El aterrizaje fue más divertido de lo que se esperaban. Avisó el piloto de que había un fuerte viento de cola, y así fue. Cuando el avión empezó a aproximarse a la pista de aterrizaje sus alas se tambalearon lo que provocó que la pareja como primerizos aeronautas se apretaran fuerte las manos. El contacto en el suelo se produjo primero con la rueda izquierda del avión, luego con la derecha y así sucesivamente hasta que se estabilizó, pero lo mejor todavía no había llegado, el avión deceleró con extrema rapidez tanto que la pareja de forma instintiva se soltó de la mano para apoyarla con fuerza en sus respectivos asientos delanteros y así evitar un impacto con su cabeza en ellos. Cuando por fin se paró el avión al final de la pista Segismundo e Isabel compartieron una mirada de alivio. La espera de las maletas se hizo interminable, estaban muertos de cansancio, deseando llegar al hotel y tirarse a la cama, se pasaron media hora mirando maletas pasar por la cinta transportadora, hasta que cuando ya se temían lo peor aparece primero la maleta de Isabel y a los 15 largos minutos la de Segismundo. A la puerta del aeropuerto había un sujeto con un cartel con el nombre del hotel en el que se alojaban, al verlo ambos se sintieron aliviados, era la tercera vez que lo hacían después del aterrizaje y la recogida de las maletas, lo saludaron en inglés y le enseñaron los papeles de la agencia de viajes lo que propició que enseguida los invitara a pasar a un mini bus que de forma diaria hacía el trayecto entre el hotel y el aeropuerto. El viaje lo hicieron ambos con la boca abierta mirando por la ventanilla, no había visto ninguno de los dos los paisajes que se ofrecían ante sus ojos, cuanto más se acercaban a la montaña más verde, arbolado, y pedregoso era todo, y cuanto más se aproximaron a su cumbre más inerte era todo, al final cuando llegaron a la pequeña cima donde estaba situado el hotel, todo era roca y nieve, pero la montaña ahí no se acababa, Segismundo e Isabel se quedaron impresionados al ser incapaces de ver su final, sus paredes escarpadas se perdían hasta ocultarse entre las nubes.
El viaje combinado con la resaca de la pareja el día anterior fue una auténtica tortura, pero una vez llegaron al palacio donde pasarían el resto de la semana todas las angustias del vuelo y de la sinuosa carretera, se borraron automáticamente de su cabeza. En recepción Segismundo tuvo que hacer esfuerzos por no quedarse embobado con la recepcionista, su acento francés desato en él una excitación hasta ahora desconocida, algo parecido le paso a Isabel con el botones que les llevó las maletas hasta la habitación. El hotel era todo de madera, daba impresión sólo verlo, e igual era su pequeña suite, formada por un lujoso cuarto de baño con Jacuzzi, un salón con chimenea, y una habitación con una cama donde la pareja podía perderse, pasar la noche sin tocarse y rodando sobre ella sin separarse. Lo primero que hicieron después de dejarle algo de propina al botones fue ordenar la cena y dos botellas de Champagne, y mientras llegaba Segismundo escribió a Ataulfo para que no se olvidara de echarla un cable a Isabel con el albergue hasta su vuelta. Lo demás que se pueda contar del día lleva dos rombos y lo dejamos en la intimidad de la pareja.
Al día siguiente, Miércoles, no había quien los levantase de la cama o los sacase de Jacuzzi, lo pasaron en la habitación, lo único que vieron de los Alpes fue lo que se veía por las ventanas de la suite. Pero por fin cuando llegó el jueves se sentían con las pilas cargadas. Bajaron por primera vez al bufete desayuno del hotel, Segismundo apenas se podía mover después, tanto beicon y huevos fritos se comió que Isabel sintió auténtica vergüenza al comer a su lado. Para vez que hacían en resto del día fueron a alquilar una de las excursiones que les enseñaron en el folleto en España. Se organizaban en el propio hotel, y hoy particularmente había una que interesó a Segismundo nada más verla, era hacer trekking por la montaña. No se requería ninguna habilidad especial o una excesiva preparación física, lo único que decía en el folleto es que había que ir equipado con botas de montaña, por lo que tras comprarse unas en una tienda del propio hotel, se presentaron a la hora señalada en la puerta. Allí los recogió el mismo autobús que los había recogido en el aeropuerto junto a otras parejas y familias con hijos que también se habían apuntado. No tardaron mucho en llegar al punto de partida, un camino que parecía salido de un cuento de Adas, era un sendero rodeado de arboles y flores. Cada paso fue un deleite para sus ojos, no había lugar donde no hubiese belleza, además los animales del entorno se asomaron a visitarlos y vieron algún cervatillo o conejo durante el camino. El paseo de varías horas no se hizo en ningún momento pesado, toda la carga de la comida la llevaban otros empleados del hotel, hacía un día espléndido y la pareja estaba en forma gracias a todo el deporte que habían hecho. Cuando pararon comieron los sandwiches que les tenían preparados, esta vez Segismundo se deleito con los sandwiches de salmón y queso, tuvo que llamarle la atención Isabel para que parara y dejara alguno al resto.
Y ahora están de camino de vuelta al hotel, y Segismundo se debate entre empujar a Isabel o no por el barranco en que la pareja rezagándose del grupo se ha quedado observando. Hay tres cosas que se están pasando por la cabeza de Segismundo en este momento, Julia, Manolo, y el dinero. Tiene completamente asumido que ha perdido esa virginidad moral, que parece siempre la primera barrera ante la comisión del primer delito, ¿qué es lo que le puede contener en estos momentos de cometer un segundo?