Segismundo apenas pegó ojo esa noche, pero al menos le sirvió para ser consciente de lo que estaba por llegar. La semana pasó literalmente en un abrir y cerrar de ojos y eso que no tuvo tiempo para ver a Julia, no pisó ni un día la universidad. Como un torbellino los quehaceres diarios absorbieron todo su tiempo sin dejarle espacio para hacer ninguna otra cosa.
El domingo tras el incidente se lo paso en calzoncillos en casa de Isabel sin salir, ninguno de los dos tenía ganas de mezclarse con el resto de la sociedad, tenían todo lo que necesitaban, comida, series, vino y mucho sexo, sobre todo mucho sexo. El domingo fue uno de esos días de transición, una excepción que nos gustaría convertir en nuestra norma general. El lunes ya fue otra cosa, ambos se tuvieron que despegar literalmente de la cama, Isabel había quedado con Manolo en que iría a declarar a la comisaría. No había estado más nerviosa en su vida, las dudas y los nervios se hicieron insoportables desde que acabase el desayuno, apenas le entró nada porque tenía el estomago cerrado, no sabía que ponerse para parecer formal, se probó al menos 5 conjuntos diferentes. Segismundo admirable el espectáculo desde el exterior asombrado, no entendía porque tanta preocupación. Él también tuvo que acompañarla a la comisaría, era el principal testigo de lo que había pasado. Ambos fueron de la mano desde que salieron de la puerta del albergue hasta que volvieron después de comer a entrar por ella. Al llegar a la comisaría los estaba esperando Manolo en la recepción, él fue el encargado de llevarlos a la sala donde los esperaba el Juez Instructor ante el que debían declarar. Al sentarse delante de él lo primero que hizo fue informarle de sus derechos, tenían derecho a no confesarse culpable y a guardar silencio, y luego empezó con las preguntas, que fueron fáciles, no les hizo falta preparar nada para sorprender al Juez Instructor en la coordinación de sus respuestas. Todos al final de la declaración quedaron satisfechos, todos excepto Manolo que seguía sintiendo el resquemor de ver como se le escapaba la oportunidad de llevar una vida sin preocuparse por el dinero. Lo mejor fueron las explicaciones finales del Juez de Instrucción, si todo está en orden y su relato encaja con el resto de pruebas que la policía pueda obtener de lo ocurrida, ellos no volverían a ser molestados, no habría juicio, todo quedaría cerrado en instrucción por aplicación de la eximente de legítima defensa. Eso desato el jubilo de la pareja, que comieron juntos, de la mano, en un restaurante italiano para celebrarlo, como siempre con abundante vino, y mientras empezaron a planear los preparativos de la boda. Ente trago y trago de espaguetis a la marinera, dieron forma a lo que tenían previsto sería su boda. Algo sencillo. Sin complicaciones. Sin cruces. Querían una boda civil en el ayuntamiento, a la que no asistiera nadie más que ellos dos, sólo querían los papeles para a partir de entonces ya no separarse nunca el uno del otro. A Isabel no le quedaba a nadie de su familia en que confiase, y Segismundo hacía tiempo que había decidido utilizar a Isabel para alejarse todo lo posible de su familia y amigos del pueblo, aquellos a los que cuento menos veía más veía lo mucho que los odiaba, estaba dejando atrás el síndrome de Estocolmo, era cada vez más libre. Después de comer fueron de la mano al ayuntamiento, medio borrachos, incapaces de borrar la sonrisa de su cara por primera vez en mucho tiempo, allí les atendió un amable funcionario que les dio a elegir entre varias fechas disponibles y eligieron como no, la más cercana en el tiempo, el lunes de la semana siguiente. Cuando llegaron a casa se soltaron de la mano, pero sólo para enzarzarse de nuevo en una lucha sin tregua ni cuartel en la cama donde antes Susana se mansturbaba y que ahora a pasado