Ha sido una muy larga noche para los dos. Las horas no pasaban, no había postura que mitigase las horas en vela. Por mucho que se acurrucasen el uno junto al otro, por mucho que se intercambiasen caricias en sus manos, por mucho que intentasen turnarse para dormir en alguna postura novedosa, no ha habido forma ni de conciliar el sueño ni de lograr acelerar el paso del tiempo. Para Segismundo y para Isabel todo lo que están viviendo es una novedad, a edad tan temprana las experiencias con la muerte son escasas, o en la mayoría de los casos inexistentes. Isabel nunca ha tenido apenas relación con ningún miembro de su familia durante su vida, lo que le ha evitado el sufrimiento de perder a sus abuelos maternos, y Segismundo, no ha perdido a ninguno de sus abuelos todavía, la vida en el campo y la dieta a base de productos de la huerta los mantienen en plena forma física y mental aun siendo más que octogenarios, ninguno de los dos sabe cual es el procedimiento, por eso cada paso, cada parte del entierro es una novedad que suma a sus experiencias. Temprano, en torno a las ocho de la mañana, llego el coche fúnebre de la funeraria, un coche negro, largo, con los cristales también pintados de negro, era un Mercedes, probablemente fuese la primera vez que Susana se subía en uno de esos, apenas le ha dado tiempo a disfrutar de la herencia. Susana ha pasado la noche en su ataúd, uno también negro pero forrado de color rojo al igual que el color de su pintalabios, que la hacen destacar vestida en su traje negro. Isabel ayer lo paso mal para encontrar la ropa adecuada, menos mal que al fondo del armario de Susana encontró el traje de chaqueta y falda que llevó al entierro de su hermana. Quién se ha encargado de vestir a Susana no ha sido Isabel, ha sido un trabajador de la funeraria que además ha tratado de darle el aspecto saludable que ha exhibido todo la noche, ha sido difícil sus pupilas estaban ensangrentadas, su cara rota, ha sido un trabajo de cirujano plástico únicamente ayudado de pinturas y maquillaje. El resto del cuerpo con igualmente mil fracturas fue más fácil disimularlo, la falda larga del traje y su chaqueta igualmente de manga larga dejan poco espacio para la vista de los curiosos que puede que se acercasen ha verla. No obstante al tanatorio no fue nadie y a la misa donde igualmente Isabel ha sido expuesta en su ataúd negro abierto, sólo ha ido la panadera, aquella que sirvió como primer apoyo a Isabel cuando vio por primera vez a su madre muerta en la calle. No ha servido para mucho la esquela puesta en el mercado desde primera hora de ayer anunciándola. De todas formas, si lo comparamos con lo que ha sido el entierro del Indio más o menos a la misma hora que el de Isabel, puede valorarse como todo un éxito, al del Indio si que no ha ido nadie, al entierro de Isabel al menos fueron Isabel y Segismundo que luego fueron dejados en la puerta del albergue por el mismo coche funerario, largo, negro, que llevó a Susana a su sepulcro, era de esos coches que tiene tres plazas en la parte delantera, parecía que el destino sabía lo que les esperaba.
