apretársela más, y ese que lleva es de tela, son mejores las del tipo como la que yo llevo puesta, estás te protegen a ti y a los demás.
El Indio, empieza a sentirse molesto. Le acaba de decir que no tiene apenas dinero y está criticando su mascarilla, “¿es qué está sorda?” piensa, pero trata de calmarse y sin hacer caso a las amables indicaciones que acaban de hacerle sobre su mascarilla trata de retomar de nuevo su frase por donde la había dejado.
- El Indio: No me queda apenas dinero y me van a dejar en la calle en poco más de un mes, con lo que acabo fregando platos apenas me llega para comprar comida, necesito ayuda.
- Funcionaria a cargo de la recepción: Sí, pero colóquese bien la mascarilla, no sólo por usted sino también por todos los demás que hay en esta habitación. Mire, en estos momentos es que estamos desbordados, ya sabe cual es el panorama actual, el Covid19 está desestabilizando la economía y ahora hay mucha gente como usted y cada vez más. Lo que tiene que hacer es llamar a este número de teléfono y le asignaran un trabajador social, pero esto puede tarde, al menos un mes o más, después él ya se encargaría de ayudarle.
- El Indio: ¿Y mientras tanto?
- Funcionaria a cargo de la recepción: ¿Mientras tanto? mire, en esta hoja que le entrego es donde usted puede encontrar todos los sitios donde reparten comida, y si usted se queda en la calle lo que tiene que hacer es llamar al número que aparece en la primera página, es el 112, allí le entenderán y tratarían de encontrarle un alojamiento.
El Indio no sabe que decir ante tanta amabilidad combinada con tanta indiferencia. Pero por el huequecito que hay en la mampara agarra el papel que le ofrece con la mejor de sus sonrisas la recepcionista.
- El Indio: Perfecto, muchas gracias.
Se marcha con sensación de impotencia. Tiene la sensación de que le da absolutamente igual todo lo que le ha dicho.
La pelota está en su tejado, él lo entiende así, por eso, nada más salir, agarra el teléfono y llama, tras media hora de música melódica únicamente interrumpida por la frase “todos nuestros operadores están ocupados, por favor permanezca a la espera”, por fin habla con uno de esos operadores que le asigna un trabajador social y le da cita para finales del mes que viene, apenas unos días antes de que se acabe el último mes que puede permitirse pagar en el albergue donde vive ahora. Tras colgar el teléfono le invade por primera vez una verdadera sensación de preocupación desde que salió de la cárcel. No es tanto el problema de verse en la calle, como el problema de verse en la calle con Romero al acecho, sabe de sobra que es capaz de prenderle fuego mientras está durmiendo, pero ciertamente no cree que le importe a nadie más que a él. Decide que lo mejor es cambiar el chip, dejar de pensar en eso que ahora escapa a su control, que no es capaz de resolver por medio de ningún tipo de acción o inacción, que da igual las vueltas que le dé, porque hasta que no vea a la trabajadora social que tiene asignada no habrá nada que pueda hacer. Ahora lo que le interesa, es desarrollar el segundo de los proyectos que tiene en mente, ¿quién es ese tal Luís?, ¿qué hace en el albergue de Susana?, ¿qué misiones le tiene asignadas Romero?, ¿de que forma puede echarle el guante?. Lo único que tiene de Seis Dedos es esta pista, su nombre y donde está, pero ahora tiene que desarrollarla y a través de ella llegar hasta el meollo de la cuestión. Su idea es cumplir con doble objetivo, destruir a Romero, que no es más que un corrupto, y recuperar a la vez a Susana, sabe que no puede hacer una cosa sin hacer la otra, tiene que acabar con él si quiere poder acercarse a Isabel. Para él su problema, es aislamiento social al que lo está sometiendo Romero, no es más que un castillo de naipes, si se carga a Romero, que está en la base, él es el que sustenta el resto de cartas que se sitúan sobre su cabeza, se caerá todo y volverá a ser libre y para hacer eso, nadie más que Luís tiene la clave. Siguiendo el orden de pensamiento lógico que le indica su cerebro, hace la siguiente concatenación de ideas, si Luís está en el albergue, Luís tiene que estar registrado en el libro de huéspedes que tiene Susana en la recepción, si consigue su número de habitación podrá entrar a ella, si puede entrar a ella podrá averiguar que esconde, si averigua que esconde podrá cargarse a Romero, pero ¿cómo puede hacer todo esto con la policía pisándole continuamente los talones y con la prohibición expresa que Susana le ha puesto de acercarse a ella o Isabel?