No se despega del cuaderno de la misma forma que es incapaz de despegarse de los sentimientos de culpabilidad que le asaltan. Encerrado sin salir de su habitación ha pasado por sucesivas fases que se suceden mediante cambios bruscos que únicamente se conectan por instantes, apenas percibibles. Se mueve entre un sentimiento de culpabilidad que le hace llorar y perder la cabeza al sentirse en gran parte responsable de la muerte de Susana y un sentimiento de jubilo que de vez en cuando surge de forma incontrolada como un volcán y lo hacen reír. Es incapaz de gobernar sus emociones. En la oscuridad de su habitación lleva más de 24 horas, durante las cuales no ha comido nada y sólo ha bebido el agua que sale del grifo. Ha pasado gran parte de ese tiempo mirando el techo y en la pista de hielo donde conoció a Susana, en el piso del centro de Madrid donde empezaron a vivir juntos, en el día que nació Isabel y en el día en que salió mal el atraco y se obligo a despedirse de ellas como gesto de los que las quería. Es consciente de que ya nunca volverá a ver a Susana otra vez salvo en esos recuerdos que habitan su mente y que ahora han pasado a ser bienes preciados, tesoros que mantiene con la lecha de su cariño. Le es imposible no sentirse culpable, tiene la sensación de haber sido presa de su egoísmo, si hubiera compartido antes lo que ya sabía del contenido del cuaderno está seguro de que la hubiera salvado, era igualmente de probable de que no hubiera creído ninguna de sus palabras, pero el día que fueron Ataulfo y Segismundo a verla, seguro que se hubiera acordado de ellas. Le alivia pensar que avisándola prematuramente únicamente hubiera conseguido avisar a Romero y sus compinches y el desenlace hubiera sido el mismo, sólo hubieran cambiado los medios y los tiempos, después de todo sus cálculos han fracasado por segundos, cuando el subía las escaleras Ataulfo y Segismundo las estaban bajando. Las risas son por la sensación de haber pasado a tener la sartén por el mango, intercalado entre los recuerdos de Susana y los sentimientos de culpa, ha empezado a idear una estrategia. Sí sus cálculos son correctos, y por el tiempo que ha pasado en la cárcel está muy seguro de ellos, ha Susana la estarán enterrando mañana por la mañana, justo su último día en el albergue. Muy resumido, lo que ha pensado es acercarse a Isabel para enseñarle el cuaderno. Se le ofrecen varias posibilidades, una de ellas es ir al tanatorio que será esta tarde, ir a la misa o ir directamente al entierro que será mañana por la mañana. Lo mejor ha pensado, es evitar todos los posibles inconvenientes y en un principio acudir a los tres sitios para evitar cualquier contratiempo, siempre podrá arriesgarse a hablar con ella en el entierro o la misa sino pudo hablar con ella en el tanatorio. 

Las fuerzas le llegan lo justo para abrir los ojos y mirar el reloj, son las 14:00 del miércoles, debe a empezar a moverse. Deja de mirar el techo, se levanta de la cama, abre las ventanas entrando el color espléndido de un sol que inunda su habitación, va al baño y se da una buena ducha. Cuando sale, sus pasos ya tienen dirección, va a ir al tanatorio donde llevaron a la hermana de Susana, pero antes va a comprar algo de salchichón y una barra de pan en el super del barrio.

Mientras Isabel y Segismundo han acabado de limpiar y recoger la casa. Después se han vuelto a acostar juntos. Después la policía los ha llamado preguntándoles donde querían velar a Susana e Isabel en un alarde de ingenio ha pensado que el mejor sitio sería donde ya velaron a su tía. Isabel, por primera vez desde que su madre muriera es consciente de lo que ha sucedido, y tras hablar con la policía ha cogido la agenda de teléfonos y ha pensado en llamar a aquellos conocidos que le gustaría asistiesen al entierro, de todos los nombres que ha visto en ella no le ha apetecido con ninguno de ellos compartir momento tan trágico, y no ha llamado a nadie. Ha decidido que si alguien va al entierro será porque han visto la esquela en el mercado, y que los únicos que van a velar esta noche a Susana van a ser ella y Segismundo. Por lo que le ha dicho la policía por teléfono Susana va a ser trasladada al tanatorio en torno a las cuatro de la tarda, lo que significa que ella y Segismundo apenas tienen tiempo para comer algo volver a vestirse y salir pitando. 

La pareja llega al tanatorio poco antes de la hora indicada por la policía, esperan sentadas en la recepción, en esas típicas sillas de plástico que a primera vista parecen cómodas pero que pasados veinte minutos descubres que son todo lo contrarío. Y cuando realmente empiezan a ser incomodas, aparece Manolo seguido por su séquito de policías con el cuerpo de Susana, en esos 20 minutos Isabel ha estado arreglando con la funeraria, que ya enterró a su tía, los preparativos del entierro de mañana, le han prometido que ellos se preocuparían de arreglar la misa, y la pillan justo colgando el teléfono cuando aparecen por la puerta. Isabel enseguida se levanta, y la sigue Segismundo, lo primero que hace es agradecerles traer a su madre, y justo después directamente a Manolo le pregunta si hay alguna novedad en lo estuvieron hablando por la mañana, él que le responde que no. Isabel esta preocupada por su frialdad, acaba de ver a su madre envuelta en una bolsa de plástico y apenas ha sentido nada, le es imposible dejar de estar contenta por lo que está pasando con Segismundo, es a él que no puede quitarse de la cabeza, y no llora, ni piensa en hacerlo, lo único que hace es asegurarse que su mano y la de Segismundo no se separan ni un momento. Tras ese leve intercambio de palabras entre Isabel y Manolo, la recepcionista del Tanatorio les ha indicado donde debían dejar su cuerpo y hacer la vigilia hasta mañana. Al llegar a esa habitación lo único que sienten Isabel y Segismundo es incomodidad, va a ser una tarde noche muy larga, no obstante Manolo le deja algo en que pensar a Segismundo antes de irse, le dice que ha estado hablando con Ataulfo y que ya le contaría.