Cuando Evaristo se despierta tiene la sensación de que no sólo ha amanecido en un nuevo día, sino que además lo hace en un nuevo mundo. Hay un millón de dudas que le invaden la cabeza, golpeándole repetidamente su conciencia, sin que ni siquiera se haya levantado todavía de la cama. Sigue arropado entre las sabanas, se ha despertado pocos minutos antes de que el despertador suene, como de costumbre, y finalmente decide que lo mejor es levantarse antes de que lo haga. Está nervioso por culpa de toda la incertidumbre que rodea ese proyecto de paz del que ha sido promotor, y se le nota, no es capaz de pensar en otra cosa, ni Julia, habitualmente la dueña y señora de sus pensamientos, puede desplazarlos como epicentro de su pensamiento.


Aunque no lo hizo a propósito, nunca planifica nada de forma tan detallada, el día siguiente al de la votación es festivo, coincide con el día mundial del deporte. Todas las fiestas han sido completamente desligadas de motivos religiosos y ahora todas se hacen con motivo de alguna ciencia o alcance revolucionario, como la Declaración Universal de Derechos Económicos del Hombre o el día del libro, si bien no está prohibido el culto, igual que no esta prohibido casi nada. Hoy la ciudad descansa, y el trabajo obligatorio deja un día de serlo, para que todos aquellos que piensan que la medicina es un substituto, un suplemento, una ciencia complementaria y de uso como emergencia, se pongan las zapatillas de deporte y salgan a hacer eso para lo que fueron diseñadas. Evaristo en parte se siente culpable, por su culpa la fiesta del deporte va a ser enturbiada, pero por otra parte también piensa que no puede haber caído en mejor día, porque hoy la ciudad va a necesitar una buena dosis de endorfinas para saber sobrellevar los resultados.


No tiene nada planeado, no ha quedado con nadie para hacer nada, pero no le hace falta para saber como tiene hoy que ocupar su día. Cuando se viste no se olvida porque hoy no tiene que ir a trabajar, va ir a hacer deporte al parque, hace un día espléndido y no existe un lagar mejor donde poder estar. Pero antes tiene que matar la incertidumbre que le ha estropeado los últimos minutos en la cama, y para ello no se le ocurre mejor forma que pasarse por el cuartel de la Milicia.


Ya en la calle, ve como la ciudad resplandece con los deportistas que han salido a celebrar su afición, las calles principales han sido reservadas para la maratón que todos los años se celebra y justo ahora pasan delante suya los valientes corredores que dan sentido a la fiesta. No puede evitar quedarse un rato para animarles, gritarles palabras de aliento que los ayude a soportar el sufrimiento voluntario al que se someten. En sus caras se refleja la magia del deporte, todo el que lo practica es un masoquista, no hay mejor ejemplo que combine la felicidad y el sufrimiento en un solo gesto. 


Cuando llega al cuartel de la Milicia todo está en plena ebullición. Milicianos caminan arriba y abajo de los pasillos rápido, sin orden, se les ve nerviosos, es evidente que ya han empezado los preparativos para ejecutar lo que la mayoría ha decidido. Al verlos en sus uniformes una idea le viene a la cabeza, si el PML hoy entrega las armas, la Milicia va a perder gran parte de su sentido, va a quedar relegada a capturar simples y llanos forajidos, pero ya no tendrán como enemigo principal una organización bien estructurada y armada como el PML, eso se traduce en algo importante, la Milicia va a perder un gran peso, importancia, dentro del organigrama social. Evaristo acaba de darse cuenta de que la caída del PML también supone la caída de la Milicia como hasta ahora era conocida. Se dirige directamente al despacho del Martillo, sigue siendo su enlace, está deseando ver de primera mano como se ha tomado los resultados. Como siempre al llegar a su puerta se para, piensa en lo que va a decir, se muerde ligeramente los labios para no reírse al ver escrito en acrílico el nombre del Martillo en su puerta, y cuando se siente preparado llama a la puerta golpeando repetida pero suavemente con su puño el cristal. El Martillo al escucharlo no le hace esperar, y casi de manera instantánea lo invita a pasar.

Evaristo, agarra el pomo de la puerta y entra dentro del despacho. El Martillo está esperándolo como siempre sentado en su sitio, mirando al portátil sin hacer caso a quien ha entrado, esta vez no fumando, pero con una nube de humo que inunda la habitación y que significa que hace poco que lo ha hecho.

Evaristo se ha quedado cortado, el Martillo tiene razón, y de forma instintiva, más un acto reflejo que un pensamiento claro, hurga en los bolsillos de sus pantalones en busca de una nota del PML con la que pueda contestarle algo al Martillo  y le permita salir de atolladero. Y allí aparece de forma mágica, la saca de su bolsillo, la desdobla y se pone a leerla en voz alta.