A Isabel como veinteañera llena de vitalidad e inteligente, lo que le está diciendo su madre suena raro, y más raro ahora que casi la está echando a patadas del albergue. ¿A qué se deberá todo este extraño comportamiento? Primero la obliga a cambiar a uno de los huéspedes de habitación, y ahora el numerito de esta mañana. Empieza a pensar que algo raro está pasando con su madre. Pero no quiere discutir más con ella, sube a su casa, agarra la mochila y se va sin despedirse, contrariada, enojada por tanto secretismo, porque aunque Susana no diga nada, ella sabe perfectamente que es porque está ocultando algo.

Por fin sola en el albergue Susana puede volver a respirar tranquila, tiene que estar ella obligatoriamente pues es la única que sabe como distinguir al nuevo inquilino que viene a nombre  de Romero. Ha quedado con él en que llevaría una camiseta de rayas blancas debajo de un abrigo negro, se acuerda de esas palabras como si se las hubiera dicho hace cinco minutos, es en lo que lleva pensando todo el día de ayer y la noche. El albergue, aunque modesto, está bien situado en Madrid, cerca del centro, cerca de la estación de atocha, cerca del metro, nunca le falta estudiantes, hombres de negocio, comerciantes, o incluso turistas. No es un albergue habitual, porque Susana con vistas a tenerlo siempre lleno alquila las habitaciones también de forma mensual, y solo ofrecen desayuno, cada uno que se busque la vida para cenar y comer, aunque algunas habitaciones están equipadas con microondas. El movimiento de entradas y salidas en continuo y hoy mas que nunca Susana está como un búho, con los ojos bien abiertos, a la espera de ese nuevo inquilino que pasara a ocupar la habitación 58. A primera hora de la mañana pasa un turista, preguntando por plazas libres y precios, que se ha quedado tirado en atocha por haber perdido el tren y no hay plaza libre hasta mañana, ese no es, enseguida se da cuenta Susana, no encaja ni con la descripción ni con el tipo de arrendamiento, luego poco más tarde aparece un estudiante que se ha enterado de que alquilan habitaciones por meses, pero solo viene a informarse. Y finalmente, cuando Susana empieza a estar un poco cansada de la espera, aparece el hombre de Romero, son entorno las 12 del medio día, de un día espléndido porque el sol brilla con fuerza en la capital madrileña, lleva tal y como le dijo Romero una camisa de rayas blancas y un abrigo negro, es él, de eso no hay la menor duda. Aparenta unos 40 años, no parece tener mala apariencia, si bien tiene cierto aire sospechoso, de no encajar con la situación y el momento, aunque Susana lo achaca en gran parte a que ella ya sabe quién es. Pero lo que más le contraria nada más verlo, es que ella esperaba a alguien más joven, ella lo que esperaba era uno que fuese con la intención clara de ligarse a Isabel, y este no tiene pinta de venir a por eso. Isabel no puede evitar mirarle de arriba a abajo, de estar nerviosa, de aparentar que aparenta estar tranquila siendo evidente que no lo está, pero tampoco hay nadie más que vaya a verlos. 

El hombre de la camiseta de rayas se ha acercado hasta el mostrador de forma tranquila, siendo todo lo contrariamente opuesto al estado de ánimo claramente visible de Susana, sin mostrar ningún signo de nerviosismo que delate su premeditada, arreglada, pactada, visita. Susana, no es capaz de recomponerse, y contesta con una voz tenue, sin mirarle a los ojos.

Todo ha ido como la seda. Luis, el hombre de Romero ya tiene su sitio dentro del albergue, ahora yo solo le queda empezar a hacer el trabajo que previamente han convenido ambos. La habitación que tiene Luis es justo la que está a mano derecho de Segismundo, se pueden oír los roncar mutuamente, por no hablar de cualquier otro tipo de conversaciones, además, si por cualquier motivo tuviese que entrar a la habitación de Segismundo, no tendría que atravesar mucho pasillo, con abrir la puerta de su habitación ya está casi dentro de la Segismundo.