a ser territorio de guerra para la pareja. Poco más reseñable paso ese Lunes. El Martes la pareja decidió darse algo de aire, pero sólo porque Isabel lo necesitaba. El Martes Isabel lo pasó en la peluquería, se corto un poco el pelo, se hizo por primera vez en la vida flequillo con la idea de parecer un poco más mayor, y de paso tener un nuevo aire en la cara y dejar atrás a esa Isabel a la que tantas cosas malas le habían pasado, luego fue a hacerse la manicura y la cera, aunque todavía quedaba una semana quería estar perfecta y convencer aun más a Segismundo de que la decisión que había adoptado era una que nunca jamas iba a lamentar, su peor pesadilla era que Segismundo la dejase plantada el día de la boda. Segismundo paso el Martes en la habitación de Ataulfo fumando porros y viendo series, ya era casi rico, de alguno forma, aunque fuese modesta había que celebrarlo. Entre calada y calada perfeccionaron algo de el plan, dentro de poco, aunque a Ataulfo le habían dicho que no le renovarían el contrato en el Supermercado como consecuencia de la influencia de Romero, pasaría, después de un tiempo en el paro para descansar y disfrutar de una vida ociosa, a formar parte de la plantilla del albergue, donde Segismundo en compensación por su ingenio y pericia debía enchufarle. Segismundo tuvo la sensación de que ese era el primero de los muchos chantajes que debería de empezar a soportar a partir de aquel momento de Ataulfo. Cuando llego a casa de Isabel, Segismundo apenas podía abrir los ojos, devoró todo lo que había en la nevera, cuando Isabel apareció por la puerta la devoró a ella quedando sorprendido tanto por su peinado y manicura como por el buen y profundo trabajo de la depiladora. El Miércoles fue el día en que la pareja salió a comprarse la ropa que llevarían el día de la boda, ninguno de los dos eligió como atuendo para llevar ese día nada ostentoso, Segismundo se compró unos vaqueros nuevos claros, unas Vans todo negras de las que llevaba mucho tiempo encaprichado y nunca había podido comprarse por nunca llegarle los ahorros, una camisa lisa blanca, un cinturón marrón y una americana que le hacía parecer un tipo interesante. Isabel, se compró una falda larga ajustada oscura estampada igualmente por flores oscuras, que terriblemente hizo a Segismundo acordarse de Julia, una chaqueta de punto negra para acompañar a la camiseta blanca ajustada que igual que Segismundo llevaría el día de la boda, y como no unos zapatos, otros zapatos, también de aguja, que pasarían a formar parte de su ya larga colección. Cuando al llegar a casa cada uno de ellos se probó su atuendo, se dieron cuenta de la envidia que todos con los que se cruzasen y viesen les iba a tener, eran jóvenes, guapos, y tenían mucho dinero. El Jueves, contrataron a un fotógrafo, era el único lujo que Isabel le había pedido de forma expresa para el enlace, aunque tampoco nada ostentoso, sería el dueño de la tienda de fotos de la esquina del albergue, el día de la boda prometio a Isabel que se encargaría de la tienda su mujer y que acudiría encantado al evento con su mejor cámara de fotos. Después de contratar al fotógrafo, reservaron un buen restaurante, de esos que es mejor no mirar a los precios de la carta porque sino no comes, pero un día, era un día. El viernes, salieron de marcha a tomar unas copas juntos y ver algo de música en directo por la Latina, ambos disfrutan como enanos con un buen concierto de Jazz. El Sábado, hicieron deporte, salieron a la mañana a correr juntos, que llevaban todo la semana sin hacerlo, luego comieron en casa tras hacer una suculenta compra con la que llenaron la nevera, después hubo una buena siesta, sexo, y pelis hasta quedarse dormidos. El Domingo más de los mismo del Sábado, pero más nerviosos y dejando todo preparado para que no faltara nada de nada el Lunes.