El tándem formado por Evaristo y el Martillo vuelve a la carga. Son las dos caras de la misma moneda, el Martillo ejemplifica la astucia, la determinación, la fuerza, el fin justifican las medios, en cambio Evaristo es la inteligencia, la pausa, la maña, los medios son igual de importantes que el fin. Evaristo no sabe que le pasa, últimamente le está cogiendo el gusto a aquello que odia, mientras camina a donde están arrestados los miembros del PML se mira el uniforme, mira al Martillo, y no se reconoce, se pregunta si sigue siendo el mismo que hace una semana, y la respuestas llega con la misma calma con la que ahora camina uniformado al lado del Martillo, evidentemente no, ¿será que se está acostumbrando? no puede ser lo mismo acostumbrarse que dejar de odiar. Le aterra pensar que puede que empiece a entender el lado práctico de la vida, que hasta ahora todo en lo que ha creído no sean más que utopias morales sin sentido, no le quedan muchos pasos para estar más cerca de una respuesta.
Caminan juntos por el pasillo que les lleva a las barracas que ocupan los detenidos. Evaristo desde que respondiera afirmativamente a la oferta del Martillo no ha vuelta a abrir la boca, pero el Martillo rompe el silencio únicamente contaminado por el sonido de sus pasos para darle algunas explicaciones, algunos consejos, advertirle de lo que se va a encontrar.

Evaristo, sigue sin abrir la boca, el Martillo lo ha sacado de sus pensamientos, y como al que despiertan de un sueño, sólo alcanza a responder afirmativamente con un gesto de su cabeza, simplemente significa que se ha enterado. 

Evaristo no puede evitar acordarse de los gritos desesperados de Ignacio y de la mano del Martillo apretándole la herida. Como flashes que relampaguean en su cabeza vienen y van. 

Ambos se paran delante de las puertas, son dos grandes, con una pequeña ventana traslúcida de forma rectangular en cada una de ella, de todas formas es los suficiente opaca como para evitar que se pueda ver con nitidez que hay al otro lado. El Martillo saca una llave que lleva en su bolsillo derecho, se agacha levemente ante el único pomo de las dos puertas, y abre ese lateral, dejando que por fin Evaristo vea, aunque por ahora sólo parcialmente que hay al otro lado. 
Tras abrir la puerta el Martillo pasa a la sala y tras él, Evaristo, que empieza a mirar a todo su alrededor, y lo que ve, le hace sentir mal, no hay una mejor forma de describirlo, Evaristo se siente mal a ver a un montón de ancianos y niños juntos en una misma habitación, seguramente muriéndose de aburrimiento. En una semana, los niños se tienen que saber de memoria todas las batallitas de sus abuelos, y los abuelos tienen que estar hartos de intentar entretenerlos con lo que sea, ambas partes seguro que necesitan un descanso, pero el único momento que eso ocurre es cuando alguno de ellos vaya al baño. De todas formas Evaristo presiente que no es el mejor momento de hacer ningún comentario sobre sus impresiones, sigue callado, completamente metido en su papel de dejar al Martillo que lleve la iniciativa. Conforme va pasando por las camas ve que nadie les ha hecho caso, hay grupos de niñas y niños jugando a la comba, con la pelota, con los muñecos que algunos afortunados se acordaron de llevar, y los ancianos hacen los mismo, en su mayoría o juega a las cartas o lee, excepcionalmente si que alguno parece haberse animado y haber pasado a formar parte de los grupos de niños, cosa que a la inversa no se ve. Así a simple vista, Evaristo parece percibir que quitando que no pueden salir de la habitación, tampoco están tan mal.
Tras pocos pasos llegan a la cama de Genaro, el amable anciano que les enseño la cueva, todo salvo aquellas partes en que se habían dejado ocultos tesoros, aquellos almacenes que a los milicianos les costó encontrar. Está tranquilo leyendo tumbado en la cama un libro, al igual que el resto está haciendo caso omiso a la visito del Martillo y Evaristo, todo parece una estrategia premeditada de no querer darle importancia ni a su situación, ni a los forasteros. El Martillo saludándolo en voz alta, haciendo imposible que lo sigan ignorando, interrumpe su tranquila lectura.

– El Martillo: ¿TODO BIEN GENARO?