Va a echarla de menos, las tres paredes llenas de pornografía, la estantería con dos libros que nunca ha abierto (uno es la Biblia y el otro es un clásico, Tom Sawyer), la triste cama compuesta de un colchón mustio de espuma que no han cambiado en los 21 años que ha cumplido de condena y unas sabanas también mustias color amarillo lejía, su ventana desde donde con un hilo conseguía lo que su vecino del piso superior le pasaba, principalmente tabaco y hachís, ya lo dice Nietzsche, la mejor forma de aguantar la opresión es mediante el uso de cannabis, y esos barrotes, esos barrotes que ahora mira con extrañeza, antes un impedimento a su libertad y ahora, aunque no quiera reconocerlo, su protección contra en ella, ¿qué va hacer él ahora en el exterior? Aquí en la cárcel, tiene un nombre, es el Indio, “el que mato a un madero huyendo de un atraco de un banco”, en la calle no es más que un ratero, asesino, de la peor calaña, que va a sufrir la marginación de la sociedad con toda su crudeza, en la cárcel tiene un trabajo mal pagado, se dedica ha hacer muebles, pero con lo que gana le sobre para su tabaco y sus porros, en la calle no va a encontrar trabajo, y tendrá que aguantar a los servicios sociales del ayuntamiento que lo trataran como un psicópata loco y no pararan hasta que lo hundan a pastillas para controlar “su agresividad” a cambio de cincuenta euros a las semana para comprar comida, nunca le perdonaran lo de asesinar a aquel madero, en la cárcel ya lo han intentado, pero siempre se las ha apañado para escupir la medicación, tendrá que vivir en un albergue donde la libertad es vigilada, horas para dormir, para comer, y comida que provoca diarrea, en la cárcel al menos le dejan ver a Rebeca, su compañera de teatro con la que folla en el ropero, ahora ninguna mujer de la calle se va a querer acercar a él, y así hasta el fin de sus días…A no ser que…pero para él, el Indio, volver ahora arrastrándose a aquella que dejó de hablar, aquella que de verdad quería y apartó para darle un futuro mejor, para alejarla de su nombre y reputación, para salvarla de ese barco en inminente naufragio que era su vida, no tiene sentido, los mismos motivos que tenía antes para alejarse de ella, son los mismos que debe de tener ahora. Aun así, todavía guarda una foto en su cartera de ella con su recién nacida hija entre sus brazos, como el recuerdo de un pasado mejor, que le ayuda a soportar la dureza de su presente. 

Ya está preparado mira por última vez la celda donde ha pasado los últimos veinte años de su vida y baja acompañado del guarda que lo deja de patitas en la calle, “y ahora, ¿qué hago?”, camina lentamente hasta la parada de autobús, donde coge un autobús urbano hasta la estación de autobuses de Cáceres, tira una moneda al aire y dice “si sale cara vuelvo con Susana y si sale cruz me voy a Barcelona” y sale cara, el destino lo está obligando a volver a Madrid, no hay duda de ello. Tampoco hay duda de que era lo que le pedía su corazón, cuando sale cara se ilumina su cara, lo de pedir permiso al destino, ha sido una cuestión de cortesía, una forma de evadir futuros remordimientos, no quería irse a Barcelona ni loco, “¿qué voy a hacer allí si no conozco a nadie?” por eso cuando se compra el billete de autobús que lo llevará hasta Madrid, la ciudad que lo ha visto crecer y morir como delincuente de fama, se siente aliviado, feliz, risueño, contento, tanto que el que se lo vende se sorprende de la cara de felicidad que lleva “a éste la ha tenido que tocar la lotería o algo…”.

Susana hoy también está contenta, su hermana por fin ha cedido y ha firmado el testamento que tanto dolor de cabeza les estaba dando. No quería dejar expresada su última voluntad, no quería quedar mal con primos y primos segundos que también ocupaban parte de su corazón y que parecía que con la dureza y duración de su enfermedad se habían también acercado a ella para ayudarla a sobrellevar de la mejor forma posible sus últimos días. Susana no lo veía así, no eran más que alimañas intentado aprovecharse de su hermana, se habían pasado toda la vida escondidas en la madriguera acordándose de ellas sólo por cumpleaños y navidades, haciendo único uso del teléfono, y no apareciendo por la puerta de su casa hasta que se enteraron de que Hortensia tenía cáncer, les faltaba la guadaña en la mano para llevársela al otro mundo. Por eso cuando ha visto su nombre en el testamento como única heredera de todo lo que deja su hermana ha sentido un alivio únicamente equiparable al que ha sentido el Indio cuando salió cara en la moneda, ya no tendrá que pelear con nadie más por el cariño de su hermana, ya no tendrá que recordarla que la única que ha estado siempre ahí ha sido ella y solamente ella, ya no tendrá que arrodillarse, metafóricamente, a cada uno de sus designios…ya tiene lo que quería. Hortensia no es tonta, y no ha firmado hasta el último momento por dejarse querer, sabe que en el momento que firmase, sus primos iban a desaparecer y con ellos sus sonrisas y que su hermana era posible que dejase de responder con la misma celeridad que hace ahora a la campanilla de tiene encima de la mesita situada junto a su cama, esa que ahora mismo está usando…tiling, tiling, tiling…Susana está hablando con Isabelita haciendo planes de futuro con el dinero que todavía no tienen, cuando oye la campana su corazón se sobrecoge, siente y siempre sentirá cariño por su hermana, pero a la vez no puede evitar sentir la necesidad de su muerte, nunca lo ha admitido y nunca lo admitirá, puede que ni siquiera sepa que lo siente, pero ese sentimiento habita escondido en su corazón y forma parte de la expresión de su cara cuando oye su sonido.

