A Ataulfo se le han calentado los ánimos después de la cerveza, la conversación y los 100 euros que lleva en el bolsillo. Baja las escaleras con una sonrisa de oreja a oreja, pensando que puede hacer con su vida, mañana no tiene que ir a trabajar y está harto de estar harto, le apetece desconectar de su vida, tiene esa sensación de que el mundo le está aplastando y que no tiene escapatoria. El trabajo ya le han dicho que no le van a renovar, pero eso no es lo que más le preocupa ahora que es medio rico, está agotado de pensar en que Segismundo tarde o temprano lo va a traicionar, está convencido de que algún día será el último día que lo vea llevándose todo el dinero consigo. Por más que lo piensa no es capaz de encontrar la fórmula que le asegure su media tajada de todo lo que hay, porque por otra parte no tiene ni idea de lo que hay. Para él, el continuamente pedirle dinero a Segismundo no es más que una forma de recordarle que tiene que compartir a medias con él todo lo que tiene. Ataulfo, como la mayoría de los solitarios y marginados, ha compensado su falta innata de cariño con una adicción a las drogas, es la forma que tiene de vaciar su rabia en impotencia, aunque después de hacerlo raramente no afloran en él sentimientos de culpabilidad, él después de todo también disfrutaría, como cualquier otro ser humano, de una vida tranquila acompaña de familia y tele, pero parece ser que el destino a él le tiene preparada otra cosa. Lo primero que se le viene a la cabeza, como siempre, es ir de cabeza al Bar Stacy, porque Ataulfo siempre ha sido una persona fiel, y eso se manifiesta en sus hábitos.
Camina por la calle deseando ver a María, cree que algo hay aunque nunca le ha dicho nada, lo máximo que ha sacado de ella son dos copas gratis después de cientos, y los chupitos a los que de vez en cuando le invita entre medias de las copas, puede parecer una tontería, pero es el momento en que más cariño le muestra alguien en todo el día. Va como siempre con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, cuando de repente nota un bulto raro en el de su izquierda, hurga un poco más al fondo a ver que es y cogerlo, y cuando lo alcanza reconoce sin necesidad de verlo lo que es, es un gramo de cocaína. Lo saca con cuidado del bolsillo, lo deja en la palma de su mano, lo mira, y efectivamente, es justo lo que se pensaba. La sensación que tiene Ataulfo al verlo, es la misma que tiene el resto de los mortales cuando se encuentran un billete que no esperaban en un bolsillo, todo lo que compren con él es como si fuera gratis, Ataulfo lo que siente es que el colocón de hoy, en parte al menos, será gratis. Lo lleva agarrado en su mano, mientras la lleva metida en el bolsillo de la chaqueta como un tesoro, no quiere que se le pierda, por lo que han visto sus ojos y ahora tocan sus manos, es un pedazo de gramo con el que va a pasar una agradable noche.
No tarda mucho en llegar al Bar Stacy, apenas lo separan 15 minutos andando del albergue donde vive. Empezó a ir a él tras poco de empezar a trabajar en el supermercado y a vivir en el albergue, tras pasar un par de veces por su puerta negra, y su entrada negra, como un búnker negro, un día pasó dentro y la vio a ella, a María. Tenía razón cuando Segismundo le dijo que le doblaba la edad, no literalmente pero casi, pero para Ataulfo la edad no es más que un número, lo único que puede impedir a dos personas quererse es la ley, y esa barrera María la pasaba de sobra. María es una chica del barrio, que ha acabado ahí no sabe como, igual que muchas de las cosas que pasan, pero que sigue por el dinero, primero, y porque se ha hecho amiga de la mayoría de los clientes, todo el mundo quiere a María, y el que no la quiere es porque es un desagradecido, un borracho incívico incapaz de sucumbir a ningún encanto de la humanidad, ni siquiera a los de María. Cuando abre la puerta prefería que se parase el tiempo, allí está en ese momento todo lo que quiere, ve a María, ve las botellas de whisky, ve los dardos, lleva dinero, lleva droga, y hay un taburete libre donde sentarse y pasar el resto de las horas hasta que lo echen a su casa, ese maldito momento. María nada más verlo llegar lo saluda, no hace falta que Ataulfo le pida nada, ella ya sabe lo que quiere, coge la botella de su bebida favorita y la mezcla con otra de su refresco favorito, Ataulfo apenas a hecho un gesto con la cabeza al verla y el resto lo único que hace es mirarla como le prepara la copa. Como siempre le entran unas ganas terribles de tirársela, pero como siempre no le dirá nada. María le deja tranquilo tras coger el dinero de la bebida que Ataulfo ya tenía preparado en la barra antes de que ella se lo pidiese, apenas si se han mirado a los ojos, forman una extraña pareja en la que ninguno de los dos sabe muy bien cual es la linea que separa el interés negocio – cliente, el tonteo hombre – mujer, la sed de Ataulfo, el trabajo de camarera de María, ¿se quieren? de alguna forma o de otra, probablemente sí.
La vida en la barra de un bar es una vida triste, todo el que gasta su tiempo en ella, más cuando se hace solo y entre semana, es porque no tiene un sitio mejor donde gastarla. Ya hemos dicho que Ataulfo es un solitario y un marginado, y su postura en la barra refleja ese sentimiento. Apenas habla con nadie, se dedica a mirar la copa, darle vueltas a la cabeza y cuando se gasta antes de pedirse otra, se fuma un porro o un cigarro, y cuando hay como hoy, a meterse un tiro de cocaína en el baño. Lo que ocupa hoy su mente mientras ve vaciarse su bebida es el odio que siente hacía su jefe, ese tirano que lo tiraniza reponiendo estanterías del supermercado y poniéndole dos grapas en las mejillas para que sonría, le encantaría ser él el que deja el trabajo, tirarle la gorra a la cara del uniforme y decirle cuatro cosas bien dichas, o quizás solo una “¡Vete a la mierda!”, pero no quiere levantar alarmas con lo del dinero, las apariencias, si bien no son más que eso apariencias, la coartada de la hipocresía, el refugio del mentiroso y embustero, siguen teniendo gran relevancia social. Ya ha pasado media hora, su copa se ha vaciado, está cansado de mirar a María que como siempre le evita la mirada y restringe su relación a una puramente profesional, y sale a fumarse un cigarro. Afuera hace todavía frío y le da las caladas con tanta ansia que el cigarro apenas desprende ceniza, se ha formado una especie de lapicero incandescente en su mayoría, que incluso quema el filtro al tocarlo con los labios. En menos de cinco minutos ya está dentro otra vez, le hace un gesto a María para que le ponga otra, y ésta lo hace al instante, pero no se queda en la barra, se dirige al baño, allí primero mea, y luego saca lo que guardaba con tanto recelo en el bolsillo. Limpia la cisterna del váter con la manga de su camisa, abre el gramo y con su tarjeta saca lo suficiente como para prepararse un tiro, lo tiene tan mecanizado que es algo instintivo, lo machaca, lo enfila, hace un turulo con un billete y lo esnifa.