La semana ha pasado rápido para Segismundo. Su mundo que hasta hace bien poco parecía organizarse de forma anárquica, guiado en la mayoría de los casos por caprichos del destino, por algún tercero que influyese es su estado de ánimo, como Ataulfo, y por sus súbitos e inesperados  antojos, ha pasado a encontrar la calma guiado por un faro que hasta hace poco no lo guiaba. Su mundo gira entorno a Julia, aunque nadie lo sepa, forme parte de su secreto más íntimo y más personal, ella es la que ha empezado a dar sentido a su existencia. Tras rematar el trabajo juntos, la exposición de María en la clase fue todo un éxito, el profesor acabó contento con la exposición o al menos eso era lo que manifestaba su cara. Para Segismundo es momento hubiera marcado un momento trágico sino fuera por la espontaneidad que rigen todas las acciones que rigen su cuerpo cuando su objeto es Julia, los fríos cálculos del cerebro pasan a un segundo plano y todo lo que hay son actos apenas digeridos por su corteza cerebral, se mueve por impulsos incontrolables, y gracias a uno de esos consiguió su número de teléfono. Segismundo ya tiene lo que quería. Cierto es, que ya no tienen una excusa para hablar más juntos, pero al menos sigue teniendo ese tesoro que es su número por si algún día tiene otra excusa con la que hablarle o si encuentra el valor para escribirle sin necesidad de ella. De momento, todo su imaginación fluye con el simple hecho de que ahora si se la encuentra por clase, o por los pasillos lo educado para ambas partes es saludarse, cuando antes lo correcto era mostrar una merecida indiferencia. ¿Quién será el próximo en el dar el próximo paso? todo apunta a que como siempre será Segismundo, pero Julia, parece que poco a poco se ha ido alejando de las garras de Romualdo, algo que todavía lo incentiva más a soñar con ella.

Pero como todo lo que es perfecto, su emeferidad es atributo inseparable al de su perfección. El orden que existía en el universo de Segismundo ha dejado de existir el mismo momento en que entro Isabelita por la puerta del albergue, porque su acuerdo con Ataulfo sigue en pie y tiene que cumplir la misión que le ha sido adjudicada en la parte del plan que acordaron. Todavía hay flecos, pero un presupuesto imprescindible es que Segismundo se ligue a Isabelita tal y como han acordado. Todavía no la ha visto, siempre que pasa cuando vuelve de clase mira al mostrador con la esperanza, pura y sincera, de no verla, pero hoy lo inevitable dejara de ser evitable y cuando vuelve da clase allí estará ella. 

Segismundo va caminando por la calle como de costumbre, sin hacer apenas caso a lo que sus sentidos revelan de su entorno, vive absorbido por sus pensamientos, se siente atraído por la burbuja que es capaz de generar en cuanto se queda solo, no necesita nada ni nadie para ser feliz, le vale con ensoñar con la hipotética posibilidad de en futuro al lado de Julia. La policía le sigue, cada vez de una forma más evidente, pero en la mente de un ciudadano libre, inocente, creyente de la imagen honorable e impoluta que los medios y su entorno le han generado sobre la policía, no alcanza a comprender su actual situación. Para él, encontrarse todos los días coches patrulla cuando vuelve a casa, que suenen sirenas cada vez que llegue al albergue o la universidad, y que tenga que tener cuidad cuando cruza no sea que se lo lleve por delante un coche patrulla o una simple ambulancia, no son más de supuestos íntimamente ligados, inseparablemente ligados, de vivir en una gran ciudad como Madrid, no alcanza a correlacionar estos sucesos con el acoso al que le están sometiendo y al que va a ser sometido en cada vez un mayor grado. Camina por la calle, sin ver lo que mira, sin escuchar lo que oye, como un autómata con un destino predefinido que es el albergue, hasta que a él llega. Abre la puerta, no escucha tampoco el sonido molesto de las campanas que suenan rítmicamente cuando las abre como aviso de su llegada, y cruzando los dedos lanza una mirada al mostrador donde es interceptada con otra de Isabel que lleva toda la tarde esperándolo. Segismundo tiene que abrir y cerrar varias veces los ojos porque no ve exactamente lo que esperaba encontrar. Parece no ser capaz de identificar el objeto extraño a su recuerdo que está situado al otro lado del mostrador, por más que lo intenta, no lo identifica con nadie conocido. Isabel, lo saluda, le habla y le dice.

Su voz, le ayuda a identificarla, es la voz de Isabel de eso está seguro, por lo que si se parece y suena como ella, tiene que ser ella. Segismundo se acerca contrariado, a veces hasta entrecerrando los ojos para tratar de esclarecer una visión que parece más propia de un reflejo de un muerto de sed en el desierto que cree ver un oasis con palmera cuando solo hay dunas, esa que esta viendo, con dos buenas tetas que parecen querer salirse de su escote y un rostro impecable, limpio, sin imperfección, sin la verruga que antes atraía toda su atención, no puede ser la misma Isabel que se marchó. Camina despacio, sin decir nada, y cuando llega a su altura no puede evitar sonreír y desgraciadamente sentirse atraído por ella. Apenas le llega el cerebro para desconectar de sus contrariados pensamientos y continuar una conversación coherente con Isabel que la iniciado.

Segismundo la mira contrariado, no sabe que hacer, evidentemente no le puede decir “estás mucho más guapa sin la verruga, y tus nuevas tetas resaltan el brillo de tus ojos” que es justo lo que está pensando aunque se tiene que morder la lengua para evitarlo. ¡Qué cambio a dado! sino fuera por Julia, parecería que por fin el destino le estaba compensando por todos aquellos malos tragos con los que le ha castigado durante todo su pasado hasta este momento. Segismundo es consciente de que cualquiera, cualquiera, se sentiría enormemente de tenerla a su lado, parece una chica simpática, ahora está objetivamente bien buena, el deporte había generado la base para lo que la cirugía ha rematado, es rica, muy rica, y lo mejor de todo parecía que estaba perdidamente enamorada de él. Causalidad o no, los arreglos estéticos habían venido justo después de que por primera vez se acercase a ella, y como Ataulfo ya le había prevenido siempre que la hablas y pasas por delante suya, te mira con ojitos. Entre su corazón y cerebro se estaba levantando un temporal de sentimientos, razón contra emoción, porque todo lo que sentía por Isabel estaba relacionado con los sentidos, mientras todo lo que sentía por Julia pasaba directamente de dentro para fuera, en sentido contrario al habitual de toda sensación.

Segismundo estaba condenado a partir de ahora a soportar el movimiento hipnótico de los pechos de Isabel mientras se resistía a ellos pensando en un futuro no muy lejano con Julia. “¿Qué es lo que estoy haciendo con mi vida?”, se repite una y otra vez como la única forma de encontrar consuelo al desajuste de sus emociones.