Isabel no pudo evitar llorar tendida sobre el cuerpo de Segismundo mientras veía como llenaban de tierra el ataúd de su madre. La escena para cualquier espectador que supiera los entresijos de lo sucedido no podía ser más pintoresca, la herida hija llorando la perdida de su madre sobre los hombros de su asesino, que a la vez, era su novio. Para un espectador desinformado, no era más que la escena típica de todo entierro. Después cuando han llegado a casa Isabel ya no lloraba, le ha suplicado, no ha hecho falta que lo hiciera mucho, a Segismundo que se quedara con ella, y se han echado juntos una siesta de campeonato. Segismundo, no ha llorado ni antes, ni durante, ni después del entierro, ha tratado de mantener una actitud estoica, sirviendo de sustento en cada momento al desvalido y depresivo ánimo de Isabel. Cuando se ha despertado Segismundo ha tratado de buscar una excusa para dejarla sola aunque sólo sea un momento, como un búho ha tenido los ojos abiertos desde mucho antes que Isabel se despertara y lo único que se le ha ocurrido era decirle que por favor le dejara bajar a por los apuntes de clase y la mochila para poder ir mañana a clase, porque sabía que hoy la noche le tocaba pasarla con ella. Isabel cuando se lo ha dicho no ha puesto ningún problema, le ha parecido un buen trato a cambio de tenerlo como sparring esta noche en la cama. La excusa tenía la finalidad evidente de ir a ver a Ataulfo a su habitación, tenían que coordinar una estrategia conjunta para la próxima vez que se enfrentasen a la policía, porque si de algo estaba Segismundo y Ataulfo era que iba a ver una próxima vez. Segismundo a pesar de saber que iba a sobrepasar el tiempo convenido con Isabel después de coger sus apuntes, porque lo de ir mañana a clase iba en serio, ha ido directo a la habitación de Ataulfo, donde por las horas, cercanas a la cena, debería estar ya esperándolo como ayer convinieron por WhatsApp. Justo en ese momento es en el que se encuentra, golpeando con sus nudillos la puerta de Ataulfo, “toc, toc”, “toc, toc”, a lo que Ataulfo responde levantándose como una exhalación de la cama donde estaba metido mientras veía la tele. Cuando abre la puerta Ataulfo es como si llevaran mil años sin verse, y eso que apenas han pasado dos días desde el partido de tenis al final del cual se despidieron. Casi se abrazan de la emoción y la alegría de verse de nuevo, pero no ha dado tiempo a cuajar el momento gracias a la rápida reacción de Segismundo.
- Segismundo: Déjame pasar que llevo prisa.
- Ataulfo: Pasa, pasa. Que alegría de verte joder. ¿Qué tal todo?
- Segismundo: Vaya olor a porro tienes siempre, esto parece un fumadero de opio.
- Ataulfo: No vengas ya quejándote. Cuéntame, cuéntame, porque algo tendrás que contarme.
- Segismundo: Uff vaya dos días. Primero la visita del poli ayer por la mañana, luego la tarde entera en el tanatorio pero antes otra vez el poli, que por cierto me dejó caer que había hablado contigo, y luego todo la noche en el tanatorio sin saber como ponerme, para rematar hoy con misa y entierro a la mañana. Estoy muerto.
- Ataulfo: Nadie dijo que esto iba a ser fácil. Sí que vino un madero ayer por la mañana a verme, preguntándome si sabía algo de lo que le podía haber pasado a Susana, yo claro está le dije que no. Me pillo fumando, no veas que susto me pegue, pero no me dijo nada de eso y se marchó sin hacerme muchas más preguntas.
- Segismundo: Tenemos que pensar que decirle para decir lo mismo, ¿qué le contaste?
- Ataulfo: La verdad, que le voy a contar, que estuvimos toda la mañana y parte de la tarde viendo el partido juntos y que no sabía nada de lo que había pasado, que no vi nada, ni escuche nada, ni nada de nada.
- Segismundo: A mi no me preguntó nada de eso, así que se ha enterado por ti de lo del partido, ¿entonces lo vimos juntos, no?
- Ataulfo: Eso es.
- Segismundo: Vale, y luego yo me fui a mi habitación a estudiar y fue cuando vino Isabel y me lo contó todo y desde entonces hasta ahora no nos hemos separado.
- Ataulfo: Perfecto, tomo nota. Oye, los maderos sospechan de nosotros, eso está claro, yo creo que piensan que te estás tirando a Isabelita sólo por el dinero y que no hemos cargado a la madre.
- Segismundo: Ya lo se, menos mal que tiene un par de buenas razones que consolidan nuestra coartada…
- Ataulfo: Calla, no seas cachondo, que nos vemos pasando la taza de metal por los barrotes como en las películas para que nos echen agua los carceleros. Oye, otra cosa, estoy muy rayado con el móvil.
- Segismundo: ¿Qué te pasa?
- Ataulfo: Pues tio, esta mañana cuando lo he desbloqueado para ver la hora e ir al curro han sonado las sirenas justo en la calle a toda pastilla. Y luego, al llegar a casa igual cuando te he escrito otra vez para decirte que te esperaba aquí. ¿No nos estarán espiando el móvil? Te lo digo para que nos andemos con ojo para lo que nos decimos por él. No digas nada, me oyes, no seas imbécil.
- Segismundo: Yo últimamente los veía mucho, pero no había pensado nada de eso…va a haber que andarse con ojo con ellos a partir de ahora.