Mientras Segismundo está atado a Isabel, no encuentra ninguna excusa para dejarla sola, Manolo hace lo que ha prometido y empieza a llamar puerta tras puerta del albergue para entrevistar al resto de vecinos. Está tranquilo, no hay nada como tener la certeza de la solución como para perder la incertidumbre de encontrarla. Tiene como objetivo especialmente marcado ver a Ataulfo y empieza a llamar puerta por puerta de la tercera planta que es con la que primero se ha encontrado tras dejar la casa de Isabel. Sabe perfectamente cual es su habitación, Romero no ha sido escaso de detalles, pero prefiere acercarse a su presa sin despertar su alarma y empezar en  orden, por las primeras habitaciones con las que se encuentre al dejar las escaleras. 

Al ser un Miércoles por la mañana sus expectativas de dar con los inquilinos son escasas, aun así acierta a la primera y los primeros que le abren la puerta ante su leve golpeo de puerta son dos turistas, al verlos Manolo se presenta mostrando su placa y les pregunta si tienen tiempo para responder a unas preguntas, amablemente acceden y lo que Manolo se encuentra es digno de mención, han conseguido llenar la mesa redonda de su habitación de botellines, no cabe un lapicero. Parecen ser dos jóvenes que han venido a pasar unas breves pero intensas vacaciones en Madrid, de esos en los que había pensado el compañero de clase de Isabel. Manolo hace el mayor de sus esfuerzos, sabe de la futilidad de la empresa pero los papeles y formularios de la investigación igualmente habrá que rellenarlos. Ante el primer obstáculo que se presenta es el idioma, no parecen entender nada de lo que les dice, y el segundo es su cara de resaca. Tras preguntarles de donde eran y que hacían en Madrid pierde todo intereses en ellos, sale de la habitación y sigue con la búsqueda. Llama al timbre de la segunda puerta que se cruza en su camino y no abre nadie, llama ante la tercera puerta y allí está Ataulfo apunto de darle un infarto apagando el porro que se acababa de hacer y dejando el café a un lado que se estaba tomando, mezzo-cafe. No esperaba la visita de nadie, el ver la figura de Manolo al otro lado de la mirilla le  ha hecho recordar una cosa, no había plan todavía para la segunda parte de el plan. Abre la ventana corriendo mientras grita “ya va, ya va”, se echa un poco de agua en la cara, esconde el cenicero debajo de la cama, abre el bote de “vispring” y casi lo vacía en sus ojos, se golpea con ambas manos un par de veces ambas mejillas de la cara, respira hondo y abre la puerta. Si el sonido de los nudillos de Manolo golpeando en la puerta casi le paran de golpe el corazón, cuando ve su placa despegarse delante de sus ojos hace que literalmente se maree, su vista se nubla, tiene exactamente la misma sensación que cuando te levantas rápido de un sitio. Parpadea levemente, recupera tan pronto como puede la compostura y contesta al ofrecimiento de unas preguntas de Manolo de forma cortes invitándole a pasar. No ha pasado tiempo suficiente para que desaparezca el olor a porro, y Manolo es de olfato fino, ya lo percibía antes de entrar por la puerta, pero hoy no es eso a lo que viene y decide pasar por alto ese mínimo detalle. Manolo se encuentra con su presa frente a frente, indudablemente con sus capacidades disminuidas, la reunión promete ser mucho más divertida que la que acaba de tener con Segismundo. Se sienta en la silla que había al lado de la ventana y que le ofrece su anfitrion, mientras Ataulfo al no haber otro sitio se sienta en la cama.

Manolo no va andarse con chiquitas con él, y desde un primer momento saca el puñal.

Sabe perfectamente donde estaba, era la bala que no quiso disparar a Segismundo escondido plácidamente tras el parapeto de Isabel, pero a Ataulfo se la tira apuntando directamente al entrecejo.

Manolo no quiere seguir, ya tiene parte de lo que quería, ha sembrado el miedo ahora sólo hace falta apretarles un poco.

Del resto de habitaciones poco hace falta mencionar, de los inquilinos que hoy había nadie ha visto nada, nadie sabe nada. Manolo se ha marchado del albergue con la sensación de un trabajo bien hecho, era difícil hacerlo mal, cuando la historia ya está pre-escrita, sólo la confesión puede sacarlos del atolladero. La cuestión que se le viene ahora a la cabeza es, ¿dónde está ese cuaderno que tantos dolores de cabeza les está dando?

El cuaderno está en las manos del Indio. Lleva todo el día de ayer y lo que lleva de hoy agarrado a él sin soltarlo.