Manolo está en su casa solo viendo la tele, hace tiempo que no tiene pareja, lo que no significa que no tenga sexo cuando lo necesite. Hoy no puede parar de hacer zapping, está tan aburrido que sus ojos se caen, los párpados de le cierran, lo único que lo mantenía despierto era una película mala de Spiderman y con tanto anuncio está perdiendo el poco interés que tenía en verla. En su cabeza ronda una idea continuamente, la idea de que hoy Segismundo tiene que ser asesinado, pero lo tiene tan asimilado que apenas le causa excitación o interés, mañana cuando llegue a la oficina lo hablará con Romero y seguirán conforme lo previsto, a arrimarse todo lo posible a Isabel, a olvidarse un poco del maldito cuaderno, porque con Ataulfo será más fácil, una vez no tenga trabajo, no encontrará otro, y con los servicios sociales sólo habrá que hacer lo que ya han hecho con el Indio. Está medio atontado con la cuatro cervezas que se ha bebido después de cenar, se va a quedar frito de un momento a otro en el sofá, cuando de repente, empieza a sonar su teléfono al lado de las latas de cerveza vacías, es un número raro que no identifica, se debate unos segundos en si merece la pena cogerlo o decir que estaba dormido, pero el sentido del deber le obliga enseguida a incorporarse y cogerlo, saca fuerzas de donde puede, abre los ojos todo lo que puede y justo antes de que se vayan a acabar lo tonos lo coge.

En ese momento imagina el motivo de su llamada, y se pone contento, no va tener ni que ir a por su presa, a pesar de las miradas cruzadas durante las últimas visitas a su casa en las que de forma insistente asedió con preguntas a Segismundo sobre la muerte de Susana, Isabel se ha acordado de él para pedirle auxilio por el asesinato de Segismundo. Eso significa dos cosas igual de importantes, una que le gusta, y dos que confíe en él. Por como le tiembla la voz al hablar sabe que algo importante ha pasado, él ya sabe lo que ha pasado.

A Isabel la interrumpen sollozos que no puede evitar, mientras habla las lágrimas le resbalan inevitablemente por sus mejillas y se introducen en su boca haciéndola saborear el sabor del miedo, además no para de moquear como consecuencia de su lloro desconsolado, tiene que continuamente pasarse el clínex que tiene en la mano por su nariz.

Isabel rompe a llorar otra vez desconsolada, y Manolo aprovecha la pausa para recomponerse de lo que acaba de escuchar, no se puede creer lo que sus oídos están oyendo, su cara es todo un poema, está a punto de tirarse a la cara el vaso de agua que tiene en la mesa, se cree que está en un sueño, aun así trata de tranquilizar a Isabel de nuevo, y vuelve a preguntarle para que le explique lo mejor que pueda que ha pasado.

Las lagrimas y el miedo no dejan en paz a Isabel, por mucho que Segismundo también mientras sujeta fuertemente su mano, trata de calmarla, como ha podido antes le ha explicado lo de la legítima defensa y que no iba a pasarle nada, pero está tan asustada que nada ni nadie puede consolarle.

No era exactamente la noticia que se esperaba. Como puede se levanta del sofá y al poco se acuerda de Romero y no puede evitar echarse las manos a la cabeza. Antes de llamar a nadie lo llama a él, de esto se tiene que encargar él directamente, coge el teléfono y no puede evitar que se le escape una sonrisa, lo aprieta fuertemente entre sus manos y lo llama, espera, espera, no lo coge, se pone nervioso y lo vuelve a llamar, así hasta que a la puerta lo coge.

Y eso es lo que hace Manolo, llama a los de la cuadrilla de Romero para que se encarguen de llamar a la ambulancia y de examinar el lugar del crimen. Una vez hecho eso, se viste todo lo rápido que puede, y se dirige igual de rápido a casa de Susana.

No lejos de esa casa, un bullicio de gente rodea el cuerpo del atracador muerto. Un peatón, llama la atención de otro y así hasta que se ha formado un gran revuelo en torno a su cuerpo. No ha hecho falta que Manolo avisase a nadie, ya han llamado los propios curiosos a la policía y un ruido ensordecedor se empieza a apoderar de la calle entrando con fuerza por las ventanas del salón de Isabel por donde fue lanzada Susana. Allí Isabel y Segismundo están fundidos de nuevo en un abrazo, e Isabel con tiernos ojos llenos de lagrimas se separa un instante de Segismundo y le dice por primera vez que le quiere, que tiene miedo a quedarse sola, que no quiere apartarse de él ni un segundo, que tiene miedo, y que si quiere casarse con ella. A lo que Segismundo sin pensarlo ni un solo momento, le responde que sí.