Corre a la habitación de Hortensia y allí se encuentra ella, postrada en la cama, aguantando los insufribles dolores a los que el cáncer la está sometiendo, sólo quiere un poco más de morfina esa que le administra la hermana en forma de pastillas.

Con tanta suerte para las dos, que esa será la última pastilla que tomará Hortensia, la sumirá en un profundo sueño del que nunca despertará porque la muerte se cruzará en su camino. Va a morir justo en el peor momento, no podrá evitar el reencuentro que tanto años ha luchado por evitar, “déjalo si no quiere verte mejor para ti”, “no ves que es un criminal, un asesino, no llores más por él, es malo, y donde mejor está es en la cárcel”, “te está haciendo el favor más grande que podría hacerte, hazme caso, no vayas a verle”…Hortensia había sido su aliento, cuando Susana se sumía en llantos llenos de tristeza por todo lo que lo quería, tanto, que salvo algún desliz pasajero, momentáneo, por culpa de su libido y hastío hacia su vibrador, nunca había vuelto a tener pareja. Era verle la cara morena a Isabelita y su recuerdo se iba hacía el Indio. Perecía que el destino les quería devolver lo que les había robado, que los planetas se habían de nuevo alineado para volverlos a juntar, el Indio iba de camino a Madrid en autobús pensando en ella y en Isabel, y ella estaba dandole la última pastilla a su hermana, se podría decir que ya había traspasado la invisible barrara que la separaba de su fortuna, a la vez que podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que por la foto suya que escondía junto a las joyas que le había regalado el Indio fruto de sus atracos en la caja fuerte donde había guardado el testamento de su hermana,  ella tampoco se había olvidado de él. Pero el reencuentro no iba a ser fácil, había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron, a sus rostros había que añadir arrugas formadas por llantos, y risas que ninguno de los dos había compartido, y sobre todo ahora había un nuevo condicionante, el dinero, ¿hasta que punto podría confiar Susana en una persona que no había visto en más de veinte años?, al fin y al cabo ella sabía que el Indio si era conocido no era por su faceta caritativa, el Indio era un asesino y un ladrón de bancos, era una persona peligrosa, o al menos así es como había que catalogarla conforme a la ley, y el sitio más seguro era estar lo más lejos posible de ella, al menos en teoría. Ahora, si el Indio era un tipo peligroso, ella también lo era, nadie lo sabe, ni siquiera su hija, Susana conocía a lo que el Indio se dedicaba cuando empezaron a vivir juntos, no conocía detalles, pero sabía perfectamente que a vendeúr cremas casa por casa, como ella le había contado a todo su entorno, precisamente no se dedicaba, para el Indio su trabajo era tan normal como cualquier otro, no hacía ningún esfuerzo en ocultar su pasamontañas ni de esconder su pistola, lucían habitualmente encima de la mesa del salón como un artículo más de los que la adornaban, Susana puede que no supiese la hora ni el momento, puede que no participase en al ideación de los atracos, e incluso puede que no supiera exactamente para que necesitaba la pistola y el pasamontañas, ¿extorsión?, ¿secuestros?, ¿narcotráfico?, tampoco se había atrevido a preguntárselo nunca, aunque el día en que no volvió a casa antes de que llegara la madrugada como siempre hacía, en lo más fondo de su corazón sabía por que era, y si se libro de la cárcel fue por su hija, y por los contactos que tenía el banquero marido de su hermana dentro de la policía. Lo sucedido le valió el repudio de su familia y amigos, los que ya nunca quisieron volver a saber de ella, a excepción de su hermana, la que ahora le dejaba una fortuna y la que antes le daba dinero sin que su marido se enterase para completar el triste salario que tenía fregando escaleras, “ella se lo ha buscado” es lo que le decía todo su entorno con una mirada de indiferencia y desprecio, “la mujer del policía nunca volverá a ver a su marido”.