Segismundo le enseña el fajo de billetes que todavía le queda después de haber comprado la cocaína.

En ese momento Segismundo le entrega el dinero atendiendo a los gestos que le hace el traficante, miedoso por si no vuelve a ver ninguno de los dos.

Pasa un buen rato esperando donde lo han dejado. Con disimulo mira por la puerta, parece que nadie a reparado en él, aquellos que están en la “narcosala” disfrutando de su compra no atiendes más que a ella, no apartan la mirada de aquellos objetos que les producen placer, y cuando uno de ellos aparta la mirada es por que va a cerrar los ojos en éxtasis. Pero al final aparece de nuevo el traficante y le da lo prometido.

El entendido Segismundo lo ha dicho mientras con su mano derecha agarraba el envoltorio de algo que supuestamente era heroína. Al igual que Segismundo entró, igual sale de la casa. Quien le abriera la puerta y le vendió la droga es quien lo acompaña a la salida, esta vez no hace falta que se despidan, Segismundo sale sin decir nada y el traficante cierra la puerta detrás suya sin decirle nada. 

A Segismundo le dan ahora ganas de salir corriendo a todo lo que le den sus pies, llegar a la parada de metro como un punto seguro, y no volver nunca por donde ha estado. Pero tiene que aguantar, hace lo posible por aguantarse, camina con paso ligero, sin mirar a nadie, agarrando con sus mano izquierda la cocaína y la heroína que acaba de comprar. Hasta que por fin llega a la parada de metro, allí por fin respira aliviado, prefiere que lo detenga la policía a un atraco en las Barranquillas. Ya tiene lo que buscaba y eso que parecía una misión suicida, últimamente se esta dando cuenta que el único límite que tiene es su propio imaginación. 

Las paradas de metro las pasa pensando en como hacer que Segismundo se toma lo que lleva. Y para que eso suceda maneja varias posibilidades, puede comprar una botella de alcohol, invitarlo a casa y sacarlo para compartirlo juntos, aunque Ataulfo vaya a sospechar nunca dirá que, o puede ir a su habitación con las llaves del albergue que tiene y dejarlo en uno de los bolsillos de su chaqueta, vaqueros o camisas. Entre ambas opciones piensa que esta última es la mejor, en cuanto lo vea, no va a tardar en darle salida, lo conoce y sabe como es, y lo que penará es que lo compro borracho y no se acuerda de haberlo dejado ahí. Pero primero tiene que mezclarlo.

Sale del metro siendo casi media noche, cuando paso por donde lo intentaron atracar no puede evitar acordarse de Isabel, pero donde no hay cariño apenas hay resentimiento. Ya en casa observa por fin lo que tiene. Tiene un gramo de un polvo blanco, mitad roca, mitad arena, y una dosis de heroína de peso inespecificado de color marrón. Coge un folio que de su cuaderno de clase, vierte ambas sustancias sobre el mismo, y tras romper un poco más la roca de cocaína para disimular mejor la mezcla, junta ambas sustancias. El tono que queda del conjunto no es excesivamente llamativo, a simple vista nadie diría que la cocaína ha sido adulterada. Hace un turulo con el folio y vuelve a verte todo donde le vendieron la cocaína, un cacho de una bolsa de plástico anillada al final con un alambre de pan de molde. Está orgulloso de si mismo porque durante todo el proceso no ha tenido ganas de probar ni una cosa ni la otra, sigue convencido de que si de verdad todo lo que está haciendo lo está haciendo por estar algún día al lado de Julia la única forma es evitar todo lo posible estos malos vicios. Cuando ha terminado todo, se vuelve a sentar en el sofá y enciende la tele. No echan nada de nada, es un aburrimiento como siempre, se le cierran los ojos, está a punto de quedarse dormido, cuando de repente llaman a la puerta. Segismundo medio aturdido y cansado por todo lo vivido ni se acuerda de la ropa sucia, y va a abrir la puerta tal y como se ha quedado medio frito en el sofá, menos mal que piensa en seguida en Atualfo y vuelve corriendo a guardarse la mezcla de droga que hay encima de la mesita del salón antes de abrirle en uno de sus bolsillos. Cuando retorna sobre sus pasos y mira por la mirilla es efectivamente Ataulfo.

Ataulfo deja su chaqueta tendida encima de una silla del salón mientras se sienta en el sofá que da a la tele, en frente de la mesita donde hasta hace poco Segismundo estaba manipulando su regalo. Segismundo se da cuenta que es el momento ideal. Va la cocina tal y como Ataulfo le ha pedido y trae dos cervezas y una bolsa de patatas fritas, algunas veces todavía se acuerda en estos momentos de esos innumerables bocatas de mortadela solo en su habitación. Pero antes de sentarse con él, con todo su disimulo, mientras Ataulfo esta cambiando continuamente de canal indignado porque no echan nada en ningún sitio en la tele, le mete el gramo de “cocaína” en uno de los bolsillos de su chaqueta sin decirle nada. Luego sigue con las cervezas y la bolsa de patatas e inician una conversación de colegas, de esos que se supone todavía son. 

Como siempre al final acaban hablando de dinero y como siempre Segismundo acaba dandole 100 euros para que se marche y se calle. Este vez de verdad espera con todas sus fuerzas que sea la última vez que vuelva a verle.