Cuando abre la puerta de la habitación Segismundo, el panorama sigue siendo igual de desolador que el que dejó cuando se fue. Las vistas sos tétricas, una cama que invita poco al descanso, se compone de un colchón donde el medio refleja la forma de una figura humana donde ha aprendido a encajarse, unas sabanas roídas que cambian una vez por semana pero no por unas nuevas en años, una silla de madera, coja, desgastada, y una mesa también de madera, si bien más coja pero igualmente de desgastada, es ahí donde pasa las horas estudiando y ensoñando cuando no está en clase. “No importa” se dice, “cuando acabe la carrera todo será diferente”, está estudiando derecho, quiere ser abogado y dejar la pobreza a un lado. Ha llegado muerto de hambre, apenas deja la chaqueta sobre la silla cuando ya esta abriendo la bolsa del supermercado, hoy también habrá bocata de mortadela para cenar, es para lo poco que le llega la modesta pensión que le pasa su familia en el pueblo, una humilde si bien acomodada familia que vive de sus tierras y animales en el campo. Va por la mitad de su bocadillo, cuando de repente llaman a la puerta “¡toc, toc!” y otra vez de forma rítmica “toc, toc”, no le hace falta abrirla para saber quien es, es su vecino del albergue donde vive, alguien al que al principio soportaba y ahora extrañamente echa de menos cuando no aparece, tiene una compleja visión de la vida que choca con la suya, él vive de los empleos basura que esporádicamente encuentra, nunca pasó de la educación obligatoria y está convencido de que tanto estudiar no le va a asegurar un buen puesto dentro de la jerarquía social, siempre le dice “¡tenemos que dar un buen pelotazo!, ¿o piensas estar toda la vida comiendo bocadillos de mortadela y viviendo de tus padres? eso que estudias no va a llevar a ningún lado.” y ciertamente, al principio le molestaba, el no es ningún parásito, por eso se pasa el día estudiando, pero ahora, en momentos de flaqueza, siente que tiene razón, ¿cuantos años más tendrá que aguantar así hasta que encuentre un trabajo que le permita desarrollarse como individuo y abandonar la triste pensión en la que vive? Se levanta de la cama, cansado, lleva todo el día en la biblioteca y no tiene ganas de nada, pero no puede dejarlo en la puerta, es un pesado, y de aquellos que son amigos o enemigos, de los que no sabe vivir en la indiferencia:

– Segismundo: ¡Hombre! ¿tu por aquí? ¡qué extraño!

– Ataulfo: ¿A quién esperabas sino? si a ti no te quieren ni nadie, si no es por mi te pasabas el día solo en la habitación.

Ataulfo hoy está especialmente nervioso, se le nota excitado, lleva todo el día dandole vueltas a lo mismo en la cabeza, desde que se lo han contado en el barrio, no ha dejado de idear un magnifico plan.

La habitación se llena de un silencio cortante, ninguno de los dos sabe que decir, ¿a que vendrá tonto misterio? piensa Segismundo, y ¿por donde empiezo? está pensando Ataulfo. Ambos sentados en la cama, uno al lado del otro, callados, mirando a intervalos por a ventana, sin que ninguno se atreva a abrir la boca, hasta que con el último bocado del bocadillo, se oye el mechero, se enciende el porro que había preparado y empieza la conversación Ataulfo.

Un silencia incomodo se vuelve a apoderar de la habitación, ahora solo beben y fuman, han dejado de intercambiar palabras para solo intercambiar el canuto. Cuando se acaba, Ataulfo se despide, y Segismundo se vuelve a quedar de nuevo solo en la habitación. Se tumba boca arriba en la cama, se encaja el hueco marcado por el colchón para estar cómodo, y lo primero que piensa es, “tampoco parece tan mala idea”.